Una especie de ucronía escrita allá por los 90 y que de momento consigue entretenerme. Por lo menos, te quita el mal sabor de boca que produce la usurpación de la condición vampírica por parte de niñatos de instituto, que pegan botes de árbol en árbol y se enamoran de la más sosita.
Y el Londres victoriano es apropiadamente cutrón y neblinoso. Espero que no defrauden Vlad Tepes ni la Guardia Carpática.
Un saludete colmillero.