Suele suceder, como en una suerte de regla o ecuación, que a mayor expectativa, más grande es la desilusión. Y es muy probable que sus seguidores sientan algo de eso, porque a pesar de no terminar de ser un mal producto, Dragon Ball Z: La batalla de los dioses falla notablemente en los puntos en donde el film debía arrasar o destacarse. La narración se ubica unos años después de lo que significó la última etapa de Dragon Ball Z, tras el ferviente y vigoroso enfrentamiento con Majin Boo. Allí se hace presente un villano bastante peculiar, el Dios de la destrucción. Éste, llamado Bills, es un holgazán que ha despertado de una siesta de décadas con el afán de encontrar un guerrero poderoso que decida medirse con él, aferrándose a la eventual existencia de un Dios Saiyajin. Emprende viaje hacia la Tierra, donde Goku y compañía tratarán de no hacerlo enfadar para que no destruya el planeta. Nada para reprochar hay en lo que respecta a la animación: como era de esperarse este aspecto es de lo mejorcito de la película. El problema elemental está dado en el excesivo e infantiloide recurso a las bromas y chistes repetitivos, con muecas y gestos que se van agotando y quemando cada vez más con el correr de los minutos. Si bien el modo de hacer humor siempre fue apreciable en la creación de Akira Toriyama, en esta entrega se apela tanto al intento de hacer reír al público, que parece olvidarse que Dragon Ball cautivó a las masas por, sobre todo, sus agudos y penetrantes momentos de lucha.
LO MEJOR:algunos (sólo algunos) ratos graciosos. La aparición de todos los personajes. La animación. LO PEOR:se desperdicia una buena ocasión de satisfacer al público. Por instancias infantil. Bills, un villano bastante aburrido. Tensión nula. Las peleas ocupan poco espacio.
PUNTAJE:5