Publicado en Público.es el 6 de septiembre de 2014
Cuando hace poco más de dos años Mario Dragui puso fin a la especulación que hacía subir tan peligrosamente la prima de riesgo de varios países europeos, entre ellos España, fue aclamado como un héroe al conseguir frenarla con una simple frase: “Haré lo que sea necesario para salvar el euro, y será suficiente”. Yo escribí en este mismo diario que en lugar de aplausos merecía ser procesado porque acababa de demostrar que el Banco Central Europeo podía haber evitado el coste financiero tan impresionante que se estaba generando para los gobiernos y que toda Europa se encaminase de nuevo a la recesión y la crisis (Dragui debe ser procesado).
Ahora vuelve a pasar prácticamente lo mismo. Aplauden a Dragui y al Banco Central Europeo por ser valiente y colocar los tipos de interés en un nivel histórico, suponiendo que así van a facilitar que el crédito por fin fluya a las empresas y que eso permita levantar la economía europea. Pero otra vez se van a equivocar quienes tengan la ingenuidad de creer que las cosas van a ser así.
En realidad, esta medida in extremis del BCE es la manifestación palpable de su fracaso y el de toda la Troika a la hora de manejar la crisis.
La aplicación de políticas de austeridad cuando la economía carecía de alimentación en sus principales motores (el consumo, la inversión privada y las exportaciones) ha sido “procíclica”, es decir, ha agravado la falta de actividad y ha creado más cierres de empresas, más paro y más deuda, llevando a las economías a una nueva fase de recesión. Han querido aliviar los males del enfermo quitándole la vida y ahora se dan cuenta de que se les va sin remedio y aplican una medida que parece radical y contundente pero que sin lugar a dudas va a ser una vez más ineficaz. O mejor dicho, solo favorable a los grandes fondos especulativos que vienen apostando a la baja de tipos desde hace meses.
Será ineficaz, en primer lugar, porque las autoridades europeas no han hecho prácticamente nada por resolver el mal de fondo del sistema financiero europeo que no es otro sino la quiebra generalizada de los bancos. Por tanto, cualquier dinero añadido que éstos reciban (tal y como ha venido sucediendo hasta ahora) solo será utilizado en una inmensa mayoría para tratar de sanear sus balances y aumentar artificialmente sus cuentas de resultados, tal y como viene haciendo hasta ahora.
En segundo lugar, porque, aunque con esos tipos más bajo se consiguiera que los bancos aumentaran el crédito a empresas y familias, no se logrará que el coste efectivo de esta financiación sea suficientemente bajo cuando llegue a ellos. Los bancos, gracias a su impresionante poder de mercado, seguirán aplicando márgenes brutales que impedirán que se resuelva realmente el problema de la financiación al conjunto de la economía.
En tercer lugar, porque la carencia de ingresos (de clientes en las empresas y de renta disponible en las familias) les obliga a dedicarse preferentemente a reducir deuda (a “desapalancarse”, como se dice en la jerga). De modo que, mientras que no se tomen medidas que garanticen que la actividad real y la demanda efectiva aumenten para que así vayan ingresos suficientes a los bolsillos de empresas productivas y consumidores, las políticas de tipos de interés seguirán siendo inútiles para hacer que la economía europea levante el vuelo. Podrán llevar el caballo al agua, si acaso, pero no podrán hacer que beba.
Las autoridades europeas han hundido conscientemente a Europa con el único fin de salvar a bancos y grandes empresas y ahora no van a poder levantarla utilizando el mismo procedimiento.
Albert Einstein decía que “la locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados”. Y eso es lo que les pasa a Dragui y al resto de autoridades europeas: están locos si se creen que van a conseguir algo distinto haciendo lo mismo de siempre, poner más beneficios en la bandeja de la banca y las grandes empresas.
Europa necesita otra terapia diferente que no cabe en el marco del capitalismo neoliberal que promueven e imponen (por cierto, cada vez más antidemocráticamente) las autoridades europeas.
En primer lugar, es prioritario que se resuelva el problema de la deuda artificialmente generada por la política del BCE y por la acción especulativa de los fondos financieros. Todas las instituciones y políticas europeas funcionan para crear deuda (desde el mismo momento en que se impidió que el banco central financie a coste cero a los gobiernos -naturalmente bajo criterios estrictos de estabilidad a medio y largo plazo) y eso -junto al gran poder político acumulado por la banca- es la fuente de la actual crisis y de las que van a seguir produciéndose.
En segundo lugar, es imprescindible que se recupere la actividad real, los mercados de bienes y servicios, y para ello es obligado forzar un reparto diferente de la renta para que las empresas (y sobre todo las pequeñas y medianas) vuelvan a tener clientes en sus puertas y puedan contratar a nuevos trabajadores. La desigualdad creciente es la fuente de la actual recesión y no podrá evitarse que sea recurrente mientras no se la combata con decisión.
En tercer lugar, es necesario rectificar la orientación productiva impuesta en Europa en los últimos decenios reconduciendo la actividad sectorial, el modo de producir y consumir, y reforzando los mercados locales e internos para acabar con la estúpida estrategia de la competitividad que, como se ve día a día, no es sino una máquina de empobrecimiento mutuo.