La aplicación, descargable en nuestro teléfono, es una ruleta de versos creados por Jorge Drexler para la ocasión y que pueden ser combinados en miles de propuestas para crear un nuevo tema cada vez, con el fondo musical listo para acompañar la letra escogida. Y como muestra, nada mejor que sacar a unos voluntarios al escenario que, Ipad en mano, iban mostrando al uruguayo la canción a interpretar. Toda una experiencia interactiva en directo, sin perder un ápice de creatividad, poesía e intimismo.
Pero no quedaría en ese tema improvisado la interacción ofrecida por el cantante. A la media hora Drexler ya nos avisó de que el concierto era poco menos que a la carta y, amparado en el intimismo de aquel espiritual lugar, nos pidió a los afortunados oyentes que propusiéramos los siguientes temas a interpretar. El fan musical, casi siempre entregado, convirtió aquella petición en un caos de títulos de canciones que retumbaban en las paredes de aquella iglesia pero que, de alguna u otra manera, llegaron a Drexler para que decidiera si estaba con ánimo o no de interpretarlos.
Y lo hizo, ya lo creo, bajo la luz de una tímida bombilla, sin más instrumentos que tres guitarras, cada una de ellas con su propia historia y una, en particular, de riguroso estreno ante el público, pues acababa de dejar su vida en una tienda neoyorquina para pasar a manos del oscarizado artista. Puesta en escena más simple y más efectiva sería difícil de encontrar, pues le acompañaron los ecos medievales del auditorio, los reflejos de luces sobre la piedra y la mágica reverberación de una acústica perfecta.
Fue con esas armas con los que Drexler nos confesó su Hermana duda como tema de apertura; recordó al detalle la noche en la que los curiosos animales luminosos le inspiraron para componer Noctiluca; nos hizo pensar en la Soledad, casi siempre Inoportuna y, para aquellos que a menudo sentimos el velo transparente del desasosiego instalado entre el mundo y nuestros ojos, nos animó a reflexionar sobre si la vida es más compleja de lo que parece.
Los enojados por lo que la ceremonia de los Oscar del 2004 hizo con Drexler se resarcieron una vez más cuando el artista nos ofreció de nuevo Al otro lado del río a capella. Y, al final, tras jugar de nuevo con una pos-moderna caja de ritmos, llegó la despedida a un público mayoritariamente hispano ante el que Jorge Drexler no tuvo complejos en hablar en inglés. Un inglés tan latino que otros latinos entendíamos a la perfección. Todo se transforma sonó y la velada se transformó en la sensación de haber estado en una fiesta privada con unos pocos afortunados más, escuchando a un cantante que se comporta como un amigo de toda la vida. En la boca, y recordando los versos de la también interpretada Aquellos tiempos, el sabor de que no hay tiempo perdido peor que el perdido en añorar.
Fotos cortesía de www.rockassonline.com
Agradecimiento especial a New York Latin Culture por su invitación