El artista uruguayo invita a Javier Ruibal a compartir una noche mágica
Drexler ya sabe cómo suena el Falla. Sabor salado. Tiempo de hacer oídos sordos a la pena del capital. Todos a sus puestos. Drexler emplea todos sus instrumentos de seducción. El Falla impone. Lleno total. Entusiasmo comedido. Una canción le trajo hasta aquí. El uruguayo viene de paso al frente de su nueva banda orgánica. Hermosa noche para hablar sobre la fugacidad del viento, la tolerancia mutua, las causalidades de la existencia y la edad del cielo. Jorge Drexler se despoja de la chaqueta a los diez minutos, "qué calor", fuera nervios, el repertorio coge humedad, el sonido va con el clima, tarda un ratito en tomar forma, la electricidad guarda misterios en el Falla, pero la sección de vientos ha llegado para quedarse, dispuesta a infectar de virus benignos a tal colección de canciones. Jorge Drexler ofrece los grandes éxitos del viento cerca del mar, presenta a sus músicos citando la procedencia de cada uno de ellos, da rienda suelta al candombe, la bossa, el swing y los aires mestizos. Y el cantante prueba la sonoridad del teatro, se distancia del micro, canta a capella desde el borde de la escena, pasea su curiosidad como el amor, que esta noche es un medio de transporte. Un tango de Nueva Orleáns, un blues de Montevideo, una marimba prima hermana africana del vibráfono, hasta que el uruguayo pregunta en voz alta: "¿Se oye bien?" Pa qué pregunta. El público interpela en cascada: "El bajo retumba, la voz no se escucha del todo bien". ¿Con que retumba el bajo? Qué peligro. Eran preguntas retóricas, no hacía falta ser tan expresivo". Así que el personal, ya puesto, se apropia del espectáculo, a Drexler le sienta bien la sinceridad reinante, el técnico de sonido ajusta las cuentas y Jorge pone el acento en la participación y la complicidad, la gente canta bajito, susurra los temas de ayer y de hoy, la ciencia casa con la poesía, chasquidos y suspiros. Se conoce que palpita bastante gente mayorcita en las butacas y más jóvenes a medida que se acerca el paraíso. Drexler mira al gallinero con respeto. Ya conoce el concurso de agrupaciones, cuenta que estuvo aquí hace años. El hombre y su computadora. Zen, gol, bang, rap, dios, fin. "¡Fenómeno!", exclama alguien. Drexler alterna el formato familiar con la acústica en solitario y se deja querer por las peticiones de canciones dedicadas. Un tío pide el Vaporcito en lo mejor del querer. Una señora habla acerca del Levante. Drexler escucha atónito. Luego admite que estaba nervioso, vincula los carnavales de Cádiz y Montevideo y se arranca por Javier Ruibal, "Toíto Cai lo traigo andao", en versión milonga. Se cae el teatro. Luego aparece el moro judió que vive entre los cristianos, ola de tolerancia versus fanatismo, y de improviso salta Javier Ruibal a las tablas, "el maestro Ruibal", y mete baza: "Tú que te has puesto tan gadita", espeta del tirón a Drexler, "lo único que te falta es hacerte cadista", así que estrena en Cádiz la canción que aspira, junto a otras seis piezas de otros tantos artistas gaditanos, a convertirse en himno del centenario del Submarino Amarillo. "Te regalo el mío, y como el tema está subyúdice, sé que no saldrá de aquí". Mil risas. "Te vas a empadronar", agrega ya con guasa. Y Drexler lanza un guiño a la chirigota versallesca, "Te vas a llevar una sorpresa", al estribillo. Ruibal borda el tributo cadista, donde Mágico es Dios y el Fondo Sur la aristocracia. Divino. Pa matarse. Se cae el teatro otra vez. "¡Ese Cádi oé!", subraya alguien en el momento preciso. Y un vecino de junto pide "al otro lado del río, por favor", en tono medio suplicante medio imperativo, una hartá de gracioso, y Drexler la canta a capella, "muchas gracias, maestro". Qué arte. Humor con swing, el uruguayo convoca la fiesta de la marimba, recuerda los tiempos de cambio en Montevideo, viaja a la aldea global de Dysneylandia y advierte que una vida lo que un sol vale. Todo suena robusto, en su justa medida, según los cambios de humor en el microclima del tiempo quieto. Todo se transforma. Nada se pierde. Alquimia contra la guerra y la vanidad. Una casa en la frontera. Drexler tiene una casa en la frontera, su declaración de principios y finales. Zambra de soledad. Drexler vuelve a cantar a solas con la gente, casi dos horas y media de conexión virtual. Amando la trama más que el desenlace. Y vuelve Ruibal en los postres, para compartir "Sea" y el broche, "Volando voy", guiño a Kiko Veneno y, sin mencionarlo, a Camarón de la Isla del Cielo. "La flor de la noche es pa quien la merece", canta Ruibal señalando a Drexler. "A mí me va mucho la marcha tropical", tercia el uruguayo con acento araka la kana. Y el saxofonista italiano causa sensación, John Coltrane por rumbitas. Ovación. Primer premio. A la salida, autógrafos digitales y fotos artesanales. Drexler charla con una uruguaya y una chilena, firma algunos discos y de pronto, que es como mejor salen las cosas, una chica se acerca con su teléfono celular, habla a gritos con su novio y le acerca el aparato al cantante. "¡Dile algo, dile algo!". "Hola, soy Jorge Drexler".
Mayo 20, Cultura, Diario de Cádiz
Por cierto, ¿quién será el tío con camisa a cuadros que aparece junto a Lorena?