Drive, un héroe sin motivo aparente

Publicado el 01 enero 2012 por Asilgab @asilgab

Intensa, dura, brillante, tierna, demoledora, noir… Magnífica, sublime, apoteósica, lírica, atmosférica… Irreal, oscura, incierta, sangrienta… Muda, visual, sobrecogedora… La aventura épica de este cowboy silencioso y moderno es una sucesión infinita de sensaciones que te fijan al asiento de tu butaca y no te dejan indiferente, por mucho que intuyas el final, aunque en este caso eso es lo de menos, porque lo que ocurre antes de llegar a ese the end estilo samurái es tan impactante que no recaes en ello, y sólo buscas sobreponerte a la intensidad de unas imágenes que acompañadas de una música para recordar, te dejan sin poder articular palabra.

La ciudad vestida de un negro largo y nocturno, y el silencio que reina en esa oscuridad de la noche son sólo dos personajes más de esta apabullante película, que transita a través de unas panorámicas a cámara lenta espectaculares; y lo hace por la piel de una noche iluminada por infinitos puntos de colores que como faros tan cercanos como desconocidos nos envían mil y un mensajes que no nos paramos a descifrar, pero que cada uno de ellos, lleva en sí mismo una vida con sus respectivas encrucijadas. En ese escenario negro, silencioso, solitario y casi perdido aparece él (Ryan Gosling), subido a su coche como un cowboy moderno, para ayudarnos a desentrañar los enigmas de los cruces de caminos a los que se enfrenta. Pero en esa lucha él no está solo, porque le acompaña la música de la banda sonora que Cliff Martínez ha compuesto para este film, y que sencillamente es sublime. Las imágenes y la música, se funden en un plácido y enigmático viaje, como ocurre al inicio de la película en la larga escena de persecución automovilística, donde ya nos damos por enterados de las habilidades más que ciertas que posee al rodar este tipo de escenas su director, Nicolas Winding Refn. Esa frialdad nórdica a la hora de dirigir, se traslada hasta la mirada de Drive (Ryan Gosling), que con un palillo entre sus dientes, atenaza el nerviosismo y la concentración que sus ojos nos brindan en una secuencia muda y casi onírica de una aventura de caballos de metal sobre las calles de Los Ángeles.

Drive es un héroe sin motivo aparente, pero a nosotros nos da igual, porque estamos tan faltos de ellos, que con su sola presencia caemos rendidos a sus pies y les veneramos sin necesidad de que ellos nos den un por qué. Al otro lado de esa mirada fría, intensa y enigmática, está el calor de los ojos de Carey Mullighan, con el que intenta sobreponerse a los reveses de su descolocada vida. La ausencia de palabras a las que ambos se enfrentan, nos remite al lenguaje visual de sus ojos, en la que nos sumergimos víctimas de esa intensidad que nunca parece romperse, pero que es tan real como los latidos del corazón que sentimos bajo nuestra piel cuando los estamos viendo. ¿Es posible que el amor surja en ese espacio donde sólo hay un lugar para la tierra quemada? La química que ambos nos muestran parece decirnos que sí, aunque esto también debamos imaginarlo, como tantas otras intenciones mudas de este clásico del cine noir con ramalazos atmosféricos de cine western del siglo XXI.

Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.