El Gobierno de Holanda ha decidido prohibir la venta de drogas a los extranjeros. La medida, que entrará en vigor en mayo de 2012 en tres ciudades del sur y que se extenderá gradualmente por todo el país, determina que en los ‘coffee shops’ (donde se comercializa marihuana, hongos y hachís) se atenderán exclusivamente a ciudadanos holandeses, registrados con antelación.
A partir del 1 de enero de 2013, cuando esta normativa sea implementada en todo el territorio holandés, cada coffee shop podrá atender un máximo de 2.000 miembros o socios, que deberán presentar un documento de identidad para ingresar. Con esta restricción se espera devolverle al Estado el control de un negocio que se le está yendo de las manos, y poder identificar a los consumidores para aplicar políticas de salud y de prevención con mayor eficiencia.
No se trata de la primera disposición de este tipo. Desde 2007, las autoridades holandesas han estado restringiendo la venta de drogas blandas (particularmente variaciones de cannabis —marihunana— más agresivas) a extranjeros y a ciudadanos locales, a raíz de los delitos cada vez más violentos y frecuentes relacionados con las bandas que comercializan estos estupefacientes, y los efectos nocivos que provocan en la salud de los consumidores, tanto física como psicológicamente.
Ahora bien, esta intención de controlar con mayor fuerza el consumo de ciertas drogas representa un duro golpe para todas aquellas organizaciones e individuos que defienden la legalización de este ilícito negocio en el mundo. En efecto, en todo el planeta, mientras las cárceles se llenan de criminales vinculados con el tráfico de drogas, el consumo aumenta, poniendo en evidencia que las medidas represivas se limitan tan sólo a arañar la tersa superficie de uno de los negocios más prósperos en el mundo, con raíces cada vez más profundas en las economías formales. De allí que muchas voces reclamen la legalización de este negocio, con la esperanza de que el mercado elimine al crimen organizado y los males que éste produce, como la violencia y corrupción.
Sin embargo, a la luz de los acontecimientos en Holanda, uno no puede sino preguntarse si la legalización de las drogas no podría más bien traducirse en una tolerancia suicida, habida cuenta de la existencia de gente ambiciosa e inescrupulosa, siempre dispuesta, como en el caso del tabaco, a medrar sin reparos con la adicción y la ingenuidad de las personas, ofreciéndoles gato por libre.
Independientemente de cuál sea la respuesta, esté prohibido o legalizado, el consumo de drogas requerirá siempre de una atención especial que maneje la información sin tapujos, enfocada sobre todo en la prevención, y que vaya mucho más allá de las campañas que se limitan a enunciar frases como: “No a la droga, engánchate a la vida”.
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