Duda existencial sobre argentinidad

Publicado el 19 noviembre 2010 por María Bertoni

Parafraseando a Jean-Paul Sartre, a veces me pregunto si alguna vez los argentinos seremos capaces de hacer algo con lo que (¿otros argentinos?, ¿un Dios compatriota?, ¿agentes extranjeros?) hicieron de nosotros. La inquietud es genuina y no simple retórica: a lo mejor este torpe intento por definir sus partes esconde alguna respuesta.

 Los argentinos
Otra vez se impone la cuestión del entorno, un poco porque prefiero hablar de quienes conozco, otro poco porque les escapo a las generalizaciones (sobre todo cuando nuestra idiosincrasia es más tipificable por estrato social que por estricta nacionalidad).

Tras asumir que existen varias, describo entonces una argentinidad: población urbana mayor de 30 años, por lo menos estudios secundarios completos, poder adquisitivo digno, ciudadanos mediáticos y mediatizados reticentes a las palabras “militancia” “ideología”, “política”, “popular”, “gremial”, “social”. Representan a estos compatriotas el Sr. y Sra. Argentinomedio que el humorista gráfico Daniel Paz dibuja cada tanto, por ejemplo acá y acá.

La tipificación revela la conducta generalizada de señalar la paja en el ojo ajeno y de limitar la autocrítica a expresiones de arrepentimiento (“debería haberme ido del país cuando me ofrecieron aquel puesto en España”; “pensar que no me prendí al yeite ése que Fulano hizo de todos modos y con el que se benefició tanto”). A estos argentinos el Culpo de Miguel Rep les pasa por al lado, porque los sabe inconmovibles.

 Hacer algo
El “hacer algo” de la frase sartreana supone reconocer, procesar, cambiar (con suerte para bien). En el caso que nos ocupa, el primer paso consistiría en identificar la tendencia a ver corrupción, irresponsabilidad, egoísmo, insensibilidad en quienes están arriba (dirigentes políticos, económicos, sindicales) y abajo (negros colgados o directamente excluidos del sistema).

Rumiar fallas ajenas impide detectar y corregir inconductas propias. La condena a una otredad perversa y casi-casi marciana (como si dirigentes y negros provinieran de un planeta muy lejano) forma parte de una pose declamatoria que descarta la autocrítica, y que sitúa el problema (y la no-solución) en un afuera pérfido, ingobernable, irreparable.

Los argentinos aquí analizados buscan culpables arriba y abajo, pero rara vez entre ellos. “¿Y por casa cómo andamos?” es quizás la pregunta trillada pero clave a la hora de invitar a recapacitar y reaccionar.

 Los otros
En la vasta escena nacional, indios, conquistadores españoles, intrusos franco-británicos, criollos cipayos e independentistas, inmigrantes anarquistas y socialistas, caudillos federales y unitarios, gobiernos radicales, peronistas y de facto, empresarios, curas y militares, inversores extranjeros, sindicalistas acomodados o disfuncionales, jueces díscolos o mercenarios son los otros “infernales”, de nuevo en palabras de Sartre.

La cruza de personajes non-sanctos habría gestado una sociedad de vagos, chantas y arribistas tercermundistas con ínfulas de primera potencia. Caterva de habitantes que se disputan los mosaicos de un patio trasero administrado por funcionarios venales dispuestos a vender las joyas de la abuela y a matar por principios camaleónicos e intercambiables.

 Lo que hicieron de nosotros
Los compatriotas retratados se sienten espectadores de un pasado y presente que les resultan caóticos, apenas explicables. Una veintena de frases reiteradas hasta el hartazgo suelen bastarles para articular la crónica de una nación maldita o estrellada. 

“Participación” y “militancia” son palabras por lo menos sospechosas. Tan pasivo como la mera función testimonial, el único rol asumido es el de víctimas inocentes, desprevenidas que sólo en las circunstancias más oscuras atinan a cacerolear en ciertas calles o a pronunciarse en espacios 2.0.

Lo que hicieron de ellos nos afecta al resto. De ahí la mención de ese “nosotros” que termina siendo inclusivo y que a veces desespera tanto.

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PD. Allá en el tiempo, otra pregunta existencial.