Noticias llegadas desde Argentina afirman que los católicos del país están desorientados por la indulgencia del Papa Francisco con el aborto, al que se oponía con ardor cuando era arzobispo de Buenos Aires, y que ahora ha propuesto perdonar a las arrepentidas durante el Jubileo del próximo Año Santo Extraordinario.
Tampoco entienden su actual comprensión con la homosexualidad y los matrimonios entre personas del mismo sexo, cuando los condenaba duramente como Jorge Bergolio, jesuita.
Quien observe el catolicismo y su evolución dirigida desde el Vaticano descubre que ha experimentado una verdadera revolución doctrinal y litúrgica tras el Concilio Vaticano II, celebrado entre 1962 y1965.
Los años 1960 fueron los del gran cambio sociológico y de muchos valores en el mundo judeocristiano, el católico tras el Concilio, y el judío, protestante y laico con el hipismo y el 68 francés.
Nació una nueva sociedad. Tras dos milenios, Roma abandonó el latín, su lengua franca, y eliminó liturgias como la de los oficios a espaldas de los fieles, y las misteriosas pompas que elevaban los espíritus al éxtasis.
Se acepta la evolución darwiniana, desapareció el Limbo como verdad dogmática, lugar ni cielo ni infierno para los niños muertos sin bautismo, como el bebé kurdo de la fotografía ahogado en una playa, y dejó de creerse en que se salía del Purgatorio con bulas como las que pagaron la construcción del Vaticano y que provocaron la Reforma de Lutero.
Ahora aparecen dudas sobre pecados gravísimos, como el aborto presentado como asesinato de niños, y el llamado nefando, de la homosexualidad.
Ya hay cristianos que se preguntan si existe realmente el pecado, porque la ciencia descubre que hay conductas atribuidas a la maldad que podrían nacer en algún recóndito e incontrolable rincón enfermo del cerebro.
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SALAS