Dueño de una amplitud.
Voy a mirar este terreno
lentamente, a recorrerlo con los ojos
y los pies
antes de edificar el primer muro,
como un paisaje virgen
lleno de densidad
y de peligros,
porque lo quiero recordar
cuando la casa me lo oculte,
porque no quiero confundirme
con la casa,
no voy a olvidar
este paisaje
ni cómo soy ahora,
dueño
de una amplitud,
de todo lo que tengo.
Mejor no tener casa
que estar en ella como un ciego.
Voy a quedarme aquí
despacio,
nativo y pobre,
viendo el terreno cómo es,
no imaginando nada,
ni un muro, ni un ladrillo,
a oírlo todo
hasta saber
dónde ha de doler menos
una casa,
dónde es mejor poner
la piedra del comienzo.
Conocí este poema de Fabio Morábito gracias a la Librería Solar del Bruto, que cada jueves nos envía uno de regalo a los suscriptores de sus noticias, este lo mandó el 16 de diciembre pasado y me parece una fantástica reflexión sobre lo que significa el hecho de construir sobre un territorio. Reconozco que no conocía a Morábito, pero lo he buscado y encontré una entrevista en la que, entre otras reflexiones, decía que el propósito del arte es: «mostrarnos que siempre hay otra cosa, que no hemos llegado a un punto final de nuestra forma de ser sino que hay muchas otras posibles. En ese sentido la literatura sí nos ha hecho distintos, sí nos cambia. Y eso justifica el esfuerzo por crear nueva literatura que probablemente incida de una manera vital, aunque no visible, en los demás». Creo que si se sustituye «literatura» por «cine» la frase también es válida.