La obra cuenta la relación entre Stephanie Abrahams (Du Pré) y el psiquiatra Alfred Feldman, a cuya consulta acude animada -casi obligada- por su marido, David, un célebre compositor (Barenboim). Las preguntas del doctor incomodan a la artista, que se ve obligada a vomitar sus sentimientos, a escarbar en sus rincones más escondidos. Irónica incluso con su enfermedad al principio, el texto muestra a una mujer de carácter fuerte que encaja con furia el interrogatorio -por momentos la conversación es un afilado y punzante duelo de esgrima-, pero que poco a poco va rindiendo su entereza, gracias sobre todo a la habilidad del psiquiatra. Stephanie Abrahams desnuda sus miedos, sus fantasmas, su vulnerabilidad, muestra el terror ante el futuro que se le cierra y ante la perspectiva de quedarse sin planes, y peor aún, sin motivos para vivir el tiempo que le quede.
Kempinski teje un texto lleno de nudos, vibrante y en constante crescendo -aunque decae en algún momento-, en el que nos muestra la creciente angustia de la violonchelista. Contrapone la infinita flema del médico, que es al tiempo un impertinente aguijón. Y en la desnuda versión de La Guindalera (una sala verdaderamente ejemplar) cuenta con una soberbia intérprete de Stephanie: María Pastor, maravillosa actriz que sabe darle a su personaje firmeza y determinación en los compases iniciales, para ir derrumbándose paulatinamente mientras va cayendo en las redes del psicoanalista, encarnado con el acento justo por su padre, Juan Pastor.La foto es de Alicia González