La Iglesia Católica está indignada ante la cruda y contundente condena recibida de la ONU por sus crímenes de pedofilia, cometidos por sus clérigos y pastores en muchos países del mundo. El Vaticano está que trina ante esa humillante condena internacional de su peor pecado conocido, pero es mas que probable que esa condena sea justa y merecida si se tiene en cuenta que la Iglesia ha sido tibia y demasiado prudente en la condena de los pedófilos y que muchos de sus miembros han ocultado y hasta justificado el pavoroso delito de abusar sexualmente de niños, muchos de cuyos criminales siguen ejerciendo el sacerdocio, sin haber sido entregados a la Justicia.
La cobardía de la ONU reside en que esa organización mundial no tiene la autoridad moral suficiente para condenar a nadie, sobre todo por dos razones: la primera es que sus tropas, los cascos azules, han practicado ese mismo crimen en muchos países, abusando de niños y niñas en misiones que teóricamente eran de paz y concordia; la segunda es porque la ONU nunca se atreverá a condenar a otras religiones de crímenes iguales o todavía mas perversos que los de la Iglesia, como son los abusos de los musulmanes con la mujer y la pedofilia que está institucionalizada en numerosos países del Islám, donde se permite el matrimonio entre viejos y niñas de diez u once años.
Tampoco otorga solvencia moral a la ONU el hecho escandaloso de que en sus comisiones de derechos humanos figuren países como Cuba y otros donde ese derechos son habitualmente pisoteados.
Sin el menor género de duda la Iglesia ha sido frívola, tibia y hasta permisiva y cómplice frente al terrible problema de la pederastia, un drama que en modo alguno ha sido pequeño o superficial y del que apenas se conoce entre el diez y el 20 por ciento de su verdadera dimensión mundial. La estadística demuestra que mas del 80 por ciento de los delitos vergonzantes, entre ellos la corrupción y la pedofilia, permanecen ocultos y nunca llegan a la opinión pública.
Durante algunos pontificados recientes, la actitud de la Iglesia Católica, que por considerarse heredera del reino de Cristo y de su limpio mensaje esta obligada a ser ejemplar, llegó a ser vergonzosa y vil: las denuncias de algunas víctimas de abusos fueron silenciadas y los denunciantes amenazados por la autoridad eclesiástica con la excomunión si continuaban hablando del asunto.
Los colectivos de víctimas de México, el país natal del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, y uno de los casos de pederastas más paradigmáticos y escandalosos del catolicismo, aspiran a que las responsabilidades se denuncien en tribunales internacionales y lleguen hasta lo más alto, incluso hasta el mismo papa Ratzinger, al que acusan de haber preferido preservar la imagen de la iglesia a hacer Justicia.
El papa Francisco, un nuevo tipo de pastor probablemente mas santo que algunos santos recientes del mundo católico, que está dispuesto a acabar con los pederastas de sotana, es consciente de que sus predecesores actuaron con escaso celo contra el oscuro crimen de los abusos infantiles, de forma parecida a como los políticos combaten la corrupción, con aspavientos de cara a la galería pero sin castigar realmente a los corruptos ni atacar el corazón del mal.