“E-2″ de Juan Cristóbal, de su poemario “Gritos”

Publicado el 13 septiembre 2013 por Javier Flores Letelier

(ah, los rostros, los malditos rostros humanos, esos de todos los días, de todas las
noches, husmeando las entrañas de los caballos muertos en el agua, alimentándose de los lamentos funestos del odio, cobijándose en la distancia que nos deja un enorme buey al pasar por el tiempo insensible de las terribles alimañas, cayéndose y levantándose como un masturbador en su cama, fraguando la debilidad de los días, la melancolía del vaso, el umbral del desnudo, la tozudez de los ciegos, pero siempre llegando, siempre siguiendo, siempre abriendo la oquedad bastarda del nervio, y allí, como larvas siniestras, levantando las piernas de las prostitutas calladas, de las palabras sin rumbo, de los disecados ojos del loco, por eso su rumbo, su tregua sin tregua, sus huesos sin carne, ondeando las luces truncadas del cielo, las pequeñas equivocaciones del alba, la garganta ensangrentada del rata, los sentimientos del puto, los remolinos de acero, ah, los malditos rostros humanos, saqueadores del siglo, ubicuos en todos los poros, en todos los golpes, en todas las substituciones irremediables del aire, en viejas circulaciones, en estentóreos orígenes desbordados del cielo,, en reclamos sin hierba, en honduras sin alma, pegados a la inconclusión de la negra memoria, alimentándose de la aventura devoradora del espanto, con sus macabras mordeduras, con sus míseras prontitudes, con sus recuerdos bastardos e insolentes, cavando nuestras lenguas, nuestras caries sin canario, nuestras patas boca arriba, nuestro barro irreemplazable, nuestro llanto repentino, rodando del centro a los remedios, del trino a la creencia, de la mirada hasta los nudos, mostrando sus campamentos desolados, sus sales de bochorno, sus esterilidades circunspectas, sus deshonestidades en la borda, donde crecen y moran y desfallecen los gusanos, allí los rostros, los potentes e impotentes, los viejos y sarnosos, rompiendo las bajezas, bajando a las alturas, hundiéndose en la astilla, en las cebollas sin corona, revolcándose, procreando, engendrando, arrojando, vomitando, abortando, sosteniéndose con pérdidas de sangre, con vacilaciones enclavadas, cargando crímenes perfectos, testimonios desgarrados, asesinando a las palomas, confirmándose como el hambre en las arenas de la calma, en los espermatozoides del mercado, alimentándose de huevos, fumando y saludando y arrojando cangrejos como ángeles al sueño, abrazándose y llorando y renaciendo en las espumas de los gallos, en las plumas de los parques, en las tortugas del reflejo, adorando a los erizos muertos en la hora, jadeando entre las uñas, en las copas alucinadas de la sombra, perdiéndose en las axilas pisoteadas de los trigos, en los colores entreabiertos y estremecidos de la nieve, durmiendo en la malaria, en la saliva de los curas, en el asma del mendigo, los rostros, los malditos rostros humanos, avanzando como grandes falos desbordados en el agua)