Hablar de emociones es acercarnos a nosotros mismos, es intentar descubrirnos más. Es saber por qué actuamos de una manera, por qué algo nos da miedo o nos agrada o nos resulta doloroso. Nuestra vida es un complejo entresijo de emociones en continuo fluir. ¿Pero qué son las emociones? ¿Son buenas o no tanto? ¿Cómo aprender a vivir con ellas?
Las emociones son los colores de nuestra vida. Nuestra vida sería tan monótona sin ellas. Pero de la misma manera que hay colores alegres, los hay también oscuros, no podemos evitar que existan.
En el mundo actual, donde la psicología está tan de moda, no dejan de avasallarnos con lo de ser positivos. Optimismo, alegría, placer… la industria de la publicidad, las nuevas tecnologías, los programas de TV, todo nos lleva por el camino de lo positivo y lo alegre. Y es así: hoy más que nunca se nos brinda una mayor posibilidad de disfrutar. El problema es que nos olvidamos de la otra cara de las emociones positivas: las emociones negativas.
Los Vedas nos vienen a decir que las emociones no son ni buenas ni malas. Las emociones son el resultado del mundo material. Nuestra alma es feliz por naturaleza, pero la vida real nos puede dar no pocas sorpresas: buenas o malas. Y ahí es donde la mente experimenta unos estados de ánimo que pueden incluso llegar a formar parte de nuestra personalidad.
Lo más curioso respecto a las emociones negativas, es que debemos vivirlas. Ocultarlas, esconderlas, olvidarlas… es sólo un proceso que nos paraliza, que nos impide ser realmente felices. Es cierto que estar triste o deprimido no está de moda, hoy más que nunca debemos ser optimistas y positivos, porque es lo guay, es lo que vende, es publicidad de uno mismo y es la máscara que nos debemos poner para triunfar. Pero si no sobrellevamos lo negativo, no podremos avanzar, es ley de vida.
Como dice Narushevich, no podemos hacer felices a los demás, pero sí les podemos ayudar a experimentar sus emociones negativas. Es como el ying y el yang, los polos opuestos que se atraen y que generan electricidad: cuantas más emociones positivas tengamos, tantas más emociones negativas habremos de experimentar. Y hoy, experimentar lo positivo es mucho más fácil que ayer, tenemos mucho más entretenimiento a nuestro alcance: antes teníamos dos o tres canales de TV para ver a una determinada hora un programa que nos gustase, ahora Internet y el móvil nos traen la diversión a todas horas, a cualquier rincón del planeta; antes no viajábamos con tanta frecuencia ni tan lejos como ahora, y hoy muchos ya no nos conformamos con unas vacaciones en Benidorm.
Las emociones positivas son también equiparables a un crédito que tenemos para la diversión o lo que se llama karma positivo. En cuanto lo hemos vaciado, nos quedamos con la contrapartida: lo negativo. ¿Por qué, por ejemplo, mucha gente famosa termina mal, si se supone que tienen todo lo que cualquiera hubiera soñado? Tanto lujo, tanta sensación positiva, tantas emociones fuertes cansan a la larga. Tan sólo sintiéndose queridos, en una compañía de alguien cercano que sea capaz de escucharnos, de absorver nuestras emociones negativas, sin criticarnos, sin recriminarnos ni juzgarnos, sólo ahí dejaremos que el humo del fuego que hemos encendido, se disipe para traernos la paz.
El negarnos a las emociones negativas es impedir nuestro progreso. El miedo al fracaso, a experimentar lo negativo es lo que nos impide avanzar. Tan sólo aceptando que el fracaso y la vergüenza tienen cabida en nuestra vida, podremos crear algo nuevo o dar un paso más en nuestro desarrollo personal o profesional. Pero para superar esas emociones negativas, debemos estar seguros de que habrá alguien más fuerte que nosotros a nuestro lado, capaz de apoyarnos en momentos tan duros. Para los hijos, éstos serían sus padres; para las personas que tienen pareja, sus parejas o amigos cercanos; más allá estaría la figura del mentor espiritual o psicólogo. La soledad no nos ayudará a superar nuestras emociones negativas más profundas.
Pretender estar contentos a todas horas, pues, es una utopía. Aceptemos que no todo en nuestra vida ha de ser perfecto, alegre y divertido. Aceptemos los altibajos de nuestra existencia. Por algo somos humanos. Aceptemos nuestras emociones, sean positivas o negativas. Experimentémoslas sin culpa, sin miedo, sin rabia. No, no está de moda estar triste ni perdido, pero sólo bajando al fondo del pozo, a nuestro yo más profundo, podremos vivir lo que nos pasa para luego salir de ahí. Y sólo en compañía de aquellos que nos quieren y nos aceptan. Las emociones no son nosotros. Nosotros somos amor, somos felicidad, somos eternidad y conocimiento. Las emociones son sólo los colores de una paleta que nuestra mente maneja para crear su mejor y única obra: nuestra vida.