Queridas personas bajitas:
Ser adulto es aprender a fabricar eufemismos. Si no lo sabéis, los eufemismos son palabras o expresiones disfrazadas. Por ejemplo: Hace tiempo un señor inmaduro pidió que no le llamasen viejo y pasó a ser anciano, pero como tampoco le gustaba ser anciano inventó el término “tercera edad”, hasta que se cansó de ser tercero, aunque fuera en edad (decía que ser primero era lo válido) y entonces fue “mayor”. Tuvo que esperar hasta los setenta años para ser mayor, ¿qué os parece? Los adultos somos así de raros. En cuanto te empieza a salir pelo allá donde empieza la ropa interior, te ataca la locura del eufemismo.
Los adultos hemos utilizado eufemismos para transformar parados en desempleados, guerras en conflictos, imposiciones en decisiones unilaterales o esclavos en becarios. Ya ni siquiera morimos, ahora, como si nuestras vidas fueran botones o números de teléfono, las perdemos. Por eso buscamos (y no encontramos) años extraviados en pequeños tarros de crema. Vuestros padres también son víctimas: prefieren perder poder adquisitivo antes que reconocer su pobreza. En realidad, os diré un secreto, “adulto” es el eufemismo de “niño desilusionado”.
Nosotros, los niños desilusionados, cometimos el error de apartar el sustantivo ecología para definir lo que aún no habíamos destrozado, así sufríamos menos siendo malvados. Bautizamos el conjunto de desmanes como “progreso” cuando no “economía”. Incluso, ya veis, en vez de proteger la bonita palabra ecología pedimos ayuda a seres imaginarios para arreglar las desgracias que fabricamos.
Por eso, antes de que os perdáis por el camino (crezcáis), os diré qué es la ecología: el aire que respiráis, los alimentos que coméis, la ropa que vestís, los senderos a transitar. Ecología es cada pensamiento, palabra o gesto. Ecología es el último beso, que siempre será el primero y el primer fracaso, que nunca será el último. La suma de vuestros aciertos y la multiplicación de vuestros errores. Ecología será la Tierra que prestéis a las sucesivas generaciones de personas bajitas.
Así que os pido un favor: nunca, nunca, dejéis de ser niños.
Nota de Valen, el redactor: Dedico esta entrada a mis sobrinos Jorge y Pablo y, por extensión, a todos los niños del mundo de 1 a 100 años.