Y para convencerlos, hay que recurrir a la historia, antigua y reciente. Por ejemplo, en tiempos feudales la propiedad productiva pertenecía a la nobleza y el clero, relegando a los campesinos a trabajar y servir para ellos a cambio de la mera subsistencia. El burgo o núcleo poblacional medieval era una organización de los burgueses en el que solo ellos tenían derecho de ciudadanía. Los nobles heredaban la riqueza, y los plebeyos la pobreza y la imposibilidad de escapar de su destino social. Esa economía feudal conformaba una sociedad en la que las leyes (que institucionalizaban la diferencia entre siervos y señores), la religión (un Dios que amparaba la monarquía absolutista y el origen divino del Poder), la cultura (contribuyendo a evitar tensiones y revueltas mediante la propagación de la ideología medieval) y la forma de gobierno (un rey y su plebe de súbditos) justificaban ese orden social establecido. La economía al servicio del feudalismo en beneficio de unos pocos (propietarios y dirigentes) y oprimiendo a la mayoría (trabajadores, campesinos, pueblo). Había, pues, una intención política o ideológica en mantener esa economía feudal.
Por eso, en la actualidad, Donald Trump (fiel valedor del neoliberalismo económico y de los mercados autorregulados) impulsa una reforma fiscal en EE UU que beneficia, fundamentalmente, a las empresas y los acaudalados como él, aunque perjudique a millones de estadounidenses menos pudientes a causa del déficit y el recorte de gastos subsiguiente que será necesario realizar para cuadrar las cuentas. Los ricos pagarán menos impuestos y las empresas soportarán menos cargas fiscales porque la lógica mercantil liberal lo demanda en función de una economía capitalista, en la que el beneficio es la ley suprema, por encima de la satisfacción de las necesidades humanas. Se subordina, por tanto, el orden social al interés del sistema económico que preconizan los republicanos y, especialmente, su líder en el Poder, el empresario Trump. Aunque se trata de una victoria pírrica del magnate travestido político, al ser el único éxito del que puede presumir tras cerca de un año instalado en la Casa Blanca(el Obamacare y el muro con México no le han salido bien), no deja de ser un ejemplo paradigmático de la prevalencia de la economía sobre la política y otros intereses sociales en la actualidad, en función de la ideología gobernante.
Y todavía hay quien lo niega y vota a los mismos que están engañándole sin disimulo, con el pretexto de que estas medidas económicas que nos empobrecen son neutrales y necesarias para crear empleo, como exige el mercado. ¡Valiente patraña!