“Si usas tu moneda como arma las suficientes veces, otros países dejarán de usarla”. Con estas certeras palabras el multimillonario, gerente general de Tesla y monarca de Twitter, ha descrito a cabalidad las consecuencias que para la hegemonía del dólar como moneda de intercambio internacional han tenido las llamadas sanciones de Estados Unidos.
Esta política de castigo económico contra naciones que EEUU considera son contrarias a sus intereses se volvió centro de la estrategia internacional en la última década, teniendo como puntos más altos las dos últimas administraciones de la Casa Blanca a cargo de Donald Trump (2017-2021) y Joe Biden (2021-2025).
Según cifras del Departamento del Tesoro para el 2001, el Gobierno de la nación norteamericana había emitido 21 Órdenes Ejecutivas, número que aumentó a 94 para el 2020, creciendo así un 447% durante los últimos 20 años.
Con esta cifra, se desprende que en la actualidad 30 países son objeto de estas acciones dirigidas a restringir la libertad económica, afectando al 28% de la población total del planeta, cifra que se traduce en que de cada 10 Estados soberanos al menos 1 se encuentra sometido al régimen de sanciones.
Gigantes energéticos como Irán, Iraq, Rusia y Venezuela, se encuentran dentro de esta nutrida lista de “castigados” por la Casa Blanca, lo que ha supuesto que estos países recurran a la implementación de acciones que le permitan sortear estas medidas coercitivas unilaterales que se fundamentan principalmente en la hegemonía que para el mercado internacional posee el dólar.
La dictadura del dólar
El posicionamiento del dólar como moneda privilegiada para el comercio global, se suscita luego de la segunda guerra mundial con el tratado de Bretton Woods en julio de 1944, que establecía la creación del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional con el dólar como moneda de referencia.
Esta acción que parecía coherente debido a la fortaleza de la economía estadounidense y la estabilidad de su moneda basada en inmensas reservas de oro, hizo que el mundo asumiera al dólar como principal activo para el intercambio comercial y de reserva.
Este idilio tuvo su primera crisis en la década del 60, cuando Francia y Alemania procedieron a realizar sendas entregas de dólares para recibir oro, provocando una caída en las reservas de Estados Unidos, que sumado al creciente gasto en la guerra de Vietnam, derivaron en un déficit fiscal, el primero de este país en décadas.
Ante esto, en 1971 el entonces presidente Richard Nixon anuncia como medida para “defender el dólar contra los especuladores”, la ruptura del patrón oro dando nacimiento al complejo sistema fiat (del latín hágase o que así sea) basado en la confianza de los agentes en la divisa y respaldado por el Estado, en vez de estar respaldado por su convertibilidad en oro u otras divisas.
En paralelo y como medida para garantizar la obligatoriedad del uso de esta moneda, en 1973 mediante un acuerdo entre EEUU y Arabia Saudí, se posiciona el llamado petrodólar al conseguir que esta moneda estadounidense fungiera como referente para la cotización del precio y para la adquisición de este hidrocarburo.
El búmeran de las sanciones
Aprovechando esta hegemonía monetaria sobre el mundo, Estados Unidos ha hecho de las sanciones su principal arma para combatir a “enemigos” y para ralentizar a competidores.
Los ejemplos más cercanos en tiempo han sido los casos de Venezuela y Rusia, países a los cuales Estados Unidos y Europa le han implementado centenares -y hasta miles en el caso de Rusia- de medidas coercitivas unilaterales dirigidas a provocar su derrumbe económico a través del impedimento de comerciar a través del sistema financiero internacional y utilizar el dólar para sus operaciones tanto internas como externas.
“Existe el riesgo, cuando aplicamos sanciones financieras, de que estas estén ligadas al rol del dólar, lo cual con el tiempo podría socavar la hegemonía del dólar”, afirmó Janet Yellen, secretaria del Tesoro de Estados Unidos en una entrevista con la cadena CNN.
Las palabras de la funcionaria del Gobierno estadounidense se circunscriben a la realidad de un mundo donde según cifras aportadas por el economista Peter St Onge, el uso del dólar estadounidense pasó del 73% en 2001 al 55% en 2020, y tras las sanciones a Rusia en tan solo un año cayó al 47% “perdiendo participación de mercado 10 veces más rápido”.
Esta última caída se debió principalmente a que países gigantes como China e India, decidieron mantener e incluso incrementar su mil millonario intercambio comercial con Rusia usando para ello sus monedas locales.
Simultáneamente, el rol de China como potencia comercial global alcanza mayor preponderancia y basado en la fortaleza de su economía ha promovido su moneda como divisa de reserva e intercambio financiero, idea que ha sido acogida por diversos países entre los que destacan Arabia Saudita que por primera vez aceptó el pago de sus exportaciones de petróleo en otra moneda que no fuera el dólar.
Venezuela a la vanguardia
Desde la llegada de Hugo Chávez a la presidencia, Venezuela comenzó a vocear en el mundo la necesidad de liberarse de la dictadura del dólar ante los peligros que representaba esta hegemonía para la soberanía de los Estados.
Una moneda para la Opep teniendo como sustento en las inmensas reservas energéticas de los países que conforman esta organización, una moneda regional, el comercio a través de una cesta de monedas, fueron parte de las propuestas lanzadas por Chávez y retomadas por el presidente Nicolás Maduro.
Pero no todo quedó en las propuestas tal como lo demuestra el lanzamiento en 2008 del Sistema Único de Compensación Regional (Sucre) junto a Ecuador, donde se comerciaba en monedas locales sin el uso del dólar, propuesta que hoy resuena en la región. Posteriormente el presidente Maduro promovió la venta de petróleo en rublos (Rusia), yuanes (China), lira (Turquía) y euros, así como la creación de una criptomoneda para garantizar un sistema de intercambio comercial alejado del sistema financiero global dominado por Estados Unidos.
Estas ideas, que parecían utópicas en su momento, suenan con mayor fuerza en un mundo que hoy las visualiza como única garantía para preservar la libertad económica de los Estados frente a un régimen estadounidense que busca doblegar voluntades aprovechándose de la ya decadente hegemonía de su moneda.