Ecuaciones no resueltas sobre el riesgo

Publicado el 28 octubre 2019 por Carlosgu82

A día de hoy, no sé decir si en un futuro próximo o lejano pudiera ocurrir lo contrario, tengo la enorme tranquilidad interior de saber que ninguno de los miembros de la familia que con tanto amor he formado tiene la menor intención de practicar ninguna de esas desconcertantes actividades deportivas llamadas, y con toda razón, de alto riesgo.
Lo más cerca que estoy de esa situación es cuando me piden que ocasionalmente les venga a recoger de tal o cual sitio en mi viejo pero divertido scooter. A las chicas les emociona, y agradecen ese punto de adrenalina extra que te ofrece la moto en carretera, pero el pequeño, el chico, sufre claramente, a pesar de mis palabras tranquilizadoras y mi conducción prudente. Las pocas veces que me he visto en la obligación de llevarlo de pasajero, el trayecto se ha convertido en una desagradable experiencia de conducción repleta de apretones desesperados sobre mi cintura y reniegos verbales con gritos de pánico ocasionales.
Pudiera parecer que una reacción de ese tipo sería para mí motivo de vergüenza pero sinceramente me quedo muy tranquilo sabiendo que, más allá de esta experiencia puntual, todos ellos no han desarrollado lo que yo defino como «inmunidad psicológica frente al peligro». Lo reconocen, son capaces de formular la simple «ecuación del riesgo» y por tanto están capacitados para resolver situaciones que llevadas a determinadas variables conllevan una elevada probabilidad de sufrir heridas físicas severas, e incluso hasta la misma muerte.
Entonces me hago la pregunta de ¿ qué es lo que piensan todas esas madres y padres, hermanos, parejas, hijos…que ven a sus seres queridos lanzarse al vacío para practicar cualquiera de esas modalidades que hoy atraen a tantísimos neófitos?
Tal vez una mezcla de orgullo, resignación, envidia, curiosidad, respeto, ambición personal, ego filial, notoriedad mediática y en ocasiones también, porqué no, motivaciones económicas.
Así debía ser, probablemente, cuando Felix Baumgartner, el suizo que se lanzó a la Tierra desde la estratosfera (a 39 kilómetros de altura)nos mantuvo en vilo en un directo retransmitido por diferentes canales de televisión, con la presencia física de toda su familia, incluidos sus padres, que asistían serenos pero inquietos en su interior, probablemente, a la irracional caída de su propio hijo, dispuesto a establecer varios récords en la gesta, entre los cuales el de caída a mayor altura y el de más velocidad de caída, rompiendo la barrera del sonido, como si de un avión a reacción se tratase, pero sin el fuselaje específico, claro. “La persona que se aproxima a la vida con el asombro de un niño está mejor preparada para desafiar las limitaciones del tiempo, está más viva”. Una de sus memorables frases que por fortuna nos ha dejado después de superar con éxito ese mediático desafío.
Pero esa no fue la misma suerte de otros experimentados «wingsuit flying» o «wingly» que desde muchísima menos altura encontraron la muerte después de una dilatada carrera de «vuelos» exitosos, siempre persiguiendo la frontera de los límites humanos, y alentados por crecientes dosis de adictiva adrenalina.
El español Álvaro Bultó, fallecido en los Alpes suizos un 23 de agosto de 2013. El chileno Ramón Rojas, plusmarquista mundial de salto base, fallecido también en Suiza en 2014, con 35 años, durante la celebración del Mundial de Salto Base. Otro español, Darío Barrio, cocinero, que mientras participaba en el Festival Internacional del Aire, el 6 de junio de 2014, en el Castillo de Segura de la Sierra, perdió también la vida, y en un acto que paradójicamente rendía homenaje al fallecido Alvaró Bultó. En los EEUU, Brian Drake, líder en Salto Base en aquel país, junto con dos de sus compañeros resultaron accidentados también ejercitando esta arriesgada modalidad de paracaidismo, sin conseguir superar la violencia de la caída. Pero también en el sur de China, en la montaña Tianmen, el húngaro Viktor Kovats puso un precipitado fin a su trayectoria vital en una demostración de Salto Base por problemas en la apertura de su paracaídas durante uno de aquellos espectaculares saltos. En Yosemite, California, Dean Potter de 43 años, que por lo visto necesitaba quemar también algo de adrenalina extra ejercitándose en el «Solo integral» (modalidad de escalada de paredes y riscos verticales sin ningún tipo de soporte tipo cuerdas, ganchos, piquetas, arnés… nada. Sólo la fuerza de manos, dedos, piernas y pies) se encontró con la muerte en un intento de Salto Base. De nuevo otro español, Abraham Cubo López, falleció también, a la edad de 38 años, en Italia, en el Pico del Águila del Monte Brento, porque a pesar de que logró la apertura del paracaídas de seguridad, la velocidad del descenso impidió que alzase el vuelo lo suficiente para evitar estamparse contra las rocas. El francés Hervé Le Gallou, experimentado competidor en Salto Base declaraba para «NY Times» que «el Salto Base es más un suicidio que un deporte», y a los pocos meses, en los Alpes, año 2013, de forma un tanto profética encontraba la muerte durante uno de aquellos descensos.
Huelga decir, que las cámaras portátiles que llevaban incorporadas todos y cada uno de los fallecidos grabaron en directo el óbito final de sus porteadores.
Parece como si las mismas montañas, cual sirenas que encandilan y atraen a los incautos navegantes, estuvieran desafiando con su silenciosa e imponente presencia a escaladores de todas las modalidades de ascenso.
Los 14 ochomiles del mundo se localizan exclusivamente en las cordilleras del Himalaya y del Karakórum, en el continente asiático. Muchos de estos colosos son auténticas «montañas asesinas», y sin embargo, a pesar de las inquietantes estadísticas de cifras de muertes que arrojan las mediciones desde el año 1900 hasta 2018, los escaladores acuden año tras año en riadas, ocasionando puntuales colapsos de acceso a sus cimas por la congestión de coloridas colas de alpinistas que se agolpan para alcanzar y coronar algunos de sus elevados picos. En algo más de 100 años, más de 280 personas han encontrado la muerte en sus laderas, entre sherpas y escaladores. Unos movidos por ese persistente, engañoso tal vez, sentimiento de superar sus propios límites personales, los otros, como único medio de aportar ingresos extra en aquellas zonas tan remotas y yermas de la geografía asiática. La mayoría de cadáveres son abandonados en las nieves perpetuas de las alturas. No muchos familiares disponen de los recursos suficientes para costear una operación de rescate que puede oscilar entre los 40.000 y los 80.000 dólares. Los mismos alpinistas dejan indicaciones, para el caso de muerte durante el ascenso, de que sus cuerpos queden en la montaña, para que nadie exponga su vida en un rescate de un cuerpo que ya la ha perdido.
El más conocido, el monte Everest, no es ni de lejos el más mortífero si analizamos el porcentaje de número de fallecidos por ascensión exitosa. A la cabeza en ese funesto podio de muerte se sitúa el Annapurna I, con un 28% de fallecidos sobre coronaciones exitosas. Le sigue el monte K2 con un 24% de defunciones. Y en tercer lugar, el Nanga Parbat con un 20% de mortalidad sobre cimas logradas.
Y como el ser humano presenta siempre una tendencia natural hacia el reduccionismo matemático y estadístico, se hacía necesario confeccionar un ranking específico que aglutinara a las actuales modalidades deportivas que mayor riesgo entrañan para sus practicantes:
1- El Salto Base mantiene la supremacía total de peligrosidad, con una tasa de muerte de 1 entre 2.300 saltos.
2- El paracaidismo reduce la tasa de fallecimientos a 1 entre 75.000 saltos.
3- El Solo integral, muy peligroso, con 1 muerto cada 27.000 escaladas.
4- El buceo en cavernas, muy mortífero también por la desorientación y pérdida de oxígeno durante inhóspitas exploraciones de grutas anegadas.
5- El Town surf practicado por surfistas desmotivados y aburridos que ya sólo se suben en la tabla cuando las condiciones metereológicas son capaces de generar vientos huracanados y olas de más de 8 metros de altura, tan inmensas que en su desplome te arrastrará hasta el fondo del mar, sin darte opción alguna para asomar la cabeza y tomar algo de oxígeno.
6- El alpinismo, con cifras muy elevadas de fallecidos todos los años en montañas supuestamente más civilizadas que los temibles ochomiles asiáticos, como los Alpes.
7- El Street Luge, reciente modalidad de descenso urbano o inter-urbano, entre calles y carreteras, mediante la cual el participante se recuesta boca arriba sobre una especie de trineo de asfalto, de estructura de aluminio, enfundado el cuerpo en un traje de cuero como el de los motoristas profesionales, y que consigue alcanzar velocidades de descenso de hasta 180Km/h, con el aliciente adicional de rodar entre el tráfico real . Fascinante.

Heli skiing with Powder Mountain Heli Skiing

8- El Heli-Ski, que contempla la interesante opción de que un helicóptero te acerque hasta una colina nevada, normalmente de acceso prohibido, y te deje caer sobre la misma, completamente equipado para ello, ya sea con tus skies o con tu tabla de snowboard, mientras comienzas a descender realizando cuantas más cabriolas fueran posibles a la vez que un alud de nieve que tú mismo has provocado se abalanza en pos de ti para engullirte furioso por la osadía de perturbar su sueño tranquilo.
9- El rafting extremo que sólo se ha diseñado para descensos por cauces de aguas bravas, corrientes intratables, cascadas no planificadas, y todo tipo de accidentes geográficos no contemplados en ningún descenso previo.
10- Y por último, si bien no por ser menos peligroso, el Motocross Freestyle, que en la actualidad llena estadios, al igual que hacían las luchas de gladiadores en la antigua Roma, por todo el mundo para disfrutar de imposibles saltos y piruetas acrobáticas de jóvenes pilotos que se retan buscando el salto que ningún otro será capaz de ejecutar.
Por otra parte, algunas conocidas marcas de estimulantes bebidas denominadas energéticas han desarrollado agresivas campañas publicitarias consistentes en impresionantes escenificaciones mediáticas, retransmitidas por sus propios canales de distribución, con visualizaciones multitudinarias, y eventos locales en mercados internos con finalidades muy concretas.
La idea es asociar las supuestas propiedades energéticas de sus productos a gestas deportivas extremas mediante las cuales, los modernos gladiadores de hoy en día son capaces de superar algunos de los siguientes retos humanos:
1- El salto en moto de mayor longitud (110 metros).
2- Hacer competir a un esquiador profesional con un monoplaza de Fórmula 1 descendiendo ambos en una loca carrera por una pista de sky.
3- Superar el récord de velocidad de descenso en bici.
4- El mayor salto humano por un acantilado, superando los 120Km/h.
5- El salto con moto de nieve más largo.
6- El mayor salto con un turismo de rally en la nieve.
7- Speedriding, en Alaska, salto con skie y paracaídas, entre montañas y acantilados.
8- El Salto Base récord a mayor altura y mayor velocidad de descenso.
9- El salto en kayak a mayor altura, con 40 metros de caída, y a una velocidad superior a los 130Km/h.
10- El único salto desde la estratosfera, a 40mil metros de altura.
Metafóricamente, alguna bebida en particular, tras su ingesta, te va a dar alas, como así lo expresa su ya mítica publicidad mundial. No son alas literales, por supuesto. Representa que la bebida va a darte un «punch» de energía adicional en tu organismo, en algunas circunstancias de agotamiento puntual.
Algo se nota, no digo que no, pero de ahí a pretender asociar la marca con toda una serie de proezas extremas me parece un juego peligrosamente manipulador y hasta cierto punto, imprudente.
Es más, varios familiares de accidentados deportistas que han participado en tales eventos han denunciado las peligrosas consecuencias y condiciones de trabajo que han padecido sus seres queridos, por no prever y advertir con el rigor suficiente de las graves secuelas físicas que se derivan por no ejecutar correctamente los retos a los que se les animan.
Durante la Red Bull Rampage, el piloto de Motocross Freestyle, Paul Basagoitia sufrió una brutal caída con resultado de la vértebra T12 fracturada. Para intentar conseguir que Paul volviera a caminar, la familia se vio obligada a abrir una cuenta solidaria que ayudase a financiar las costosas intervenciones quirúrgicas y el tratamiento de rehabilitación posterior.
Cameron Sinclair, en su último salto de la ronda con otros competidores, en la Red Bull X-Fighters, en Las Ventas de Madrid, no imprimió la velocidad suficiente en su moto de cross para permitirle ejecutar su doble backflip en el aire. El segundo giro que estaba ensayado no pudo completarse por lo que calló estrepitosamente sobre la pista de tierra. Intervenido de vida o muerte en el Hospital Gregorio Marañón, se enfrentó a terribles traumatismos con rotura de tráquea, clavícula, varias costillas, hígado muy dañado y coágulos en el cerebro.
Debemos preguntarnos entonces, a la luz de toda esta información, no tanto si conviene o no divulgar toda esta serie de excentricidades deportivas, llenas de éxitos pero también de lamentables fracasos, sino de si realmente merece ser reconocido públicamente un logro que estadísticamente acarrea como peor resultado, no ya dejar de conseguirlo, sino la muerte misma. Peor todavía, cuando la consecución de uno de esos retos imposibles se alienta mediante cuestionables compensaciones económicas que escasamente consiguen cubrir el riesgo asumido.
A todos esos «bird men», a todos esos «crazy bikers», a todos esos alpinistas acumuladores de ochomiles, a todos esos escaladores solitarios sin cuerdas ni sujeciones… A todos ellos les diría yo: «¿ Acaso no es más interesante explicar tu historia, al final del camino, cuando la vejez te haya alcanzado, y no una muerte prematura que priva a los tuyos de tu presencia en tu aniversario, año tras año, Navidad tras Navidad, en la boda de tu hermana pequeña, en los dientes que canjea Ratón Pérez de tus hijos no nacidos, de tus sobrinos, testigos silenciosos y tristes de una ausencia que poco o nada puede aportar a un espíritu de superación que te condujo irremisiblemente a la muerte?»
Le diría, también; «Querido hijo, querida hermana, tenlo bien claro; tu presencia hoy entre nosotros me resulta infinítamente más gratificante y reconfortante que cualquiera de esas piruetas que eres capaz de realizar. Y que tengas presente, que tengas bien presente, que cuando saltas desde el acantilado, enfundado en tu traje planeador , cruzando como un rayo los desfiladeros de lacerante roca basáltica, no sólo estás desafiando las leyes de la física que Dios o la evolución nos impuso sino que desafías al mismo tiempo las mismas leyes del amor que probablemente te trajeron a este mundo.»
Y sin embargo, si la libertad que ejerce mi hijo al decidir cómo quiere vivir los días que se le han entregado en este mundo topa con mi voluntad de conservarlo, quién soy yo para decirle lo contrario. Si en su balanza pesa más lo uno sobre lo otro, él ya ha tomado su decisión. Y su decisión es la expresión de su libertad.
Vuela entonces hijo mío.