Me le quedé mirando fijamente. No había movimiento. En estas horas de la noche el brillo del monitor y el sonido de la calle creaban su presencia intangible entre suspiros. Yo no me movía. Permanecer inmóvil era un poco más de estrategia. Estaba atenta. Miraba sus movimientos cansados en el teclado. La media luz y el humo del cigarro haciendo turbio el aroma de una lluvia que se anuncia. Él me ignoraba, o no. Nunca me ignora realmente. Asume mi presencia como parte de su entorno natural en este pequeño estudio que ha convertido en su guarida. Yo soy como el lienzo de allá, o el bote manchado con pinceles que narran en su piel las batallas al óleo. Es un buen artista, supongo. Yo no puedo determinarlo. A veces logra cosas que me gustan, cierto, pero a mí igual y me gusta un atardecer, o el zumbido de una mosca, o el aroma de lodo fresco en sus botas. No soy lo que alguien llamaría un crítico de arte, pero yo no lo definiría como un artista. Mira con ojos cansados el monitor. Trabaja de día en sus lienzos, para aprovechar la luz que generosamente aúlla en este agujero de ladrillos, pero apenas oscurece, su vida la ilumina el monitor. No me molesta, ni inoportuna su compañía. Si no estuviera, quizás lo extrañaría. Quizás primero miraría con extrañeza su olvido, me quedaría, tal vez, unas horas. Esperaría, sí, no demasiado. Y luego me iría. Creo que él es lo más cerca que he estado del verdadero amor, no sé si perdonaría su atrevimiento de irse.
Pero él no se va. Durante el día danza con sus oleos, y me habla, y me pide que los mire. Tiene mi atención, por momentos. También tengo mis propios intereses. A veces hago gimnasia y me cuelgo de las cortinas, simulando esas hermosas danzas humanas con seda colgadas de altos techos en los circos. A veces se trata, sólo de dejar que el sol acaricie mi hermoso cuerpo, y que lo abrace con la calma y pasión que sólo sus rayos pueden hacerte sentir. Otras, estoy de cacería de cosas imposibles: fantasmas, botones perdidos, llaves ruidosas, animalejos y alimañas. Con todo, me doy mi tiempo para atenderlo. Lo necesita. Sin mi mirada su arte vale menos, sin mi indiferencia, el paisaje de su guarida está incompleto. Soy una parte importante de su ecuación de vida.
Él mira con atención el monitor, escribe un poco, espera respuesta, es como si estuviera interactuando con alguien o algo de alguna manera. Pierdo mi paciencia y exijo su atención, tengo hambre.
“MIAU”, exijo claro y fuerte. Él voltea como saliendo de su trance. – Es cierto, gatita, no has comido, te daré tu atún.- ¡Es listo! -Me digo. -Por eso lo escogí. -y caminamos los dos triunfantes hacia la alacena.
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