Dos cosas aprendí con este grupo de Salud y románico: la primera, que ellos siempre creyeron que era su mascota cuando en realidad fui quien los acabé apadrinando y, la segunda, la diferencia entre "la pela" y La Pela, pues mientras aquella es el tributo que exigen los falsos profetas del románico a cambio de sus fotografías o conferencias para compartir escasos conocimientos amparados en la efímera fama del celofán de su título o del número de visitas de su página facebook, La Pela, con mayúscula, es un precioso espacio orográfico de la Somosierra que antaño fue nexo de unión de tierras y gentes entre las provincias de Segovia, Soria y Guadalajara y hoy límite y separación política entre dos Comunidades Autónomas, que para esta charpa de locos por el románico visitarla y entrar a conocer sus templos para compartirlos con generosidad, no sólo les cuesta tiempo y esfuerzo, sino también las pelas.
En un mes de 2012 me trasladé con ellos al extremo noroeste de la zona guadalajareña de La Pela atencina para visitar un pequeño templo hundido en el amplio valle que riega el río Bornoba y conocer un gran templo, hoy relegado a ermita: Santa Coloma. Se encuentra rodeado de árboles en un lugar encantador. Parece ser que en 1197 se instaló allí una comunidad de canónigos regulares agustinos quienes construyeron el templo, aunque versiones más modernas e interesadas teorías por el morbo y resucitado interés que en tiempos presentes despierta el estudio esotérico que rodea a la enigmática Orden del Temple, intentan atribuir su autoría a esta orden militar y a su heredera de San Juan, basándose en el simbolismos de capiteles, cruces patadas, estrellas de ocho puntas talladas en las celosías pétreas de su ábside, ventanas y grabados.
Se accede a la nave única del templo a través de una puerta con arco gótico rebajado que adornan capiteles vegetales y geométricos,
y en el lado opuesto, con su espadaña triangular de tres vanos.
El ábside es semicircular aunque su planta apunta formas poligonales, y está dividido en cinco tramos con cuatro haces de columnillas exentas de remate ornamental de capitel alguno, lo que demostraría de que esta obra fue inacabada. Al interior un arco triunfal, y al lado del presbiterio unos arquillos que dan entrada a dos capillitas. A los pies, el coro alto.
En los tramos centrales del ábside, unos ventanales de caladas celosías que parecen hechas de puro encaje y, centrada, una cruz de ocho puntas.
El resto de la cabecera y a cada lado, dos absidiolos de planta cuadrada con óculos de celosía geométrica en cuyo muñón central aparece tallada una exuberante exalfa o Sello de Salomón, que sugiere una intervención de talleres foráneos en su factura.
Permanecer en su interior largas horas, en silencio y en soledad, contemplando la tenue luz del atardecer tamizada por las celosías, me hizo comprender algunas de esas sensaciones que esta gentuza da en llamar misterio, misticidad o paz interior.
Mongui ha muerto y me deja desolado. Compañero, aventurero románico y vital desde hace doce años, se marcha al Edén y me deja un profundo vacío. Con el recorrí todo el románico hispano y extranjero. Manuel Gila (Almería)