Me pidió disfrutar de románico prometiéndome compensarme con un paseo en magnífica naturaleza y elegí Anento, un pueblecito zaragozano de la comarca de Daroca limítrofe con la provincia de Teruel donde los belos reinaron antes de ser expulsados por los romanos y aparecer mencionado en 1357 cuando las tropas castellanas atacaron sin éxito su castillo.
Construido al final del románico, el templo de San Blas se configura como edificación de tradición románica tardía, del sur del Ebro, compuesto de una única nave cubierta con bóveda de cañón apuntada sobre arcos fajones con una torre añadida dos siglos más tarde, de planta cuadrada y funciones de campanario, de tres estancias superpuestas a las que se accede a través de escalera de caracol y coronada con almenas.
En su cabecera, ocupa el ábside un retablo gótico de 7 metros de alto por 6,8 de ancho y 37 tablas con la Virgen de la Misericordia, el santo de su advocación, otra de San Zenón y la curiosa representación de Santo Tomás Becket culminando un sotobanco con imágenes de la Pasión
Pero que, en mi canina opinión, deslucen y restan protagonismo a las pinturas que oculta y que tanto me recuerdan al Maestro del templo de San Juan de Daroca.
El atrio gótico, fruto de los desperfectos sufridos por el templo durante la Guerra de los Pedros, cobija su portalada románica con arquivoltas exteriores talladas en flores y zigzás o dientes de sierra.
apeando su lado derecho en pilastra coronada con capitel que conserva curiosa carita.
Pero como los canecillos no me merecían mucho interés, reclamé con insistencia el cumplimiento de lo prometido. ¡ Que yo iba a lo que iba, gente!.
Iniciamos un recorrido de un kilómetro desde el pueblo a un lugar idílico por cómodo sendero hasta el paraje de Aguallueve por las gotitas calabobos que mana de sus paredes, y desde donde parten dos senderos que recorren la vega que cruza un arroyo de puras aguas.
Media horita de cómodo paseo viendo el peirón mudéjar de la Virgen del Pilar
hasta llegar a un embalse desde donde disfrutar del verdor del valle y los riscos kársticos que moldeados por el agua de los numerosos manantiales, crean un entorno grandioso en su pequeño bosquecillo.
Por unos días mi paseo urbano quedó interrumpido y me sentí perro. Seguramente para ellos era como llevarme de Eramus. En fin.... ¡que están-en-tó esta gentuzilla!.
Mongui ha muerto y me deja desolado. Compañero, aventurero románico y vital desde hace doce años, se marcha al Edén y me deja un profundo vacío. Con el recorrí todo el románico hispano y extranjero. Manuel Gila (Almería)