Gran Guía de Templos Románicos
Colegiata de El Salvador | San Salvador de Cantamuga
Así reza la escritura de donación que en 1181 realizara Alfonso VIII a favor del obispo palentino don Raimundo, en compensación por la disminución que éste había sufrido en la administración de la ciudad de su sede. Y a su tenor, deben desvanecerse discusiones fatuas entre su denominación Cantamuda ( con leyenda incluida de la muda que habló) o Cantamuga, campo de límite o frontera.
Subamos pues al Condado de la Pernía creado en 1185 por Afonso VIII para disfrutar de esta abadía de renombre con dignidad en la mismísima catedral diocesana, recordando influencias asturianas y mozárabes. La Colegiata se debe a doña María Elvira, sobrina del rey Fernando I, como fundadora de su templo, en los que los volúmenes de su cabecera nos hacen pensar en una composición similar a la de los templos basilicales de tres ábsides, crucero y cimborrio prismático de sección cuadrangular, cuando el interior nos sorprende con una solución arquitectónica diferente en la que el cimborrio no tiene cúpula sino ojiva, lo que nos previene ya acerca de la fecha de su construcción poniendo en duda la frecuente y generalmente asumida fecha de 1181 para poder mantener que fuera alzada a partir del año 1200, pues la realización de ojiva desde los cimientos, los cañones apuntados y la nervadura del hemiciclo del ábside mayor dan suficiente apoyatura para comprender que no se trata de una reconversión sino inicial del propio e inicial proyecto.
El exterior se nos ofrece con un ábside seccionado por contrafuertes que a la altura de su imposta apoya en columnillas geminadas hasta el alero sirviendo de base a tres vanos, mientras que los absidiolos laterales repiten la misma construcción pero con un solo vano. El cuerpo cúbico del crucero, cubierto por tejado a cuatro aguas, sobresale de los ábsides y del crucero y se sostiene en alero decorado por canecillos de animales, barriles, frutos y personajes con armadura.
Otro cubo adyacente comunica el campanario a través de escalera de caracol.
En el lado meridional, la puerta de acceso bajo porche.
El interior es de planta de cruz latina y nave corta que desemboca en cabecera con tres ábsides semicirculares. Construido con sillares oscuros y rojizos su estructura es obra de montañeses que mezclan secuencias constructivas arcaizantes con innovadoras consiguiendo un estilo retardatario.
En San Salvador, la espadaña me sobrecogió. Me vine de aquel lugar sin saber si tal obra magnífica era un símbolo axial que conecta los centros de los estados existenciales en un intento de acercarse a cualquier dios, o los "inmortales ojos de Froilán de Lózar mirando al infinito...".