Edén en Caracena

Publicado el 28 septiembre 2021 por Monpalentina @FFroi

Calles vacías y esa fina hierba creciendo entre el empedrado son el triste testimonio de que ya no hay ni pisadas suficientes de enamorados del románico para contenerla. Y sin embargo fue una villa pujante que motivó intereses y pugnas políticas y religiosas para mantenerla hasta el punto que fue objeto de pleitos diocesanos entre Osma y Sigüenza como revela la sentencia del Cardenal Guido en 1136 donde aparece documentada por vez primera en la que otorga " Caracenam cum omnibus aldeis suis" (Fresno, Sotillos y Peralejo) a la jurisdicción de Siguenza que Alfonso VII recuperaría mediante permuta por Serón en 1138 a su obispo don Bernardo hasta que el 7 de octubre de 1140 fuera restituida a la Diócesis para ser, nuevamente, objeto de cambio de la Sigüenza alta seis años después.

Dos años después, aquel 2009 volví por segunda vez a contemplar sus magníficos monumentos románicos del segundo cuarto del siglo XII. Comenzamos, como de costumbre por el templo de arriba dedicado a San Pedro, monumento de una sola nave con galería de arenisca en la puerta de Oriente y sus siete arcos en el frente meridional de los cuales el tercero es el de acceso rompiendo la estructura consagrada a la puerta central.

Los apoyos son de doble fuste excepto en los de la puerta, que son cuádruples y uno de ellos torsado. La cornisa de su alero se sostiene por canecillos historiados donde no falta mi coleguilla.

Los capiteles de la galería, de estilo silense, pura fantasía. El primero, pájaros y centauro disparando su arco.

El segundo, lucha de dos caballeros con cota de malla y capaces cónicos, uno con escudo oval y otro con rodela.

El tercero, pájaros picoteando cabeza de cuadrúpedos.

El quinto, las tres Marías y el sepulcro vacío.

El sexto dedicado a doce figuras eclesiásticas con bonete y túnica.

El séptimo, la hidra de siete cabezas.

Y el último con la caza del jabalí.

Su interior, extremadamente reformado, mantiene los arcos apuntados apoyados en capiteles vegetales que desembocan en el ábside cubierto por la imagen del patrón.

En exterior con su cabecera absidial y cornisa de la nave cubierta por canecillos excitantes.

En donde no falta ni el trifonte de la Prudencia.

El cazador tocando el cuerno.

Mientras el labrador, trabaja la tierra.

Desde allí, subida al castillo en ruinas, testigo mudo de la imparable decadencia actual.

Bajada al templo de Santa María, de una nave con dos puertas.

La del Sur, abilletada iniciando herradura que proporciona el acceso.

Y la del Norte, con lóbulos que apoya en capiteles bulbosos, cegada

y un ábside que ostenta una preciosa ventana con arquivolta de trenzados sobre columnitas con capiteles de cuadrúpedos sobre el que se alza la torre cuadrada y tosca.

La ventana del muro Oeste, una filigrana de celosía de piedra calada al borde del vertiginoso corte de la peña sobre la que se asienta.

Picota, picota por no detener tan doloroso abandono.