GRAN GUÍA TEMPLOS ROMÁNICOS
Ermita de San Román
No existen datos sobre su primitiva construcción, pues la primera vez que aparece mencionada esta ermita es en 1501 cuando tenían lugar en ella la reunión de Concejo entre Escalante y Argoños para delimitar sus respetivos territorios, o bien en 1641 con ocasión de venta de terrenos y otro de 1749 cuando el obispo de Burgos reconoce su propiedad a Ventura Santelices, corregidor peruano de Potosí. Sin embargo, por el tipo de su escultura, muy similar a la vista en Bareyo y Siones, podría datarse de finales del siglo XI o comienzos del siguiente. Y como actualmente forma parte privada de un complejo hostelero junto a la casona de Jado, siglo XV, allí que quiso tomarse el aperitivo un día de agosto de 2011.
La ermita de San Román, reducida, pequeña y sencilla, es de nave única y cabecera con presbiterio rectangular estrecho.
Entrada a mediodía y dos ventanas o vanos, uno en el eje del ábside y otro en el muro meridional del presbiterio.
El exterior de mampostería, excepto los esquinales que lo son de sillares.
Canecillos desgastados de rollos y cabezas de animales en cabecera y muros.
El interior con capiteles, fustes y basas tallados.
En el del ábside, una Virgen sedente y policromada, reposa al Niño sobre sus rodillas. El fuste de esta columna del evangelio es liso, y lleva una impresionante Virgen, casi de bulto, con el Niño sentado sobre sus rodillas, siendo sostenido con las dos manos de su madre. Ocupa la escultura más de la mitad de la largura del fuste, que está formado por dos tambores. El tambor más largo lo llena la escultura, de marcado bulto, y la mitad de un entrelazo de dos cabos que desde los pedules de la madre baja en vertical hasta el final del fuste, es decir, parece una especie de cadena perfectamente geometrizada. La cabeza y el cuerpo de la Virgen se adaptan a la misma verticalidad del fuste, de manera que toda la talla ofrece una larga dimensión rectangular. La cabeza de la Virgen está cubierta con ajustada toca que se aprieta a la barbilla con estrecho barbuquejo. Viste con, al menos, una aljuba y una saya con pliegues verticales redondeados que llegan hasta los pedules, bien marcados, en un aspecto de simplicidad geométrica, como tubos de órgano, que vuelve a señalarnos el deseo de síntesis de estos maestros. El frontalismo de la figura es casi total y sigue la línea más simbólica del estilo románico, más imagen solemne de adoración que de comunicación o de relato. El manto de la Virgen conserva gran parte de su policromía en rojo.
Cariátide seccionada. Lo que queda es sólo el busto de una figura masculina, que lleva sobre su cabeza, pero trabajada sobre el fuste, una cruz, sin duda para señalar el carácter santificado del personaje. Este muestra el cabello al aire que le cae en mechones sobre las orejas; barba y bigote, y una capa de cuello en pico con pliegues paralelos pero curvos, que parecen brotar, como abanico, de un libro abierto que sostuvo en su día con ambas manos que, también, desgraciadamente, han sido barbaramente picadas. Difícil es saber a quién representa esta bella e inquietante figura. ¿Es San Román, el titular de la ermita?
¿Es un abad o un San Benito mostrando su Regla? Todo es posible, pero nada es seguro. Tiene sin duda un aire de monje, pero su rostro, que parece mirarnos con una silenciosa y asustada impasibilidad, sólo consigue acentuar en nosotros la compasión.
Y capitel de la Matanza de los inocentes. Dos soldados aparecen en el momento de cortar con espadas las cabezas de dos niños que exhiben en alto con su mano izquierda; a continuación unas mujeres demuestran su dolor mesándose los cabellos
Un recóndito lugar cántabro donde mesa, reposo y románico se dan la mano en perfecta comunión.