Estuve un par de días en mi ciudad natal y regresé con dos regalos bajo el brazo, obsequios de Concha González: el volumen “Detalles invisibles”, de Pablo Pérez-Mínguez, y una caja que reúne la poesía completa de Claudio Rodríguez. “Detalles invisibles” es un muestrario o catálogo de la obra fotográfica de Pérez-Mínguez, uno de los fotógrafos de la movida madrileña. El libro fue publicado por el Ministerio de Cultura hará un par de años, con motivo de la muestra exhibida en el Museo de América de Madrid. Esas mismas imágenes pueden verse estos días en la Sala de Exposiciones de la Biblioteca Pública de Zamora. Se inauguró hace un mes y medio y aún faltan unos diez días para su clausura, de modo que tal vez todo el mundo (los interesados, al menos) la haya visto. Como no he podido acudir, me conformo con esta maravilla de edición, los “Detalles invisibles” donde aparecen playas populosas, yugos y flechas en las fachadas del Madrid de los 70, desnudos, amaneceres y crepúsculos y caras conocidas: Alaska, Pedro Almodóvar travestido o Joaquín Sabina maquillado como un boxeador que acaba de bajar del ring. La expo, por cierto, abarca trabajos del fotógrafo desde 1968 hasta 2008.
La caja donde se compila la poesía completa de Claudio Rodríguez contiene, en realidad, no un volumen, sino cinco. Cinco libros sin notas al pie ni estudios críticos ni bibliografías: sólo la obra desnuda, liberada de carroñeros y de erratas, limpia y concisa, con una imagen de Claudio en la primera página de cada ejemplar. Las cubiertas son sobrias: el título y el nombre y apellido del autor y un suave trazo de rotulador mediando entre ambos. Lo publicó el año pasado el Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo, con la colaboración del Seminario Permanente Claudio Rodríguez. Tengo en mi biblioteca el volumen completo que antaño editaron los de Tusquets, pero me alegra esta reedición: las cinco obras por separado, a saber, “Don de la ebriedad”, “Conjuros”, “Alianza y condena”, “El vuelo de la celebración” y “Casi una leyenda”. Esta recopilación la ha coordinado el escritor y amigo Tomás Sánchez Santiago. Da gusto olerla y palparla. Posee algo, el papel, que jamás conseguirán copiar las nuevas tecnologías. No estoy en contra del libro electrónico, me parece un buen invento para quienes quieren despejar la casa de volúmenes y no desean cargar mamotretos en la maleta cuando se van de viaje (ejemplo que indica que a mí no me vendría mal utilizarlo en los desplazamientos: en mi último trayecto en avión, al facturar, me dijeron que a la maleta le sobraba un kilo: y era un kilo de libros), pero sigo prefiriendo el tacto y el aroma del papel. Esto, por supuesto, me convierte a los ojos de algunos en un hombre de las cavernas. Aunque, como yo digo: siempre molan más unas bragas que la foto de unas bragas. Por eso el papel es auténtico. La razón más evidente, y aquí hablo desde el punto de vista de los escritores y no de los lectores, es que todo dios alardea de lo que le gusta el libro electrónico y el pdf, pero todo dios está loco por publicar en papel. No encontrarán a nadie que se conforme con editar sólo en digital.
A propósito de Claudio, las jornadas sobre su obra y su figura continuarán a finales de este mes de noviembre: las IV Jornadas, a celebrar en la Biblioteca Pública de Zamora, llevan por título “El lugar de la utopía”. Tres días trufados de conferencias, lecturas y debates. Como participa bastante gente y aquí no tenemos espacio, no vamos a nombrar a unos y a otros no. Así que les emplazo a buscar el programa de mano.
El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla