De los diferentes actores que intervienen en este nuevo escenario, el más llorica de todos está siendo la llamada “industria musical” –y de su mano los Bosé, Marta Sánchez, Alejandrito Sanz y demás millonarios comprometidos con la causa–. Sus dificultades de adaptación están siendo enormes, las compañías han reaccionado tarde y mal, tratando de poner puertas al campo –a fin de mantener su privilegiada posición de intermediarios– en lugar de aceptar que la revolución 2.0 no tiene marcha atrás y exige nuevas y específicas estrategias. Por el camino, estos grandes sellos están perdiendo una buena porción de la “parte del pastel” que hasta hace poco se embolsaban sin aportar apenas valor al mercado, y lo cierto es que el sector aún no ha tocado fondo.
Y yo que me alegro. Mucho. Por varias razones. Gritad todos conmigo: ¡que se joda la industria musical!
Tengo intención de ir denunciando por escrito los innumerables abusos y atropellos que durante los últimos años han cometido las casas de discos, me refiero particularmente a las más poderosas. Hoy es el turno del CD, ese formato abominable mediante el cual nos han estado robando la pasta impunemente. Intentaré ser breve.
No se trata ya de que nos hayan estado vendiendo a un precio desorbitado un soporte que, en el mejor de los casos, suena como el vinilo. Tampoco de que su valor intrínseco como objeto sea mucho menor que el del LP –que también–, a pesar de lo cual lo hemos estado pagando, como digo, mucho más caro. Lo verdaderamente indignante e imperdonable, lo que clama al cielo y debería poder ser perseguido como delito, es que dichos CD’s hayan sido grabados por las compañías discográficas a mucha menor calidad de la que la tecnología les permitía, lo que explica en muchos casos ese enorme salto que hay del vinilo al puto posavasos. Vamos con el tutorial, la prueba del algodón.
Lo que quiere decir es que muchísimos de los CD’s que nos han estado vendiendo estos años –sobre todo los pertenecientes a los fondos de catálogo– están grabados a una calidad muy inferior , por ejemplo, a la que hoy en día es considerada el estándar del formato mp3 –320 kbps–. Lo que quiere decir es que, por muy buen reproductor de CD y ampli que tengamos, una cantidad de información importantísima a nivel sensorial –información necesaria para que la música nos llegue, nos emocione– nos ha sido escamoteada debido a una decisión humana –no a una limitación tecnológica–, de modo que muchos Cd’s nunca llegarán a sonar tan siquiera como lo hace un mp3 de calidad –no digamos un buen vinilo, unCD bien grabado o un archivo WAV– reproducido desde el mismo equipo. Lo que quiere decir es que las grandes compañías discográficas –excepciones haylas, aunque la práctica ha sido habitual– han pasado varios años grabando los CD’s a mucha menor calidad de lo que la tecnología posibilitaba, regateando costes en el proceso de transferencia de master a copia, sencillamente porque, a la hora de producir, eso les permitía tirar más unidades en menos tiempo –el motivo es así de nimio–. Lo que quiere decir es que lo único que les ha importado a estas mismas compañías ha sido sacarnos cuanto más dinero mejor en el menor tiempo posible –el cortoplacismo como estrategia empresarial, les saldrá caro–, pasando de nosotros como de la mierda, y demostrando una total falta de respeto hacia el amor que sentimos por la música y hacia la música misma. –igual les hubiera dado comerciar con bandejas de chuleta de aguja de puerco, me temo–. Lo que quiere decir es que esta panda de sinvergüenzas ha estado levantándose un pastón indecente a fuerza de darnos sistemáticamente y sin el menor pudor gato por liebre, así de simple, cuando el soporte en sí –el CD– y la tecnología asociada admitían perfectamente la codificación de la música original sin pérdida perceptible de calidad.
Y ahora se les va el tinglado al garete y encima lloran, y le echan la culpa a la piratería y al top manta, a internet y a las descargas, como si ellos no hubiesen contribuido con su mala práctica a cargarse el mercado. ¿Quién coño se está atreviendo a acusarnos a nosotros de piratas?
Por motivos que no vienen al caso, servidor decidió pasarse en el año 2000 al formato CD. Durante la última década, he dedicado la parte más importante del dinero que no se tragaban alquiler, facturas y manutención a intentar reunir una colección decente de discos de rock & roll, country, soul, garage, punk, rhythm’n'blues, new wave, power pop… Ya se sabe cómo somos los coleccionistas, quienes gastamos un dineral en nuestra querida afición, adicción; muchos nos imaginamos que llegará el día en que nos podremos sentar tranquilamente a disfrutar de la colección que, durante años de esforzada búsqueda y renuncia a otros bienes de consumo –la cosa no da para mucho–, habremos conseguido reunir. Sin ir más lejos, a menudo yo me he alucinado a mí mismo ya viejo, sentado en un butacón en mitad de una habitación dedicada por entero a la cultura popular, frente a una discoteca bien ordenada, amplia y única, reunida según un criterio estético estricto y personal, saboreando sin prisas el fruto de años de investigación, de lecturas, de educación del oído, de asistencia a conciertos, de charlas con músicos y entendidos, de fidelidad a diferentes espacios radiofónicos, de peregrinación por decenas de tiendas y ferias… Pero, ay, las cosas nunca serán tan bonitas como las anticipé. Mi gozo en un pozo, mi retiro ensoñado a la mierda. Pues cuando llegue el tan ansiado momento, me va a tocar ponerme un copia en CD del “Winds of Change” que suena y sonará sin remedio como el puto culo. Mi ilusión rota, la labor de toda una vida desperdiciada –qué dramón–, y todo gracias a la puta industria musical, esa que tanto llora la pérdida de sus antiguos privilegios.
Por mi parte, espero que se les termine cuanto antes y para siempre el chollo, y que acaben todos los implicados –incluidos los músicos colaboracionistas– en el puto paro, ya que no en el trullo, que es donde deberían estar ya. Y aún tienen los santos cojones de quejarse…
Así pues gritad gritad todos conmigo (o lo que es lo mismo, rulad cuanto os sea posible este post): ¡QUE SE JODA LA INDUSTRIA MUSICAL!
Proximamente el capítulo II: LA GUERRA SISTEMÁTICA AL PEQUEÑO DISTRIBUIDOR.
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