Editorial: El amor de Federico

Publicado el 20 mayo 2012 por Ruta42 @ruta42

En qué preciso momento ha llegado Yerma a Valladolid, justo cuando su autor, Federico García Lorca, vuelve a ser noticia. El motivo es el descubrimiento de las cartas que el poeta escribió a Juan Ramírez de Lucas, crítico y periodista, amante del escritor y protagonista de un plan truncado para escapar con él hacia delante. Lorca tampoco escapó y encontró la muerte poco después de escribir la misiva a aquel rubio de Albacete, del que habla en su Romance.

Para estudiosos lorquianos como Ian Gibson, los documentos suponen un bienvenido esclarecimiento de los últimos días convulsos en la vida de Federico. Para otros muchos, sin embargo, la misiva es simplemente otra muestra más del amor oculto, por homosexual, del granadino.

De todo lo que en Federico García Lorca es mito y figura, misteriosa y carismática, parece primar la orientación sexual. Un estigma que da buena cuenta de la poca conciencia que existe aún sobre el trabajo del escritor, que también era capaz de componer melodías de piano para sus versos, filosofar u hacer letras eternas en verso, narrativa y escena.

Federico es una de las piedras angulares en los albores del pasado siglo XX, y no es decir poco a sabiendas de lo que este periodo supuso intelectualmente en la historia de las artes y las letras española y universal.  El granadino brillaba con luz propia, y no es impensable suponerse a Lorca como un representante en la lista de los Premios Nobel de Literatura, si no se lo hubiese llevado antes de tiempo. Fue fusilado en los turbulentos años de Guerra Civil, en 1936 por  “rojo y maricón”, motivos suficientes para sus verdugos ideológicos.

“Rojo y maricón” es lo que precisamente parece que haya quedado en España sobre el autor. Los años siguientes a su ejecución fueron, por motivos obvios, una buena receta contra el olvido,  cuya sombra parece extenderse hasta la actualidad. Mientras, la familia guarda silencio sobre la condición del poeta, y ni siquiera desea que se descubra el lugar de su cuerpo.

Y mientras en España se pierde la atención en tópicos disuasorias, ya se han encargado fuera de las fronteras en valorar lo que a muchos compatriotas se les despista. No es vano que su mayor estudioso sea un irlandés, el mencionado anteriormente, Ian Gibson. También es ejemplificativa, la canción de Leonard Cohen Take this waltz, que toma su letra de un poema de Lorca, y que más tarde Ana Belén se encargaría de versionar en castellano.

Tanto en Take this waltk como en Pequeño vals vienés queda clarificado que Lorca no escribía ni cuánto ni cómo amaba a un hombre. Federico escribía sobre el amor como algo independiente y superior, inherente al ser humano por desgracia y suerte, algo de lo que beber, sentir y hacer arte. El amor de Federico es, como su propia obra, universal.

Es por eso que la figura pública no debe, o al menos no debería, influenciar en el análisis de la obra. Por ejemplo, cualquiera podrá preguntarse si la calidad musical de Lady Gaga se corresponde con su fama, o si  Andy Warhol tendría el renombre actual sin el circo mediático a su alrededor.

Ruta 42

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