Ilustración de Joseba Morales
La estampa más típica en septiembre: niños a la puerta de los colegios llorando. Y como no podía ser de otra manera, allá donde hay una acumulación de niños llorando a la puerta de un colegio el primer día del curso, estará una cámara de televisión. Que si crisis postvacacional, que si ansiedad infantil,… Nada de eso, los niños han llorado siempre y lo seguirán haciendo como pequeños quejosos que son, lo que ya es más preocupante es que toda esa angustia de los niños, pase a los padres. Y es que empezar las clases este curso 2012-2013 está siendo toda una preocupación para las familias.
“Mamá, necesito una mochila, un estuche con bolis, lapices, goma de borrar, escuadra, cartabón, un compás y un Tupper molón que el de mis amigos es de colores”. Esto es lo que se lleva últimamente, se ha añadido un nuevo concepto a los Corticoles, o se debería añadir, el Tupper. Y es que, llegados a este punto, ¿qué más se puede esperar?
Cuando el precio de todo sube, los salarios bajan e incluso desaparecen, ¿cómo tirar hacia delante? Un país no puede únicamente mirar a corto plazo y arreglar sus problemas inmediatos, ¿qué se puede esperar del futuro? Cuando el motor de una economía es la educación (y está claro que lo es), lo que no es factible ni deseable es hacer que cada vez sea más precaria.
Se encarecen las matrículas, vale, acudimos a las becas. Las becas se reducen en cantidades notables, vale, mi niño no puede estudiar, le toca ponerse a trabajar. Espera, que no hay trabajo, tendrá que salir al extranjero, espera, que no tenemos dinero. Y así constantemente. Se crea un círculo que lo único que crea es una precariedad que no asegura un futuro.
Pero ya no solo es una cuestión de que los habitantes caminen hacia delante en vez de retroceder, sino que, un país no puede permitirse volver hacia atrás, no puede permitirse una educación exclusiva para aquellos que la pueden pagar, una educación para una élite, porque esa élite, como siempre ha sucedido, quiere más y más, y eso significa ampliar horizontes, entonces, ¿qué pasa si los pocos que estudian, con el dinero que tienen, se van de España porque aquí no pueden desarrollarse? ¿Hay algo de positivo en ese modelo?
¿Es totalmente necesario recortar donde más duele al país y a sus habitantes? Lo que muchos ciudadanos piensan, y muy posiblemente no vayan muy desencaminados, es que los políticos tienen dinero suficiente como para pagar la educación de sus hijos, nietos y bisnietos si es necesario, ¿por qué preocuparse entonces del pueblo? Que ellos no tienen, que se las apañen…
Los padres, aunque sin poder respirar, y con el cinturón cada vez más y más prieto, solo quieren la felicidad de sus hijos, o bueno, la educación decente de los mismos, o quizás piensen también en que serán ellos los que les paguen su pensión cuando sean mayores, aunque visto lo visto, ¿quién mantendrá a quién?
Porque las familias no pueden permitirse pagar más de 2000 euros al año en la matrícula de su hijo universitario, cuando a la misma vez les bajan el sueldo y les suben los gastos. Esta familia quizás no pueda dar a su hijo una educación. ¿Cómo se siente un padre al ver que su hijo no puede estudiar? ¿Saldrá día a día satisfecho a afrontar su jornada? ¿Estará conforme con la vida? ¿Aplaudirá a la clase política? Está claro que lo único que es imaginable es que en aquella casa ya no se escuchará aquella frase que decía, “hijo, cuando seas arquitecto nos sacarás de pobres”.
Ruta 42
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