Editorial Revista Monolito Número IX

Publicado el 01 octubre 2013 por Javier Flores Letelier

Lejos de la discusión acerca de la posible desaparición del libro como objeto, está un problema mayor que viene afectando a la literatura desde hace años: la falta de crítica literaria. La pérdida del libro en papel se minimizará gracias al tiempo, a la costumbre; para las generaciones subsiguientes no supondrá ningún problema el hecho de no tener el libro físicamente. No hay peligro para el arte el formato en el que llegue o sea presentado éste al individuo, sí el de la carencia o falta del ejercicio de la crítica. Después de todo, obras literarias siempre habrán, el problema radica en qué calidad de literatura será ésta presentada y exhibida en años venideros. Alí Chumacero es certero al afirmar: “El crítico conduce no sólo a la lectura de los libros que están apareciendo sino que contribuye a que el caos de la imaginación, o peor aún, de las imaginaciones, se perfile como una continuidad que al fin y al cabo creará lo que llamamos tradición de la literatura”, y sentencia al señalar que “el crítico debe ser el ordenador y el orientador y entre más críticos haya mejor”. Hoy, no los hay, no existen (y si los hay no han llegado al público en general). La importancia de críticos literarios es vital para el florecimiento de una literatura trabajada, concienzuda, fresca, pero sobre todo, crítica. Con ello el autor se verá beneficiado al igual que el receptor de tales obras que será el lector, así, y solamente de esa forma se construye la cultura (la cultura del arte, la seria, no la demagógica que han implantado antropólogos y demás gente). Toda alta literatura necesita sus críticos, como en los 30 lo tuvo México con Jorge Cuesta, por poner un ejemplo. En nada le ayuda a la literatura el que sus autores se sientan realizados por el aplauso continuo a sus obras, de amigos o de ciertos círculos que muchas veces se dan por quedar bien, o para evitar un enfrentamiento con cual o tal editor y con ello generarse una enemistad que desembocará en la no publicación de obras futuras o la obtención de algún premio o beca literaria. No beneficia ni ayuda la condescendencia a la generación de nuevos lectores. El lector casual no tiene el paladar suficientemente trabajado para discernir entre una gran obra y una simple, llana y cuadrada. Consumirá lo que se le dé, y muchas veces lo que encuentra, en vez de generarle un mayor acercamiento a la literatura, lo alejará.
El crítico se encargará de dar una línea, marcar el camino, de separar la basura, de enterrar obras y hará imprescindibles a otras. La pregunta mayor es si hay un crítico actualmente que quiera hacerlo sin empacho, sin miedos, sin ligaduras, sin intereses creados.

Juan Mireles