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Muchas personas se basan en unos valores, cada uno tiene los suyos, pero algunos (muchos más de los que se podría pensar) coinciden en tener como valor supremo el respeto a los demás. Las diferencias entre unos y otros enriquecen, por supuesto, pero, al fin y al cabo, no se debe olvidar que se habla de personas, mujeres, hombres, mayores, jóvenes, de una raza u otra. Se debería valorar a las personas por ello y no como seres que reciben distinto trato.
La sociedad ha superado muchas barreras y muchos pueden engañarse a sí mismos diciendo “vivimos en una sociedad tolerante, libre e igualitaria”, pero no es así, ni mucho menos.
Muchos dirán que su actitud está conducida hacia la tolerancia, la libertad y la igualdad, y sí, en la actualidad cada vez son más los que asimilan estos tres conceptos y luchan por ellos pero, ¿por qué hay personas se afanan en dividir a la sociedad, en discriminar, en crear escalafones de importancia, en hacer sufrir a los demás mediante insultos o mofas por su condición sexual, raza o cualquier otro factor? ¿No somos todos iguales? ¿Con qué derecho pueden establecer ellos la importancia de las personas?
Es duro pensar cómo alguien puede convivir con una discriminación constante. Cuando un niño reprime sus sentimientos desde bien pequeño, cuando no puede actuar tal cual es, cuándo recibe malas caras de los demás al decir que es homosexual. ¿Quién le compensa por todo el daño acumulado en su cuerpo y mente? Aunque es muy posible que no sea una cuestión de compensar o devolver aquello que quedó en el pasado y que sigue haciendo daño en el presente, quizás es cuestión de un cambio de actitud. Pero no se puede pretender un cambio de actitud cuando se intenta defender lo indefendible, cuando un padre sigue discutiendo con su hijo gay sin ningún argumento bajo sus palabras.
Este fin de semana se ha celebrado el Día del Orgullo Gay, un clásico ya desde hace años, criticado por unos y alabado por otros. Es cierto que recibe opiniones de tipo discriminatorio, críticas que, por supuesto, no deben tenerse en consideración al ser incoherentes, intolerantes y dañinas. Pero no son pocos los que piensan que, posiblemente, ensalzar de la manera en la que se ensalza la homosexualidad en este día, no sea el mejor camino para conseguir la aceptación y la homogeneización con la sociedad. Puede parecer que este argumento esconde tras de sí pizcas de intolerancia, pero se hace patente en la sociedad una idea equivocada sobre este colectivo, en muchos casos provocada por las manifestaciones de este tipo. Estemos de acuerdo o no, lo que es innegable es que es una forma de expresión, de reivindicar la igualdad, de mostrar de una manera positiva toda la represión y la discriminación.
Formarse una idea de una imagen nunca es aconsejable, y mucho menos fiable. El colectivo homosexual son aquellos que se suben a una carroza a demostrar que no hay que tener miedo al rechazo, son también aquellos que no quieren unirse a la fiesta porque, aún sintiendo esa aceptación y conformidad total por ser homosexual, prefieren demostrarlo en su día a día, en su entorno más cercano, son todos los que lucharon en el pasado por una igualdad que aún no se ha logrado, son Lorca, Wilde, Dalí, gente que prefirió andar de puntillas, o mejor dicho, gente que se vio obligada a andar de puntillas en ese tema a pesar de pisar fuerte en la vida.
Se compara lo que se ve con una supuesta e inexistente “normalidad”. ¿Y qué es lo normal? Todo aquello que se escapa de los cánones impuestos en la sociedad es “raro”, pero cuando se dice “raro” se pretende aludir a la palabra “diferente”, y la diferencia se puede apreciar y valorar como algo positivo solo y exclusivamente si se es tolerante, si no es así, cada individuo podrá vivir en su “perfecta normalidad” que a los ojos de muchos se verá como una pretensión de superioridad que se queda en la mera mediocridad.
Ruta 42