El Del
Pueyo que yo conocí era ya un anciano. Nada que ver con el de los
cabreos ciclópeos de los que me habían hablado. Estaba recién
jubilado en 1981, cuando yo llegué a Bruselas. Las clases eran en
su casa, te recibía abajo en su estudio, siempre vestido
impecablemente con chaqueta y corbata (alguna rara vez se permitía
la libertad de recibirte en pantuflas o con un jersey) y durante toda
la clase (como mínimo de dos horas, a veces más aunque su mujer
Josette se encargaba de que nunca fuera mucho más…) apenas se
movía del sillón. Estaba enfermo, cascadico que diríamos en
Aragón pero nada senil, al contrario. Despierto, mordaz. No se le
escapaba ni una.
Solíamos
hacer una pausa a medio camino. Momento en que su mujer aprovechaba
para traernos algún zumo indescriptible: de rábano, apio, zanahoria
o puerro. “Eduagdo, Eduagdo, tómate esto que te sentagá bien”.
Asentía dócilmente con la mirada y al rato me soltaba en voz baja
un “No te cases nunca hijo, NUNCA”. No le hice caso y la verdad
que con el tiempo me he arrepentido.
En
esto de la guerra de sexos, tenía las cosas muy claras. Aún no sé
muy bien por qué, después de tocar un día el Largo e mesto
de la op.10 nº3 me dijo “…para tocar esto hay que ser un
hombre”. Yo lo interpreté como que la madurez era indispensable o
algo así pero no, en realidad se refería a hombre en el sentido
literal de la palabra: “No no, un hombre. Lo contrario de una
mujer”. Ahora con eso de la cuota, el talante y demás correcciones
políticas está mal visto. Eso sí, me enseñó unos pedales
fabulosos que jamás he visto hacer a otros pianistas.
www.miguelbaselga.com