Y es
que el hombre sabía un rato. Te decía unas cosas realmente
geniales. No sé si se le habían ocurrido a él o se las había
soplado alguien. En los glissandi de la Alborada por
ejemplo tenía el remedio perfecto. Un truco sencillísimo e
infalible. Asombrosamente fácil pero no por ello menos eficaz. Con
el principio de la Waldstein (que o bien le sobra o bien le
falta pedal) igual. En la cadencia del 1er movimiento del concierto
en Sol, también. La lista es enorme. Pero lo realmente
excepcional no era que te regalara el pescado, sino que te enseñaba
a pescar. “Hay que formar la cabeza y la mano. La cabeza para
pensar y la mano para obrar en consecuencia. Pero no te equivoques
hijo, el piano se toca más con la cabeza que con las manos. Y según
pienses las cosas, sonarán de una manera o de otra”. Una vez con
una Mazurka de Chopin me la definió como “…el tipo de
obra que se estudia cinco minutos pero se piensa cinco horas.”
Toda
una declaración de intenciones.
Vamos
a dejarnos de zarandajas. Al final la diferencia se ve en cosas
objetivas, palpables, concretas qué demonios. En un digitado, en una
idea, en un pedal, en un concepto. Pero claro, hay que saber verlos y
apreciarlos. No está al alcance de cualquiera. Que esa es otra… Y
ya que estamos hablando de fobias, cuando tocó la integral de las
sonatas de Beethoven allá por el año 78 en el Real, hubo todo un
señor Catedrático del Conservatorio de Madrid que prohibió (sí,
han leído bien, PROHIBIÓ) a sus alumnos asistir a los conciertos.
Unos años más tarde cuando le dieron el Premio Nacional de Música
(a Del Pueyo, no al catedrático de marras), me encargó que le
recogiera la placa, que se la llevara de vuelta a Bruselas y de paso
que le trajera un frasco de Floïd mentolado. Insistió en
pagármelo a pesar de mi insistencia. No hubo manera de convencerle
de que lo aceptara como regalo. “¡Te lo llevas!” fue su
respuesta. En otra ocasión me encargó que le renovara el pasaporte
en el consulado. Así me enteré de cual era su segundo apellido:
Begué. Rellenó y firmó los impresos y me dio unas fotos. Debo
reconocer que le mangué una que todavía conservo y que llevo
siempre en la cartera. No a modo de estampita pero sí como recuerdo.
Es la única que conservo.La
verdad es que su método de trabajo, la llamada silla baja,
sin ser Lourdes me ayudó muchísimo. No es momento ni lugar para
explicar su metodología pero les aseguro que funciona y que para
pianistas sin grandes facilidades innatas, entre los que sin duda me
encuentro (y les aseguro que no es falsa modestia) resuelve muchas
limitaciones.
www.miguelbaselga.com