Yo
creo que Don Eduardo, Eduagdo para su mujer, era el equilibrio
perfecto entre cartesianismo francés y arrebato hispano. Seny i
rauxa que dicen los catalanes. Por una parte te incitaba a
respetar la partitura pero por otra siempre dejaba una puerta abierta
a la improvisación, sin tenerlo todo pensado y milimetrado “…
eso es calentar recalentao”.
El día
que murió, fuimos un grupo de alumnos a su casa. Recuerdo que era de
noche. Lo habían tumbado en su cama. Era la primera vez en mi vida
que veía un muerto. Tenía un pequeño roce entre la sien y el
pómulo izquierdo. Me dijo Josette que se lo hizo al intentar
levantarse del suelo, rozándose con la alfombra. Había caído
fulminado por un infarto.
Al día
siguiente fue el entierro en la iglesia de Rhode Saint Genèse si no
recuerdo mal. Pude mantenerme sereno hasta que en la iglesia sonó el
principio de la op. 111. Entonces, no sé por qué, rompí a
llorar. Tenía al lado a Agustín León Ara. Me pasó la mano por el
hombro y me dio un achuchón. No se lo dije en aquel momento pero lo
agradecí mucho.
Unos
días más tarde, ya serenado, fui a ver a Josette. Me comentó que
quería ser enterrada a su lado. Fue la última vez que la vi.
Nunca
más he regresado a Bruselas desde entonces. En noviembre de 2013
hará 27 años de todo aquello.
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