En el enlace podéis ver el vídeo.Entrevista en vídeoTodo alrededor de Eduardo Iglesias parece literario, como si fuese una novela de Paul Auster (escritor con el que se le ha comparado) o una canción de Bruce Springsteen, músico con el que alguna vez le han confundido.Iglesias (San Sebastián, 1952) llega a la cita en el hotel Niza montado en un viejo coche americano. Habla deprisa, sin apenas probar su té. Luego, mientras posa para las fotos en el voladizo de La Concha, dialoga con simpatía con los jubilados que hacen deporte.«Eduardo Chillida fue mi amigo y mi maestro, el hombre que cambió mi vida»«Supongo que fue el empuje de mis padres lo que provocó unos hijos dedicados al arte»Acaba de publicar 'Cuando se vacían las playas', una pesimista reflexión sobre el futuro del mundo en el que vivimos. El texto, lanzado por Hermida Editores, está ya en segunda edición. Un particular detective («es como la deconstrucción del detective clásico», dice) y una bailarina de striptease protagonizan la acción, situada en un estado policial con forma de «ciudad amurallada» en el año 2036.- El libro parece, entre otras cosas, una gran metáfora sobre el futuro que nos espera.- Siempre empiezo a escribir a partir de una idea o una imagen que me inquietan. Me preocupa el mundo hacia el que vamos: las 'democracias' en las que vivimos no sólo nos están ordenando la vida, sino que nos están amedrentando. La crisis económica se ha convertido en el nuevo tótem y la hipocresía impera en la política: parece que tenemos que salir de casa asustados... Todo eso me hizo imaginar una situación en la que estas circunstancias fueran llevadas al límite.- Y sitúa la acción en el año 2036.- Sí, aunque a la velocidad que vamos, quizás podría haberla situado en el 2016 o incluso antes... Ese mundo de ciudadanos asustados está a la vuelta de la esquina.- Usted lo representa de una manera especial.- Hay una «ciudad amurallada» que representa el estado totalitario. Al lado, un parque de atracciones que simboliza la ciudad del siglo XX y al que escapan los ciudadanos para sentirse más libres. El protagonista es ese detective «místico y crepuscular», como lo definió Jesús Ferrero, un hombre que se interroga sobre sí mismo y camina hacia la rebelión. No buscaba ser más comercial al elegir un detective como protagonista: es una deconstrucción del detective clásico de la novela negra. Intento ser todo lo original que pueda ser: quizás alguien ha hecho ya antes lo que yo escribo, pero intento ser nuevo, original y no repetir fórmulas.- El conjunto del libro arroja una visión pesimista.- Según cómo lo mires. La tercera parte abre un resquicio hacia la rebelión, un punto de fuga del que se rebela contra el destino y la imposición. ¡Es una novela, y se exagera para buscar la emoción! Y hay un elogio de la naturaleza, el lugar donde uno puede sentirse mejor.- Hay un detective, una bailarina de striptease... ¿Por qué le gustan los personajes al margen de lo convencional?- Yo también soy un poco así... Siempre he sido un rebelde: mi alma es anarcoide y mi estado de ánimo también. En mi juventud viví rodeado de amigos revolucionarios y me involucré en la lucha contra Franco, pero siempre por libre.- Le han comparado varias veces con Paul Auster. ¿Comparte ecos 'austerianos' en su novela?- Auster es el posmodernismo. Para mí fue un escritor importantísimo con su idea del azar. Me gustan sus personajes fragmentarios. Yo no quiero novelas demasiado evidentes, quiero que el lector vaya descubriendo la historia a la vez que yo. Lo hacían Faulkner, De Lillo o el propio Auster: los personajes se van creando palabra a palabra, frase a frase. No sé hacia dónde voy cuando escribo.- Las ciudades tienen mucha presencia en su obra. Y la primera fue San Sebastián.- Soy donostiarra de ánimo aunque haya vivido tanto fuera. Ahora no veo a San Sebastián peor que otras veces: siempre ha sido convulsa. Era una ciudad volcada al exterior, moderna, con la virtud de estar tan contaminada por Francia. Nosotros nos escapábamos a Biarritz a comprar libros o discos. Yo también tuve mi época nacionalista, pero creo sobre todo en la idea de apertura. La metáfora de la bahía nos pesa, como si el paisaje nos encerrara, pero pienso en un San Sebastián abierto. Vengo cuanto puedo: lo que más echo de menos es el mar.- ¿Nueva York?- Viví allí muchos años. Primero con mi mujer, Susana, y luego ya con los críos pequeños. Susana hizo el doctorado en la Universidad de Columbia. Nueva York me dio, sobre todo, distancia. Fui a vivir allí con 35 años: no sufrí el deslumbramiento del chaval que se siente de repente un moderno. Yo ya era maduro. Hacía vida solitaria: escribía, viajaba en coche por el país... La condición de extranjero te enriquece como escritor. No podía vivir siempre en la calle Narrica de mi infancia viendo la misma mercería en la esquina. Vivir fuera te da melancolía, perspectiva...- ¿Qué había en esa calle Narrica de la infancia para que todos los hermanos Iglesias salieran artistas? (Cristina es escultora, Alberto músico, Lourdes música y escritora)- Fueron las circunstancias. Mi padre era un hombre muy emprendedor que vino de crío de un pueblo de Valladolid, se casó con una donostiarra y puso en marcha una empresa en Hernani. Yo trabajé un tiempo con él pero opté por criar claveles en el Pirineo navarro. Entonces todos nos soñábamos libres y buscábamos otros caminos, pero mi padre me enseñó que había que trabajar. Y esa misma idea aprendí de Eduardo Chillida.- Claro, porque usted es de la saga Iglesias pero a través de su esposa entró en la saga Chillida...- Eduardo Chillida fue mi amigo, mi maestro, el hombre que me enseñó la creación y la necesidad de hacer cada día algo nuevo... Me cambió la vida.- ¿Qué siente al ver el museo Chillida Leku cerrado?- El silencio conviene en algunos casos: vivimos momentos de algarabía. La familia ha dejado dinero durante años en ese museo sin que ninguna institución aportara nada. Queremos que el arte de Eduardo esté abierto al disfrute de todos, pero es nuestro patrimonio. Quien quiere visitar el museo de verdad llama y se le atiende.- Para acabar, se lo tengo que decir: ¡es usted igual que Bruce Springsteen!- Cuando vivía en Nueva York me lo dijeron muchas veces y en alguna ocasión hasta me confundieron. ¡Ese músico sí que es un crack!
Fuente: http://www.diariovasco.com/v/20120623/cultura/quieren-vivamos-asustados-sociedad-20120623.html