Son palabras de Eduardo Punset (Barcelona, 1936), un abogado y economista que alcanzó la popularidad como divulgador científico. Ha sido redactor económico de la BBC, director económico de la edición para América Latina del semanario The Economist y economista del Fondo Monetario Internacional.
Como especialista en temas de impacto de las nuevas tecnologías, ha sido profesor consejero de Marketing Internacional en ESADE, presidente del Instituto Tecnológico Bull, profesor de Innovación y Tecnología del Instituto de Empresa, presidente de Enher, subdirector general de Estudios Económicos y Financieros del Banco Hispanoamericano y Coordinador del Plan Estratégico para la Sociedad de la Información en Cataluña.
Tuvo un destacado papel en la transición a la democracia como Secretario General Técnico del Gobierno salido de las primeras elecciones democráticas, y en la apertura de España al exterior como Ministro de Relaciones para las Comunidades Europeas. Participó en la implantación del Estado de las Autonomías y, como Presidente de la delegación del Parlamento Europeo para Polonia, tuteló parte del proceso de transformación económica de los países del Este después de la caída del Muro.
Es autor de diversos libros sobre análisis económico y reflexión social.
Actualmente, es profesor de «Ciencia, Tecnología y Sociedad» en la Facultad de Economía del Instituto Químico de Sarrià (Universidad Ramón Llull).
Pero durante los últimos años, a horas intempestivas, aparecía su estampa de científico despistado en televisión, y con voz pausada y tranquila desentrañaba todos los misterios que nos rodean en un programa de divulgación científica (Redes) que, a pesar de todo, siempre ha tenido una solvente cuota de audiencia, presidente de la productora de contenidos audiovisuales científicos Smartplanet y autor de varios libros.
A raíz de su éxito como presentador de Redes, Punset también empezó a escribir libros cuyo principal objetivo es la divulgación del conocimiento científico. Al principio no llamaron demasiado mi atención: no eran más que recopilaciones de entrevistas u opiniones recogidas en su programa de televisión. Con el tiempo, sin embargo, Eduardo Punset ha ido formando un estilo propio de narrar lo que cientos y cientos de colegas y amigos científicos le han ido explicando. En algunos casos, incluso superando al original.
Eduardo Punset nos presenta en su segunda entrega, o mejor dicho, su segundo viaje dentro de la trilogía de felicidad, amor y poder anunciada ya por el escritor catalán. La dedicatoria de su libro no puede ser menos curiosa: “a las bacterias, gusanos, ratones y primates que nos han descubierto los secretos del amor de los humanos”. Precisamente con ellas, con la fusión de las bacterias, nació el amor hace millones de años. Punset lo tiene claro, el viaje al amor, empezó hace 3.000 millones de años y surgió “en el momento en el que una bacteria se preguntó si había alguien más ahí porque no podía vivir sola”. Una cita suya lo recoge con claridad: “Cada organismo buscaba ansiosamente en otros la energía que no tenía, la velocidad que le faltaba, la capacidad para respirar oxígeno letal o la protección frente a la incertidumbre” frente a un entorno cambiante y mutable.
Es el caso de “El viaje al amor”, un libro que no desvelará nada sustancialmente nuevo a los que ya estén versados en los últimos descubrimientos acerca del sentimiento más universal del hombre. No obstante, Punset lo explica todo de una forma tan particular, un tanto poética, incluso un tanto críptica, pero sin pedanterías ni soberbias, siempre desde el punto de vista de un hombre humilde y abrumado por el conocimiento, que leer lo ya sabido se hace tan ameno como si en realidad no se supiera.
Eduardo Punset lo sintetiza todo, lo hace comprensible, como un buen divulgador.
Pero lo más importante es que ha conseguido captar la atención de lectores que jamás se acercarían a una obra como ésta. Lectores de Pablo Cohelo o Brian Weiss, por ejemplo. Muchos supongo que esperan encontrar una suerte de librito de autoayuda para conducirse por el proceloso mundo de las relaciones amorosas. Pero no todos saldrán defraudados: al darle una oportunidad a Punset, estoy convencido de que apreciarán esta nueva perspectiva, e incluso puede que hasta les parezca más lúcida y atractiva. Porque Eduardo Punset convierte a los no científicos en científicos.
En “El viaje al amor” desgrana las claves del amor desde el punto de vista de la genética, el deseo sexual evolutivo, la neuroquímica, la belleza anatómica y demás áreas del conocimiento un tanto oscuras para el lector de la calle. Pero siempre lo intenta hacer con poesía, con reflexiones líricas, añadiéndole mucho de su experiencia personal (muchos hemos descubierto asombrados que Eduardo Punset posee sus propias y desgarradoras historias de amor).
Una de las aportaciones que Punset ofrece a la ciencia del amor es una ecuación para medirlo. Es una licencia un tanto cogida por los pelos, si se quiere, pero resume bastante bien el espíritu de su libro. La fórmula es: Amor = (a+i+x) k, que traducido sería: amor es la suma del apego personal, la inversión parental o familiar y la sexualidad, y todo ello afectado por el entorno.
En definitiva un libro diferente que explica algo ya sabido (por científicos), pero que sin duda derribará muchas ideas preconcebidas, sobre todo deudoras de la literatura romántica, que a la luz de los nuevos conocimientos ya no tienen ningún sustento.
El amor, dice Punset, tiene por cimientos la fusión entre organismos acosados por las necesidades cotidianas, como la respiración o la replicación, empujados por la necesidad de reparar daños irremediables en sus tejidos y sumidos en una búsqueda frenética de protección y seguridad. Pero, la pregunta del millón, es ¿Cuáles son las razones de una diferenciación tan elemental como la que existe entre los sexos? Una de las desventajas advierte, es “renunciar ni más ni menos que a la inmortalidad“ (la muerte aparece cuando “de dos cuerpos sale otro joven irrepetible y distinto“), porque tal diferenciación, previa al amor, apareció hace 700 millones de años para garantizar la diversidad genética y así poder adaptarse con más facilidad a entornos extremadamente cambiantes. “Individuos con diversas combinaciones genéticas incrementan las posibilidades de que, al menos uno de los descendientes, posea el conjunto de características necesarias para la supervivencia”, explica el autor del libro.
Estudios posteriores y contemporáneos, demuestran que los hombres nacen con una mayor facilidad para lidiar con sistemas como la meteorología, la caza o las máquinas y que las mujeres tienen más facilidades para desarrollar la empatía. Tal vez, la razón radique, en la división social que estableció, hace muchos millones de años, que el hombre cazará y que las mujeres se dedicarán al cuidado de los niños; lo que provocó la selección con el tiempo de los genes más apropiados de cada sexo hasta nuestros días.
Las conclusiones pero, son numerosas y sobre todo impactantes. Según Punset, el espacio neuronal que un hombre dedica al sexo es 2,5 veces mayor que en una mujer; el orgasmo de la mujer requiere una inhibición casi total de su cerebro emocional, es decir, que su cabeza esté libre de preocupaciones; a los hombres corresponde la función de pregonar sus excelentes características genéticas y a las mujeres la decisión de elegir buenos genes o buenos recursos; los artistas son más empatizadores que los científicos que serían más sistematizadores; el enamoramiento no es la condición óptima para el pensamiento creativo porque los enamorados son herméticos y concentran su atención en un solo asunto, como hacen los científicos; la antítesis del amor no es el odio, sino el desprecio (la expulsión de la cueva).
Pero todavía existen más, ya que, entre las conclusiones del escritor, destacan algunas como que el amor humano dura evolutivamente de 5 a 7 años, el tiempo necesario que debía durar para que pudieran sobrevivir los hijos ante su obvia indefensión. También dice Punset en su libro, que “sin memoria no hay amor” porque el amor surge cuando al comparar algo con nuestras experiencias anteriores es mejor, por lo que, extensivamente, la felicidad aumenta con la edad porque disponemos de más recuerdos que contrastar ante las nuevas posibilidades de un amor.
Otras de las cosas que Punset logra con su libro es la de mantener viva la lectura ávida de los interesados a través de numerosas ironías que son, sin duda, obra también de una mente maravillosa. “!Qué extraño! ¿Cómo ha podido sobrevivir la gente que nos ha precedido sin tener ni idea de lo que les pasaba por dentro?”; “las excavaciones nunca mienten, tal vez porque no pueden hablar”; “sabemos, pues, que la vida no empezó de forma tan consecuente y sosegada, con el paraíso terrenal primero (aunque fuera ardiente) convertido más tarde en un infierno para vagos y maleantes”; “hay animales tan curiosos como nosotros, pero no tan chismosos”; “Como ocurre con las drogas, cada vez se requieren dosis mayores para colmar el síndrome de abstinencia”.
El último capítulo, a modo de resumen, Punset nos ofrece la posibilidad de disfrutar de estas nuevas claves científicas sobre el amor y por ello nos propone un cuestionario para descubrir y evaluar nuestra capacidad de amar. “El amor no es ciego, los ciegos éramos nosotros”.
254 páginas
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