Sé bien cómo funciona eso de la educación diferenciada; no por lo que haya podido leer en publicaciones especializadas o conocer en prestigiosos seminarios y simposios, sino porque la viví en carne propia durante todo mi largo periplo por lo que, en aquel entonces, era la Educación General Básica (E.G.B.), desde su primero hasta su octavo. Naturalmente, y como no se le escapará a cualquier lector avisado (especialmente, por cuestión de edad), la “diferenciación” no se realizaba al amparo de ningún criterio científico de excelencia, selección o similar, sino que era algo tan simple y tan burdo como todo lo que generaba aquella moral pacata y represiva con la que se articulaba en nuestro país no solo la educación formal, o académica, sino cualquier otro aspecto de nuestra vida en sociedad. Como pregonaba aquel bodrio ¿musical? pergeñado por el ínclito Fernando Esteso, los niños, con los niños; las niñas, con las niñas. Y aunque por aquel entonces, el régimen dictatorial ya empezaba a agonizar, y los rigores con que se perseguía la transgresión de tan particular “apartheid” no eran tan severos (de la sarta de varetazos en patio público se había pasado a la bronca estentórea –eso sí, también en patio público-), no hace falta ser un lince para imaginar los perniciosos efectos que esa impregnación de culpabilidades, morbos y tabúes nos pudo generar a unos y otras (de hecho, a día de hoy, aún me sigo preguntando si los polvos —dicho sea sin segundas...— de las torpezas que puedo mostrar en el manejo de mis afectos respecto a las mujeres, no vendrán de aquellos lodos...).
La educación mixta, en consecuencia, devino en una conquista social, una más de tantas y tantas conseguidas a lo largo de un duro y espinoso camino (ríase usted del largo y tortuoso, al que cantaban los Beatles en las postrimerías de su carrera...), plagado de esfuerzos, batallas, sinsabores y empeños de muchos y muchas durante mucho tiempo. Y como todas las demás, y a salvo de lo que sean capaces de conseguir al respecto esos movimientos que en las últimas semanas se vienen desplegando en diversos lugares de España, empieza a tambalearse, mecida entre la inercia y la desidia de todos los que, en un momento dado, con la panza llena y el mando a distancia en el regazo, las dimos por conquistadas para los siglos de los siglos (y amén), sin querer darnos cuenta de que todo lo que se conquista siempre está expuesto a la amenaza de la voluntad de aquel de quien, en su momento, se arrancó (y cuyo objetivo, confeso o no, siempre será el de recuperar el status quo perdido, tan pronto como la coyuntura se lo facilite sin merma de sus poderes y caudales).
No sé si las andanadas de todos cuantos, con sus estudios de pretendido rigor científico, pretenden socavar los cimientos de un sistema educativo mixto, paritario e igualitario, llegarán a conseguir algo en ese sentido. Espero que hayamos aprendido de las torpezas y errores que, en el pasado, se pudieron cometer, al calor de tesis segregacionistas, basadas en el fundamento que fuera (raza, sexo, religión...), y haya un consenso social que ponga coto a tales dislates. Pero, si así llegara a ser, no lo será con mi anuencia, con mi tácita conformidad de borreguito silencioso: mi protesta, tan pacífica (el único arma cuyo gatillo sé apretar es la palabra...) como enérgica, constará donde corresponda. Dicho queda...
* APUNTE DEL DÍA: disfrutando de una tarde de tenis de altísimo nivel en Roland Garros: Nadal, Murray, Federer, Djokovic. No es casual que sean los cuatro primeros del ránking de la ATP, qué bien juegan los tíos... * A salto de mata LII.-