Etimológicamente, el término viene del latín emotĭo, que significa "movimiento o impulso", "aquello que te mueve hacia". Goleman se refiere a la emoción como un sentimiento y un pensamiento, un estado biológico y psicológico con tendencias a la acción que lo caracterizan. En términos formales y técnicos, la emoción es considerada como el fenómeno multidimensional caracterizado por cuatro elementos: cognitivo (cómo se llama y qué significa lo que uno siente), fisiológico (cambios biológicos experimentados), expresivo (señales corporales) y conductual (hacia dónde dirige cada emoción la conducta) como dice Begoña Ibarrola. Como su origen indica, la emoción indica movimiento, interacción con el mundo, pues la tendencia a actuar está implícita en toda emoción. La alegría, la tristeza, la ira o el enfado, y el amor se pueden considerar emociones básicas o primarias. Sin embargo, estas emociones coexisten con otras más complejas como la empatía, la vergüenza o la culpa que van apareciendo a lo largo del desarrollo personal del niño. Aunque se clasifiquen en positivas y negativas todas las emociones son válidas, no existen las que son buenas y las que son malas. Esto se realiza en función de su contribución al bienestar o al malestar, pero todas ellas cumplen funciones importantes en la vida. Las emociones, y por consiguiente la inteligencia emocional, suelen relacionarse con el hemisferio derecho y el sistema límbico. Para Francisco Mora, las emociones cumplen variadas funciones como defendernos de estímulos nocivos y aproximarnos a estímulos placenteros, hacer que las respuestas del organismo ante acontecimientos sean polivalentes y flexibles, mantener la curiosidad y el interés por el descubrimiento de lo nuevo, funcionar como lenguaje para comunicarse unos individuos con otros y almacenar y evocar memorias de una manera más efectiva. Hay que mencionar, además, otras como contribuir a la adaptación y a la supervivencia, organizar la conducta social y condicionar la interacción con los demás. Porque la emoción es lo que da el carácter a nuestras acciones y a las relaciones que construimos en base a ellas (sabio José María Toro).¿Dónde se originan y cómo evolucionan?
Los orígenes de la vida emocional y social se sitúan en el apego, en la vinculación afectiva del recién nacido con sus cuidadores principales. Este lazo afectivo constituye el sistema relacional básico que una vez formado va a regular los demás, formando un verdadero modelo interno de relaciones afectivas. Si bien es fundamental su establecimiento en la primera etapa de la vida, conforme crecen sus reacciones emocionales evolucionan. Al comienzo, los bebés perciben las emociones como un todo, como reacciones globales. Pero esta globalización emocional irá dejando paso a emociones más específicas en las que se combina tanto el propio temperamento del niño como las diferencias ligadas al estilo educativo que recibe. Las nuevas emociones irán apareciendo progresivamente, la alegría, la tristeza y la ira primero, la sorpresa, el miedo y la vergüenza después. Es conveniente señalar que las emociones de los niños son especialmente intensas en estas edades. Cualquier situación se vive de forma muy profunda y totalizadora. Estas emociones además se presentan de forma inesperada, frecuente y con poca continuidad en el tiempo. Por eso, es frecuente encontrar niños que tras un conflicto con un compañero pasa rápidamente del llanto a la risa y vuelven a jugar juntos sin que queden restos de rencor o resentimiento. Por último, tampoco tienen desarrollado el ajuste emocional entre la causa y el efecto. No hay correspondencia entre el hecho que provoca una emoción y el tipo de reacción y su intensidad: pequeñas causas provocan grandes alteraciones o satisfacciones.Siegel y Payne dicen que en los niños muy pequeños predomina el hemisferio derecho, sobre todo durante los primeros tres años. Estos todavía no dominan la capacidad de emplear la lógica y las palabras para expresar sus sentimientos, y viven totalmente en el presente. A medida que el niño va creciendo, las emociones se van haciendo más complejas y conscientes y se integran al guión biográfico de cada individuo con su particular bagaje de vivencias. De este modo, se establecen esquemas emocionales más duraderos que interactúan constantemente con la personalidad en formación. Cuando ha recibido una óptima educación de sus emociones, se mueve en el extremo de los sentimientos más positivos (generosidad, empatía, optimismo), mientras que el sufrimiento, los dolores y las penas lo conducen hacia las emociones negativas.