No podemos tratar la educación emocional si previamente no analizamos su origen: la inteligencia emocional. El término se deriva de los estudios realizados en épocas anteriores a su reconocimiento. Desde la filosofía platónica y aristotélica encontramos ligeros indicios que ponían de manifiesto la importancia de las emociones en la vida. Aun así, la primera clave la encontramos en el término de inteligencia social acuñado por Thorndike en 1937; posteriormente, en la teoría de las inteligencias múltiples de Gardner en 1983 al reconocer, entre ocho, las inteligencias intrapersonal (comprendernos a nosotros mismos) e interpersonal (comprender a los demás); y por último, en 1990, cuando Salovey y Mayer incluyen la suma de estas dos inteligencias en un término que definieron como la capacidad de percibir los sentimientos propios y los de los demás, distinguir entre ellos y servirse de esa información para guiar el pensamiento y la conducta de uno mismo. Sin embargo, es con la publicación del bestseller de Goleman cuando este concepto recibe su mayor reconocimiento social al comprender que el éxito depende de un porcentaje importante del mismo depende del adecuado desarrollo de la inteligencia emocional. Así Goleman hace referencia a ella como la habilidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los ajenos, de motivarnos y de manejar bien las emociones en nosotros mismos y en nuestras relaciones. Por su parte, Gallego y Gallego (2004) expresan que es la unión entre lo cognitivo y lo emocional, siendo su armonía lo que garantiza su desarrollo eficaz para enfrentarnos a cualquier situación de nuestra vida. En otras palabras, se trata de dotar de inteligencia a la emoción y tomar conciencia de los sentimientos. Las habilidades que forman la inteligencia emocional se pueden resumir en tres:
- El conocimiento y expresión emocional. Conocer las emociones existentes, sus matices y formas de expresión así como saber que forman parte de nuestra naturaleza humana.
- La percepción y comprensión emocional. Ser capaces de captar que se está sintiendo una emoción, identificarla y saber qué estímulo o causala ha provocado. A los cuatro o cinco años los niños juzgan correctamente las causas de muchas reacciones emocionales básicas y se vuelven más empáticos.• El manejo y regulación emocional. Gestionar lo que sentimos de manera favorable (tipo de emoción, intensidad de su aparición...) así como saber qué hacer con ella de manera que suponga un beneficio saludable para uno mismo y los demás, minimizando las consecuencias negativas. En esta etapa infantil debemos ayudar a los niños a desarrollar un control doble: por una parte, el control físico, y por otra, el control mental.