La crisis económica es excusa perfecta para cualquier cosa. Ya lo estamos comprobando con los innumerables recortes con los que nos despertamos cada día y los que nos quedará por desayunar.
Se suele decir que la Educación es el aval de progreso y futuro de un país, y como señaló el Premio Nobel de la Paz Nelson Mandela, una de las armas más poderosas que tenemos para cambiar el mundo. Hoy por hoy, la Educación sería el arma perfecta para intentar encontrar la salida a esta crítica situación que nos atañe a todos. Pero los recortes también han llegado a afectarla.
Durante los últimos treinta o cuarenta años se ha asistido a un paulatino proceso de democratización del acceso a la enseñanza superior. Algunos de nuestros padres no tuvieron los medios ni las capacidades económicas suficientes para verse realizados intelectualmente. El acceso a la universidad era un privilegio académico exclusivo de unos pocos. Hoy es práctica común que en toda familia con hijos exista al menos un licenciado o en pos de serlo. Por ello, no me vale decir que estamos a la cola de Europa en Educación como cacarean en demasiados círculos. Al menos no en número de titulados universitarios.
Estimo que los actuales recortes en materia educativa por la vía de la subida de tasas universitarias en un 50% pueden llegar a obstaculizar y comenzar a socavar la aludida democratización del acceso a la enseñanza universitaria. Por una parte, el pretendido por algunos gestores y economistas como paulatino incremento de matrículas justificado por criterios de eficiencia, implica que personas con talento potencial se queden por el camino por conllevarles un sobreesfuerzo o sobreendeudamiento económico para poder acceder a los estudios. En suma, ese aumento conllevará que sólo estudien aquellos que posean holgadas o mayores capacidades económicas.
Por otra parte, la nueva asignación de las ayudas del Estado al estudio o sistema de becas parece que propone instituir el acceso educativo a los mejores y con más méritos académicos, lo que sugiere una especie de reminiscencia a aquel Gobierno de los más capacitados plasmado en la República platónica. En ambas medidas se aprecia elitismo en la Educación. A ello se une la voluntad reformista de modificar, ¡una vez más!, la estructura del sistema educativo, como en cada ocasión en que accede al poder un nuevo Gobierno de diferente signo político. Ya se sabe: Educación, el eterno chivo expiatorio.
Ahora con el manido y ya generalizado pretexto de que es menester meter la tijera por todos lados y que se necesita un esfuerzo colectivo. Quizá volvamos a una nueva época en la que el acceso a la Universidad sea sólo para privilegiados (económicamente). El eterno retorno.
O quizá otra de las pretensiones que se esconde tras estas medidas educativas pueda ser la de contrarrestar el índice de desempleo a corto-largo plazo. Para entendernos y hablar sin rodeos: menos estudiantes universitarios, menos parados potenciales, ya que lamentablemente las filas del INEM se nutren cada vez con mayor asiduidad de recién titulados universitarios. Si fuera así, los actuales responsables políticos se jactarán de haber encontrado milagrosamente la solución a una parte del 50% de paro juvenil. Sería patético si así ocurriese.
Si bien es cierto que, como aseguran algunos economistas ultraliberales, ninguna universidad española se encuentra entre las más prestigiosas del mundo, un Estado debería estar orgulloso de poseer un más que notablemente formado y capacitado capital humano del que poder disponer en el ámbito laboral.