El silencio oficial frente al bicentenario del nacimiento de Sarmiento y las pruebas PISA son síntomas del deterioro argentino.
Duele que el martes pasado se hayan cumplido 200 años del nacimiento de Domingo Faustino Sarmiento en medio de un llamativo silencio oficial, más allá de algún acto de menor trascendencia equivalente a una obligación formal.
Es un dato más del deterioro de la Argentina.Un deterioro que puede explicarse por muchos factores, pero que es sintetizado con mayor elocuencia por la poca importancia que le asignamos a la educación.
El mejor indicador es el retroceso de los chicos argentinos en las pruebas de evaluación de mayor relevancia mundial sobre lectura, matemática y ciencias, que se realizan, con el nombre de PISA en el ámbito internacional de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
El ministro de Educación de la Argentina parecería vivir en otro mundo. Justo él, que integra un gobierno descalificado internacionalmente por la falsificación de las estadísticas nacionales, se ha permitido impugnar aquellos resultados por supuestos errores de metodología. Se ha anunciado, pues, que el país se retira de esa evaluación trianual, a la que se había prestado por propia determinación. Será lamentable que eso ocurra.
Se ha pasado por alto que, con la misma metodología de competencias anteriores, nuestro país ha retrocedido una vez más desde el año 2000. La última caída ha sido de veinte puntos. Ha ocupado, sobre 65 países participantes, el puesto 53° en comprensión de lectura, el 54° en matemática y el 55° en ciencias. Nadie debería sorprenderse por esos resultados, pero jamás negarlos.
Es imposible dar crédito a una temeridad que pretende transformarlo todo a los empujones de juicios insustanciales. Con esa vulgaridad se pretende amañar desde la realidad, en sus aspectos más diversos, hasta la historia. Ninguna disciplina queda a salvo: desde los derechos humanos, invocados en nombre de una juventud que parecieron haber integrado sólo ángeles y no también terroristas que mataron a diestra y siniestra y abrieron camino a la represión salvaje del Estado, hasta el valor de la canasta familiar. Todo se reconstruye -el pasado, la inflación, lo que fuere- a conveniencia de quienes gobiernan.
¡Basta de historias!, el libro que hace poco publicó el periodista Andrés Oppenheimer con la voluntad de destrozar mitos absurdos del populismo y la izquierda latinoamericana, debería llegar, para ser leído con la esperanza de que se aprovechen sus enseñanzas, a los principales despachos de nuestros gobernantes. No estaría mal, además, que lo leyeran no pocos de los políticos de la oposición.
Una reflexión de Oppenheimer es tan oportuna ahora para refutar el espíritu de las palabras del ministro de Educación como lo fue en su momento en la cumbre de Playa del Carmen, México, para que penetrara en los oídos de Chávez, de Morales, de Correa y de otros presidentes latinoamericanos. Corrió por cuenta del ex presidente costarricense, Oscar Arias: "Ni el colonialismo español, ni la falta de recursos naturales, ni la hegemonía de Estados Unidos, ni ninguna otra teoría producto de la victimización eterna de América latina explican el hecho de que nos rehusemos a aumentar nuestro gasto en innovación, a cobrarles impuestos a los ricos, a graduar profesionales en ingenierías y ciencias exactas, a promover la competencia, a construir infraestructura o a brindar seguridad jurídica a las empresas. Es hora de que el palo aguante la vela de su propio progreso". En el libro, las palabras de Arias se acoplan a la perfección con otras del ex presidente colombiano César Gaviria: "El problema de la desigualdad de América latina no es un problema de crecimiento económico, sino de educación". Deberían saberlo las autoridades educativas y universitarias de la Argentina.
Un informe de la Unesco ha hecho saber que los cuadros estudiantiles terciarios y universitarios se componen en nuestro país en un 78 por ciento por jóvenes provenientes de la clase media y apenas en un 22 por ciento por jóvenes de los sectores de menores recursos. Nadie, sólo la sociedad, paga por el costo de una enseñanza que premia a quienes podrían solventar por sí mismos como estudiantes las erogaciones que recaen sobre las espaldas de todos.
En lugar de persistir en recetas económicas de las que hoy se avergüenza en público hasta Raúl Castro, y enviar como embajadores al exterior a personajes que ocuparon toda una vida en descalificar la plenitud del capitalismo, las bondades de la interdependencia económica y de la libertad de mercados, sería conveniente que la Argentina se ajustara un poco más a la fórmula muy simple, propuesta por Oppenheimer, de observar lo que hacen los países de más éxito para reducir la pobreza y aumentar el bienestar de toda su gente.
La educación es lo primero y, sin duda, no podrá avanzarse mucho en ese campo estratégico si los ciclos lectivos son, en el mejor de los casos, de 180 días. Es lo que sucede en la Argentina, frente a los 243 días del año escolar en Japón, los 220 de Corea del Sur y los 216 de Israel.
En las escuelas medias de la provincia de Buenos Aires, se incluirán, en la materia política y ciudadanía, distintas modalidades de protesta social entre las cuales sobresalen los "escraches", los piquetes y las pintadas. Cierto es que tales metodologías, lamentablemente, ya forman parte del paisaje argentino. No puede negarse esa realidad ni parece mal que se explique de qué se trata, mientras no se mezcle con perimidos conceptos sobre el "nuevo orden mundial, este imperio a escala global que está dominado por los grandes poderes industriales y financieros", como los que se mencionan en los fundamentos de la medida. De acuerdo con la iniciativa, ninguna de las citadas formas de protestas será condenada, lo cual da cuenta de una clara apología del fascismo y del nazismo, en el caso de los "escraches", y de una violación de la Constitución Nacional, en el caso de los piquetes, que impiden la libre circulación de las personas.
En los años sesenta, Singapur, país carente de recursos naturales, tenía un ingreso per cápita diez veces menor que la Argentina; hoy, ocupa la novena posición mundial, muy por delante de nosotros. Sus estudiantes conquistaron una de las primeras posiciones en la evaluación PISA 2009. China ha autorizado a 170 universidades extranjeras a impartir enseñanza en su territorio. La Argentina, en cambio, opone a eso todo tipo de trabas que sólo la Universidad de Bologna ha conseguido salvar.
Varios países asiáticos han figurado en posiciones de vanguardia en la evaluación PISA. Cuando Oppenheimer interrogó a Bill Gates sobre la procedencia nacional de los 800 investigadores generadores de las patentes de Microsoft, la respuesta fue que el 40 por ciento de ellos eran asiáticos y sólo el uno por ciento latinoamericano. En 2008, Corea del Sur registró en el mundo 80.000 patentes. ¿Cuántas registró la Argentina? ¡79!
Nadie podría discutir con seriedad contra la argumentación del presidente de Finlandia, Tarja Jalonen, de que la receta básica para el progreso no es la política garantista en materia penal, o la pretensión de cooptar a la Justicia por parte del poder administrador, sino contar con buenos maestros. Para eso hay que pagarles como profesionales de primera categoría, y no como a los que pretenden medrar en la Argentina con unas migajas más a fuerza de paros laborales. En Finlandia, los maestros en ejercicio surgen de los graduados con los mejores promedios universitarios.
El presidente norteamericano, Barack Obama, ha comprendido lo que eso significa. Ha instituido el programa de estímulos salariales "Carrera hacia la cima", por el que se confieren asignaciones salariales especiales a los maestros, según los resultados que obtengan sus alumnos en los exámenes estandarizados internacionales. Todo lo contrario de la caprichosa reacción de esconder la basura de nuestros resultados debajo de la misma alfombra que esconde tantas cosas en la Argentina; entre otras, los verdaderos índices de pobreza y de costo de vida.
Como dice Bill Gates, "la única manera de despegar es sintiendo que te estás quedando atrás", no victimizándonos, como es de práctica en denodados esfuerzos de apoyo al oficialismo. Nada podemos hacer ante tanta pereza intelectual, a no ser por la piedad de la compasión en silencio, pero sí podemos hacer mucho por el país. En principio, actuando con la cordura elemental con la que se manejó en su momento Sarmiento y con la que en otras partes se obtienen logros que debieran servir aquí de inspiración en la buena dirección que se añora.
Fueente: lanacion.com.ar