Específicamente, en los últimos 12 años casi el 100% de mis cursos han tenido como destinatarios a profesores universitarios y formadores profesionales. Es decir, algunos de mis “criterios didácticos” podrían hoy estar teniendo impacto en varias decenas de miles de estudiantes de Iberoamérica.
¿Y qué tienen de particular estas magnitudes? Sobre todo, cuando muchos formadores profesionales de toda Iberoamérica superan con grandes méritos mi actividad. Debes saberlo: yo no tengo ningún título académico que certifique o avale mi competencia profesional para “enseñar”.
Hace un tiempo uno de mis ex-estudiantes, hoy Profesor de prestigio en una de las más importantes Universidades Públicas de Argentina, me ha mencionado como “un estupendo motivador de competencias intelectuales y habilidades sociales sin aportar demasiado contenido académico”. Precisamente, es lo que mejor describe mi perfil y, sobre todo, lo que considero mi principal fortaleza didáctica.
Yo confieso:
“teorías científicas y criterios objetivos de validación”Supe modelar un “arte didáctico” propio por mi ductilidad, poco frecuente en el “profesorado al uso”, de saber adecuar mi modo de enseñar con los diferentes modos de aprender que tienen mis estudiantes.
Esto no es “mi descubrimiento”. Es el resultado de haber dedicado intensas horas al estudio y la práctica de la Teoría del Aprendizaje Experiencial y haber estado meditando ─desde muchas perspectivas─ los motivos personales e institucionales por los que yo he sido un pésimo estudiante en mi educación secundaria y por haber abandonado mi carrerea de Licenciatura en Sociología, en la UBA, con más del 60% de la currícula completada.
Este es el punto: no enseña bien quien conoce una materia, sino quien comprende cómo la prefieren aprender sus estudiantes. Todo esfuerzo que los profesores hagan por comprender “como estudiar bien”, los acerca a “enseñar mejor”.
Lo más básico es comprender que todos los maestros reconozcan que todos sus estudiantes tienen “necesidades especiales” para aprender.
Las deficiencias en la atención y algunas dificultades intelectuales para aprender se pueden considerar inherentes a la especie humana; obviamente con diferentes grados de afectación. Es decir, no poder seguir el ritmo de aprendizaje que generalmente pretenden quienes enseñan no siempre es una patología que necesita ser atendida por especialistas en “educación diferencial”; generalmente se supera con sentido común de quien juegue el rol de “facilitador de aprendizaje” (o profesor/a) en el proceso enseñanza-aprendizaje.
Hay dificultades para aprender escuchando, y/o leyendo, y/o haciendo (ensayando), y/o expresando (hablando o escribiendo). Para cada una de estas dificultades, que se pueden presentar en forma simple o múltiple y que pueden afectar a todo el proceso de aprendizaje o sólo en algún tipo de contenidos o materias, hay muchas estrategias para ser superadas; pero todo comienza por saber cómo estudiar y no por saber cómo enseñar aunque se dominen todos los contenidos de la materia que se imparte.
Una serie de recomendaciones muy útiles que se adaptan con facilidad a cualquier nivel de la enseñanza (primario, secundario, terciario y/o formación profesional) puede consultarse en esta magnífica guía práctica (disponible gratuitamente en Internet): “How to Adapt Your Teaching Strategies to Student Needs” y en mi curso práctico (12 hs online, distribuidas en 4 semanas): “Estudia Bien para Aprender Mejor”
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