EL CUENTO DEL LEÑADOR
Uno de los deportes tradicionales de Alaska es la tala de árboles. Hay leñadores famosos con un gran dominio, habilidad y energía en el uso del hacha. Un joven que quería convertirse en un gran leñador, oyó hablar del mejor de los leñadores del país y decidió ir a su encuentro.
– Quiero ser su discípulo. Quiero aprender a cortar árboles como usted.
Él se aplicó en aprender las lecciones del maestro, y después de algún tiempo creyó haberlo superado. Se sentía más fuerte, más ágil, más joven,… , estaba seguro de vencer fácilmente al viejo leñador. Así, desafió a su maestro en una competición de ocho horas, para saber cuál de los dos podía cortar más árboles.
El maestro aceptó el desafío, y el joven leñador comenzó a cortar árboles con entusiasmo y vigor.
Entre árbol y árbol, miraba a su maestro, pero la mayor parte de las veces lo veía sentado. El joven volvía entonces a sus árboles, seguro de vencer, y sintiendo pena por su viejo maestro.
Al caer el día, para gran sorpresa del joven, el viejo maestro había cortado muchos más árboles que él.
– ¿Cómo puede ser? – se sorprendió. ¡Casi todas las veces que lo miré, usted estaba descansando!.
– No, hijo mío, yo no descansaba. Estaba afilando mi hacha. Esa es la razón por la que has perdido.
Afilando el hacha... Estaba afilando el hacha... Y ahí reside el éxito en la tala de árboles, sin dudad. Pero, ¿qué conclusiones podemos sacar para la vida? ¿Y en lo que se refiere a la educación?
Como padre, como marido, como amigo, como... ¿En qué momentos afilo esa hacha que me puede garantizar el éxito? Parece difícil de saber, pero en verdad es muy sencillo: ¿no bastaría con cultivar y mimar esas vivencias compartidas que enriquecen nuestros vínculos y nos hacen crecer en todos los campos? Y no, no me refiero a lujosas vivencias que podamos costear... Cultivar la comunicación directa, el contacto, la risa compartida, el juego, el amor... Parece fácil, ¿verdad? Y entonces, ¿por qué fracasamos tantas veces?
¿Y en la educación? Parece claro extrapolar el mensaje hablando de la necesidad de afilar aquellas capacidades que requerimos a los alumnos: la memoria, la lógica, las inteligencias múltiples, las actitudes y hábitos, etc. ¿Lo hacemos o nos limitamos a suponer que ya vienen dadas? Y sí, esa extrapolación parece la adecuada, pero yo creo que podemos ir más lejos, pues, si nos fijamos en el cuento, ¿cuales serían los tiempos que necesitan los niños para afilar sus hachas? ¿Los que conlleva el hacer los deberes? ¿La media hora de recreo? ¡Anda ya! Esos tiempos conllevan algo tan simple como es VIVIR LA INFANCIA... Jugar, compartir, querer y sentirse queridos, soñar, ... ¿Y cual sería la lógica pregunta para concluir este post? Evidente... ¿Les otorgamos realmente el derecho a disfrutar de esos tiempos?