Educarse para el mundo
Acabo de leer el último libro de Guillles Lipovestky, “La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada”, y sin perjuicio de destacar en otra ocasión otros contenidos del libro, me gustaría hoy destacar sus argumentos sobre la educación en nuestra sociedad. Tengo especial predilección por el análisis social de Lipovetsky, se sigue desde hace tiempo, y sus libros “El crepúsculo del deber” y “La felicidad paradójica” me parecieron obras muy lúcidas para comprender nuestro mundo y las circunstancias que nos rodean. A muy juicio ofrece una visión crítica, pero equilibrada y esperanzadora de las sociedades en las que participamos. En concreto, al analizar la cultura mundo como civilización, destaca un apartado sobre educar para el mundo que me gustaría transferir. Parte del fracaso de la escuela, y refieren que los problemas no son nuevos pero si más profundo que nunca. Parte de la pérdida de autoridad del profesor, la situación ha dejado a los docentes desnudos ante la falta de respeto, de atención y disciplina. El fenómeno debe de relacionarse con la transición de la sociedad disciplinada y autoritaria del primer momento de la modernidad a la sociedad consumista, hedonista y neoindividualista de la hipermodernidad. Se ha difundido una cultura que exalta la vida presente, la satisfacción de los deseos, la autorrealización. En definitiva, ha contribuido a descalificar las estructuras disciplinarias, las normas impuestas y la domesticación, que se entienden como coartada de la expansión de la subjetividad. El gobierno del niño rey y la generalización de la educación permisiva son sus manifestaciones directas. La escuela actual se desentiende de los controles disciplinarios, de la seriedad del trabajo, de las obligaciones impersonales de la repetición y la memorización. En nombre de la felicidad del niño, de la individualidad y la espontaneidad, de la expresión de la personalidad las antiguas formas de control y aprendizaje han cedido paso. Concluye, nuestra escuela no funciona, pide un zarandeo, sin duda una reforma intelectual profunda, para orientarla y ponerla en condiciones de honrar sus promesas de educación y movilidad social. Necesitamos reestructurar la tremenda desorientación y desorganización. Ni el rigorismo a la antigua ni los excesos de las pedagogías psicologizadas: lo que pide nuestra época es el aristotelismo del justo medio.Lipovestky defiende que hay que mantener lo mejor de lo antiguo y promover lo mejor de lo nuevo. En este orden, deberemos reprogramar el contrato moral del aprendizaje y rehabilitar la función social del docente. Y por otra parte, desarrollar una pedagogía activa que deje sitio a la iniciativa y la innovación. Igualmente, provee la apertura de la escuela a las nuevas tecnologías, y la apropiación de las mismas por la escuela. Y por otra parte, recomienda que la escuela huya del conocimiento exclusivamente teórico y aparte el componente experimental cada vez más indispensable. Éste podría ser el papel histórico de la escuela de hoy, hacer conocer la realidad multiforme de la vida profesional a los adolescentes, que no saben nada de ella, y a un nivel más profundo, estimular su curiosidad y su deseo.