El cine negro, impregnado de sombras en la noche, del aura melancólica de sus personajes y del aroma sucio y alquitranado de la calle, surge como reflejo de una sociedad hastiada, con una desbocada tasa de paro, delincuencia en las calles y el sindicato del crimen alcanzando a todas las capas de la sociedad. Son unos tiempos, los años veinte y treinta, en los que ser un gángster es ser el CR7 de la época, es decir, una estrella mediática adorada por el populacho. Este, harto de ver a gobiernos incompetentes y opulentos banqueros que embargan hogares y pequeñas propiedades, ven a los
dillingers,
capones y
torrios como los Robin Hood del momento.Estos hechos y personajes de la vida real serán los que fundamenten el género, contextualizado asiduamente en el
Crack del 29, la
Ley Seca o la
Matanza de San Valentín. Además, tendrá como protagonistas a personajes moldeados bajo un patrón ajeno al género de más éxito hasta el momento, el de aventuras.
Tyrone Power y Douglas Faribanks irán cediendo terreno en el Olimpo cinematográfico en favor de los gigantes del "noir": Cagney, Bogart, Robinson... El cine negro se convierte en el coto privado de un nuevo icono, más profundo y vulnerable que el héroe de aventuras y, por ello, más cercano a la realidad.La cabeza visible del género sería, con justicia, Humphrey Bogart, pero el negro no acababa ni mucho menos en él. Otros actores como Cagney o Robinson le daban otra dimensión, otro matiz, aportando personajes distintos que enriquecían aún más al género.
Perversidad (1945)
Rostro mítico del cine negro, con cara de bulldog y mirada escéptica,
Edward G. Robinson lidera el crimen organizado. Un actor camaleónico como pocos, de raza, de interpretaciones sentidas y salidas de las entrañas, a lo Cagney, Mitchum y compañía, que lleva a la pantalla a hombres ambiciosos y arrogantes, capaces de mandar al otro barrio a su mejor amigo con tal de saciar su codicia. En esta línea estará el soberbio Ricco de
Hampa Dorada (1931), la clásica historia de ascenso y caída de un gángster de orígenes humildes o el Johnny Rocco de
Cayo Largo (1944), líder de una banda mafiosa que secuestra a Bacall y a Bogart en un motel de Florida. No obstante, componía con igual destreza a un matón de los bajos fondos como a hombres apocados y huidizos. Es el caso de Christopher Cross en
Perversidad (1945), un pintor manipulado como una marioneta, que cae seducido por los encantos de la
femme fatale Joan Bennett.De este modo, Edward G. Robinson se coronó como uno de los grandes del cine negro, en ese podio formado por una tríada imbatible: Bogart, Cagney y él mismo. Quizás no contaba con el favor del público ni con el carisma de
Boogie, pero sí podía presumir de versatilidad y de personajes no de una pieza, si no profundos y con matices.