Efectos de una moción fracasada

Publicado el 13 junio 2017 por Abel Ros

Como saben, hace un mes escribí " bobadas políticas", un artículo que criticaba la moción de censura presentada por Podemos. La criticaba porque nacía muerta desde el minuto número uno de su registro. Y, la criticaba, queridísimos lectores, porque su fin no era otro que recuperar la maltrecha popularidad de la organización morada. Hoy, tras visionar la escenificación de la misma, la figura de Pablo Iglesias me ha recordado a la de Rajoy hace seis años. Las palabras del líder de Podemos han retratado la misma España negra que le sirvió a don Mariano para conquistar La Moncloa; un país azotado por la crisis y las torpezas de Zapatero. Hoy, sin ir más lejos, hemos vuelto a los tiempos de don Quijote y Sancho Panza. Tiempos, como les digo, donde el vaso yace medio lleno o medio vacío, según sea el estado de ánimo del ojo que lo examina.

Desde la crítica, la moción de censura - aunque haya nacido muerta y por tanto fracasada - no ha sido tan mala como algunos la relatan. No lo ha sido, como les digo, porque la misma ha servido para sacar los trapos sucios que infectan las heridas del Parlamento. Heridas, como saben, causadas por la supuesta "trama" corrupta que azota al Partido Popular desde los tiempos de Rato y la burbuja inmobiliaria. Una trama que preocupa a la opinión pública y, que sitúa a la marca España a niveles similares de pseudodemocracias paralelas. La moción, sin embargo, ha reforzado la figura de Pablo Iglesias - el protagonista del debate - como líder de la izquierda. Una izquierda que, por cuestiones de protocolo, ha permanecido pasiva en los escaños del hemiciclo. Por primera vez, desde el fracaso del sorpasso, el líder de la coleta ha escenificado el "cara a cara" tan esperado contra el jefe del Ejecutivo; una estrategia perfecta para dejar por debajo al partido socialista, el más votado de la izquierda.

Gracias a la moción, lo que resta de semana y parte de la siguiente, Podemos - el fracasado de la misma - acaparará buena parte de la agenda setting. No olvidemos, estimados lectores, que la televisión y los partidos van cogidos de la mano. La visibilidad mediática de los segundones, les hace fuerte ante los dinosaurios de la democracia representativa. Ahora bien, el incremento de la popularidad del líder podemita contrasta con el fortalecimiento de la gran coalición a la alemana. Tras la moción fracasada, la "triple A", nombre acuñado por Iglesias, coge fuelle de cara al resto de legislatura. Coge fuelle, como les digo, porque la moraleja de la moción, no es otra que: el candidato propuesto no ha conseguido los apoyos suficientes para destruir el pacto de gobierno. Y no lo ha conseguido, a pesar del relato de una España negra, negrísima, azotada por sinfín de casos de casos de corrupción, crisis económica y desmantelamiento del Estado del Bienestar.

La moción de censura pasará a la historia por ser la tercera fracasada en lo que llevamos de democracia. Una noticia nada halagüeña para el currículum del líder podemita. Tras el fracaso de la misma, el señor Pablo Iglesias debería, por ética política, dimitir como líder de Podemos. Debería dimitir, como les digo, porque su proyecto político no ha servido para construir una alternativa. Sin la dimisión de Pablo - algo muy improbable - la moción de hoy se convierte en un pasatiempo barato de palabras malsonantes, reproches y descalificaciones. Una pérdida de tiempo - como dirían algunos - que mantiene activas las turbinas mediáticas, y que frustra a quienes confiaban en las palabras de su mesías. Por ello, queridísimos lectores, siempre he estado en contra de la moción. Lo he estado, con independencia de quien la hubiese presentado, porque el mal uso de la misma perjudica a nuestra marca en los ecos internacionales. No es estético, como diría el filósofo, que los instrumentos de control parlamentario se utilicen por capricho, a sabiendas de su fracaso.