Egiptosophia

Publicado el 05 agosto 2014 por Rafael García Del Valle @erraticario

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En su libro Egiptosophia, Octavi Piulats, profesor de Filosofía de la Universidad de Barcelona, reivindica la cultura egipcia como necesaria para comprender el origen de la cultura occidental más allá de la Grecia clásica, pues con ésta civilización, afirma, se produjo una mutilación del saber egipcio que habían heredado los primeros filósofos griegos.

Como primera fuente, en el Timeo de Platón ya se aprecia el respeto de la época por la sabiduría egipcia que se confirma por los viajes iniciáticos de los griegos presocráticos al país del Nilo, al que valoraban más que a las culturas orientales a las que se les suele asociar, como Mesopotamia o Persia. Platón presenta la cultura egipcia como custodia de una tradición ancestral desconocida para los griegos. Ese desconocimiento se debe, según cuenta un sacerdote egipcio a Solón, a que la Tierra se ve periódicamente asolada por catástrofes naturales que arrasan con las diferentes civilizaciones y las devuelven a un estadio primitivo, perdiéndose toda herencia cultural; de tales catástrofes se salva Egipto por su localización geográfica, siendo por ello los únicos que han podido conservar los conocimientos más antiguos.

Los griegos son, a ojos de los egipcios, “como niños”, pues todo su conocimiento está limitado a un tiempo muy corto de la historia humana que les impide conocer la realidad con la debida profundidad. De acuerdo a Piulats, la anécdota de Solón es de gran relevancia por varios motivos:

Uno, se nos informa acerca de qué pensaban los egipcios sobre los griegos. El sacerdote egipcio contempla a los griegos como personas que al igual que los niños sólo seleccionan una parte de la realidad; al igual que los niños los griegos se sienten fascinados por determinadas cosas que les atraen y pierden de vista otros aspectos de la naturaleza que la tradición egipcia desarrolla. Dos, Platón presenta aquí la sabiduría egipcia en una alta consideración, lo que refleja la fascinación de los intelectuales griegos por la tradición egipcia. Y tres, el hecho de que Platón tematice sobre que un sacerdote egipcio explique finalmente a un sophos (sabio) ático el verdadero origen de Atenas y de los atenienses, y le dé lecciones cosmológicas sobre la misma naturaleza, no puede ser una casualidad, se insinúa así tácitamente que los griegos para conocerse a sí mismos debían viajar a Egipto. Con lo cual Platón está señalando de nuevo indirectamente la importancia del viaje a Egipto y el que en Egipto existía un sophia, es decir, una sabiduría que valía la pena entender y estudiar.

El viaje de Solón expresa una inquietud histórica entre los primeros “intelectuales” europeos. Autores como Diodoro aseguran que Homero viajó a Egipto, donde aprendió su arte; le siguieron en el periplo otros como Licurgo de Esparta, Herodoto, Tales de Mileto, Anaximandro, Pitágoras, Empédocles de Acragas, Eudoxo, Arquímedes, Demócrito de Abdera, Esopo, Hipócrates o Platón.

Por el desarrollo intelectual de estos griegos mencionados, veremos que la sophia egipcia era amplia y abarcaba desde conocimientos prácticos y empíricos hasta conocimientos teológicos, religiosos y metafísicos.

Diógenes Laercio, en su Vida de los filósofos más ilustres, afirma que los sacerdotes de Menphis fueron los primeros sabios que inspiraron a los filósofos, un concepto éste nacido con Pitágoras, quien aprendió la sabiduría en Egipto:

Pitágoras se llamó a sí mismo “filósofo”, con la intención de diferenciarse del que ya aparentemente tiene plenitud de la sabiduría que sería el sophos, el sabio, y sobre todo para mostrar que sólo lo divino puede poseer esta plenitud.

A pesar de todo ello, la Historia de la Filosofía siempre parte de la premisa de que la tradición filosófica occidental nace con la sophia griega, entendida como el paso del mito al logos: el abandono de una explicación “revelada” del mundo y el afianzamiento del pensamiento lógico y racional.

El descrédito del pensamiento egipcio puede remontarse, según Piulats, a Hegel, quien lo tachó de inmaduro y lo asoció con una etapa humana de magia y superstición, contradiciendo así la tesis de Platón, de modo que “los niños” ya no serían los griegos, sino los egipcios. Para Hegel y el resto de la Modernidad, los viajes de los griegos a Egipto, por tanto, ya no tendrían el propósito de adquirir sabiduría, a pesar de los testimonios de la época, sino de satisfacer la curiosidad de una mente más desarrollada y establecer relaciones comerciales.

Asegura Piulats que existen suficientes textos que apuntan a un misticismo egipcio de gran importancia en la vida social y a actos de iniciación relacionados con el mismo. Contra esa afirmación, por otra parte, la mayoría de los egiptólogos no duda de que tales ritos mistéricos, que por otra parte también fueron descritos por los viajeros griegos, son simplemente exageraciones ante la contemplación de complejas ceremonias funerarias.

La pervivencia de la tesis de Hegel a día de hoy, en palabras de Piulats, sólo demuestra que:

…la tradición occidental emite juicios sobre Egipto sin todavía haber entrado realmente en aquella cultura. La cultura egipcia con su simbolismo y su religiosidad constantes se mueve alrededor de unos parámetros mentales que no son los de Occidente, constituye una cultura anterior al paso del “Mito al Logos”, y por eso nuestras categorías habituales no consiguen entender, no tanto los datos concretos, sino la significación y la ligazón entre ellos. Situada entre el chamanismo y el animismo africano, Egipto continúa siendo para nosotros una cultura tan exótica e incomprensible como para los primeros viajeros griegos del siglo –VI.

Con todo, parece claro que el conocimiento sobre el misterio de la muerte era para los egipcios lo más valioso para todo ser humano, y por ello constituyó la base de su civilización. La ignorancia y los prejuicios de lo racional han impedido comprender aquella cultura a la que los estudiosos han solido acercarse desde la mentalidad occidental. Así, uno de los conceptos fundamentales de la tradición egipcia, la “heka”, al ser traducido como “magia” en términos peyorativos, no ha merecido la correcta atención de Occidente, un prejuicio que se remonta a la Grecia clásica.

El pensador más explícito es Heráclito, quien en una sentencia condena expresamente a magos y místicos como blasfemos. También contra los magos tenemos citaciones de Sófocles, en el Edipo Tirano, o el mismo Eurípides en su Orestes. En medio de esta connotación negativa, aparecen algunas citaciones que matizan dicha negatividad y le dan una mejor connotación, como es el caso de Platón en su Acibíades o Heródoto, quien defiende al mago persa como sacerdote y adivino.

Heka es una fuerza constructiva o energía vital que media entre el principio creador, un dios desconocido e inaccesible, y su creación, que incluye a los demás dioses en cuanto que aspectos diversos de la fuerza primigenia. Debido a la cosmogonía egipcia, según la cual este universo es el fruto de una elección entre infinitas formas, las leyes naturales no eran consideradas fundamentales, sino un resultado más entre innumerables posibilidades; así, través del método correcto, el egipcio podía trascender tales leyes, acceder a las formas primigenias y activar otras relaciones posibles a escala local, provocando una causalidad distinta a la de la naturaleza conocida por todos.

…en el marco de esta cosmovisión, por tanto, practicar “hk3” [heka] no es pervertir las leyes naturales, sino retrotraerse al origen de los tiempos, al “tiempo primero” y utilizar legítimamente los canales de aquel acto creativo para regenerar y recuperar las disfunciones del cosmos.

La noción de fondo es que existían causas ocultas que permitían una relación estrecha entre el iniciado y la naturaleza, las cuales también implicaban un contacto entre la mente humana y una dimensión espiritual. Para alcanzar el estado de conciencia adecuado, la iniciación exigía ir más allá de lo intelectual y sumergirse en el terreno de lo que hoy se conoce como inconsciente.

Ahora bien, ¿por qué el hombre tendría esa capacidad ajena a otros seres vivos? Según la tradición egipcia, el ser humano es “un proyecto espiritual” con libertad frente a los dioses, los cuales también son creaciones de un principio superior y desconocido; frente a éstos, que carecen de libertad de acción y tienen un rol preestablecido, ya sea como fuerzas constructivas o destructivas, el ser humano es una criatura intermedia que se debate entre dejarse llevar por el impulso del caos o participar del orden. Pero, eso sí, cualquiera de sus decisiones tendrá efecto más allá de la muerte.

La causa de esa libertad reside en que el ser humano es un conglomerado de diferentes elementos. Ni siquiera el cuerpo físico es una unidad en sí misma, pues hay órganos con propiedades autónomas; por ejemplo, el vientre sería un centro de energía psíquica “grosera”, instintiva. Frente a él, el “ib”, el “corazón”, era la sede de la inteligencia y de una emoción superior a la animal: el ser humano debía seguir al ib durante su vida si quería conectar con su “destino profundo” o proyecto personal.

El cuerpo era la parte mortal del ser humano; entre otros componentes –señala Piulats que podían llegar a diez—, los egipcios distinguían tres aspectos esenciales e inmortales que lo vinculaban con el más allá: Ka, Ba y Akh.

El Ka era el portador de la energía vital, es decir, el principio por el que un cuerpo tenía vida, y contenía tanto la herencia familiar como las peculiaridades físicas y psíquicas de cada individuo; una especie da ADN. Además, en términos de conciencia, era el centro primario de la misma, el conductor de los instintos sexuales y biológicos. Para superar su control, era necesario potenciar la conciencia de carácter superior que residía en el corazón, el “ib”.

El Ba era la conciencia moral, “una especie de súper-ego”; al mismo tiempo constituía una conciencia espiritual intermedia entre el “ib” y el Akh, por lo que se ha solido traducir como “alma” para la comprensión judeo-cristiana.

El Akh era el aspecto más elevado de la conciencia espiritual, un centro al que muy pocos eran capaces de acceder y que permanecía inconsciente para la mayoría de los seres humanos.

…la cultura egipcia ya desde tiempos ancestrales por herencia de una tradición en torno a la conciencia, ha aprendido que la conciencia humana no forma una unidad ni mucho menos una unidad intelectual; en la conciencia coexisten diversas funciones cuyo grado de ejercicio no es unitario, ahora bien esta pluralidad de funciones yoicas o correlatos concienciales no hacen caer al egipcio en la esquizofrenia. En absoluto, le muestran que cada grado de conciencia tiene un proceso de evolución y que cada uno puede transformarse y completarse.

Mediante técnicas de control de la mente que exigían, para ser efectivas, un cierto comportamiento moral en la existencia terrenal –como el “ib” conectado al Ba— estaban seguros de establecer un vínculo consciente con aquella dimensión invisible.

El problema del ser humano era que, tras morir el cuerpo, los diferentes aspectos de la conciencia se dislocaban. De hecho, el término “yo” tiene su equivalente egipcio en el “inek”, que se relaciona etimológicamente con los conceptos de “reunir”, “conectar”:

…lo que apunta a  que una de las connotaciones del Yo egipcio subjetual consiste en la interconexión entre diferentes elementos. Hacía la misma dirección apunta el jeroglífico de “inek” descrito por una cesta con mango y un recipiente.

El objetivo final de todo individuo era, pues, reunificar mediante técnicas de las que apenas se sabe nada los diferentes aspectos psíquicos o espirituales que se separaban tras la muerte del cuerpo físico. Para lograrlo, debía primero aprender a vivir en contacto consciente con tales aspectos y, segundo, a controlarlos y dirigirlos con un determinado propósito existencial.

El punto de partida antropológico según la concepción egipcia se centra en que tras el fenómeno de la muerte la conciencia individual persiste durante un tiempo, pero como yo conciencial que interconecta sus diversas partes se halla amenazada de disolución o, por lo menos, de dislocación. Algunos de sus correlatos pasionales, emocionales inconscientes y energéticos entran como el mismo cuerpo físico y los humores en un proceso de separación e incluso de extinción. […] El sujeto difunto entra en un período de desorientación y confusión, y es posible que los ritos funerarios egipcios post mórtem tengan el objetivo de intentar dar una cierta conexión a los correlatos concienciales que han perdido su identidad. Se inicia entonces un viaje psico-espiritual a través del Duat o mundo inferior, dividido según la tradición egipcia en doce horas nocturnas en las que el viajero se va a encontrar toda una serie de puertas que conllevan oportunidades de evolución para su conciencia pero también peligros de involución y confusión. El difunto va a realizar ese viaje con la certeza de seguir el camino que hizo por primera vez Osiris, y con plena identificación con aquella primigenia trayectoria.

Un momento clave del viaje por el Duat es el juicio al difunto, donde éste pronuncia una confesión negativa y Thot pesa su corazón contra la pluma de Maat, que representa la justicia y la verdad. Si es condenado, el difunto acabará en las profundidades del Duat, donde reside el monstruo Amnit; si es indultado, proseguirá su viaje.

Lo que se pesa es el “ib”, “la conciencia real del ser humano y no sus pecados”. El Ba asiste como testigo, sin participar directamente. El monstruo Amnit es “la devoradora”, y tiene dos lecturas:

…una como entidad popular maléfica que destruye o tortura a los difuntos y otra emparentada con “amm” que significa la “avidez de lo natural”, símbolo de que si el difunto no consigue superar su evolución en el Duat, va a ser reabsorbido por los elementos groseros naturales. A eso alude la extraña composición de Amnit, cabeza de cocodrilo, pecho de león, patas delanteras de león y patas traseras de hipopótamo, que indican que cada elemento reabsorberá lo grosero y no existirá evolución espiritual”.

Las almas que no conseguían superar las pruebas del Duat y ascender finalmente a la barca solar, la cual las conduciría junto a los dioses, “en las estrellas”, estaban destinadas a volver a encarnar un cuerpo. Sólo una minoría habría evolucionado lo suficiente como para llegar a la barca solar.

En esta concepción, la momificación serviría para ayudar en el tránsito del difunto por el Duat por dos motivos: alargaría su estancia en el más allá y le facilitaría reintegrar sus aspectos psico-espirituales disueltos:

La conservación durante años del nivel físico humano, según la mentalidad egipcia, interrumpía o retardaba, por un lado, el proceso de una nueva reencarnación, ya que la conciencia humana difunta a través del hilo conductor del cuerpo y la tumba, permanecía muchos tiempo atada al Egipto terrenal y a su familia. Por otro lado, la momificación, o sea la reunión de los miembros corporales, potenciaba asimismo el que la dislocación de los correlatos concienciales no siguiese el curso habitual y la identidad humana pudiese ser, a través de maniobras funerarias y rituales, por lo menos reconducida; de forma que el “b3” [Ba] y el “k3” [Ka] tuviesen un canal de contacto con el mundo visible.

Los ritos mistéricos egipcios, pues, habrían buscado retardar la reencarnación de modo que el difunto tuviese más opciones en su viaje hacia la iluminación. Pero ello sólo cabía entre quienes habían alcanzado un grado elevado de autoconocimiento, de desarrollo de conciencia, a lo largo de diferentes vidas. En este sentido, el mito de Osiris nos habría revelado las fases del misterio, tal y como siempre han mantenido las tradiciones herméticas, alquímicas y gnósticas, las cuales serían adaptadas por Carl G. Jung al ámbito de la psicología:

…la tríada Osiris-Isis-Horus simboliza los estados diversos por los que atraviesa la conciencia individual humana, un ser humano que en su fase osiriaca muere frente a la negatividad cósmica del mundo sethiano y penetra en el mundo de la descomposición y separación, pero en su fase isiaca es capaz de regenerarse y autoconocerse de forma que emancipada de la influencia sethiana, puede resucitar en su fase horiana como un nuevo ser que llevará a término el programa de evolución personal.

El egipcio y su civilización sólo son comprensibles desde el conocimiento de “su” otra dimensión. Pero muy pronto, ya en Grecia, la teoría de la inmortalidad dejaría de tener relevancia antropológica, salvo para los misterios descendientes de la Escuela de Pitágoras, entre otras.

…lo que hemos desdeñado de Egipto siempre retorna: desde el Kybalion a la Cábala, desde Christian Rosenkreuz a Cagliostro, desde el creador de la masonería A. Sayer a la antroposofía de R. Steiner, lo egipcio siempre reaparece para recordarnos lo amputado. Y lo sorprendente es que al lado de este desdén, en la segunda mitad del siglo XX se ha desatado una verdadera “egiptomanía” a menudo de carácter comercial y de cultura de masas que no ha favorecido precisamente una valoración sería del pensamiento egipcio.

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