Tenemos la tendencia a convertirnos en egocéntricos cuando huimos de Dios y queremos depender exclusivamente de nuestros recursos. Somos egocéntricos cuando creemos que no necesitamos de nadie y egoístas cuando no tomamos en cuenta a nadie en nuestros hogares. Por cierto, no adoramos nuestro ego, pero sí nos cuesta un tremendo trabajo pensar en nuestro cónyuge y sus necesidades. Le repito es indispensable arrepentirse y abandonar esa tendencia a pensar sólo en sus intereses y anhelos en vez de pensar en las metas y necesidades de toda su familia. Después del arrepentimiento es posible tener victoria y una vez vencido el pecado del egoísmo y cuando comenzamos a pensar en nuestros seres queridos, estamos dando gigantescos pasos para aprender a vivir con nuestras diferencias.
Nos encanta que las cosas se hagan cómo, cuándo y de la forma que nosotros queremos. Nos asusta que nuestro cónyuge tenga una forma diferente. Somos egoístas y egocéntricos naturalmente y sólo Dios puede hacernos pensar de una manera distinta y sólo nosotros podemos comenzar a vivir de una manera diferente.Es necesario vencer nuestra tendencia egoísta y egocéntrica de buscar nuestros caminos y nuestra satisfacción, y comenzar a buscar no sólo nuestro bien, sino el bienestar de nuestro cónyuge y su propia realización.Es muy fácil y natural buscar lo que nos gusta, pero una de las cosas más difíciles para los seres humanos es poner a alguien antes que nosotros, antes que el «yo». El egocentrismo es una enfermedad muy difícil de notar por el propio paciente. Es mucho más fácil de ser observada por quien tiene que dormir, comer, reír, pasear y compartir la vida con alguien que hace que toda la vida, incluso la de los que le rodean, gire en torno a él.Para aprender a vivir con nuestras diferencias, una de las primeras tareas que debemos asumir es luchar con cualquier indicio de egocentrismo. No estoy hablando de la egolatría, que es el culto, la adoración, amor excesivo de sí mismo, no estoy hablando del egotismo, que es el afán de hablar uno de sí mismo o de afirmar su personalidad. Pero sí estoy hablando del egocentrismo y el egoísmo, frutos de nuestra naturaleza pecaminosa. Egoísmo que nos lleva a tener un inmoderado y excesivo amor a nosotros mismos y que nos impulsa a atender en forma desmedida nuestros propios intereses y descuidar los intereses de los demás. Estoy hablando de combatir el egocentrismo que se manifiesta en nuestros deseos de exaltarnos de tal manera que queremos ser los centros de atención y que en torno a nosotros giren todas las actividades de nuestro hogar (Diccionario de la Lengua Española Océano).Egoísmo es lo que nos lleva a tener un inmoderado y excesivo amor a nosotros mismos y que nos impulsa a atender en forma demedida nuestros propios intereses y descuidar los intereses de los demás.Le advierto que empeñarse en esta labor no será una tarea fácil, porque no es nada fácil luchar contra uno mismo. Es suficientemente difícil luchar contra los malos deseos, pero es mucho más difícil tratar de ir en contra de sus buenos deseos e intereses cuando estos ponen en peligro el bienestar de mi relación conyugal. Sin embargo, creo que luchar contra sí mismo es una tarea indispensable si desea aprender a vivir con las diferencias.Para Dios, el egoísmo y el egocentrismo es un pecado y la única forma de salir de los pecados es seguir el consejo Divino. La Biblia nos manda a arrepentirnos de ellos y a cambiar nuestra actitud. Eso es precisamente lo que debemos hacer. Cuando nos damos cuenta de que hemos tenido un comportamiento inadecuado tenemos la tendencia a hacer dos cosas: O rápidamente nos disculpamos o comenzamos a preguntarnos por qué lo hicimos. La primera reacción parece y hasta suena bíblica, pero a menudo no es más que el reflejo de un superficial «arrepentimiento» que no guía a ningún cambio. La segunda reacción, es decir, cuando la persona se pregunta por qué lo hizo es la que nos da trabajo a los consejeros, pero rara vez lleva a la persona a un cambio inmediato y genuino. Si usted toma una de estas dos opciones, le aseguro que no disfrutará de ningún cambio permanente.Cuando una persona sólo se disculpa delante de Dios, tiene la tendencia a aplicar livianamente a su caso lo que dice Juan: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). Sin embargo, es mi deber recordarle que una disculpa de ninguna manera es una confesión. La común disculpa no es sino un atajo que queremos tomar para no enfrentar la realidad de nuestro pecado. Aquellos que son sinceros y no encontraron una nueva forma de conducta a pesar de las disculpas pedidas, tienden a dar otro paso que creen que les ayudará. El siguiente paso es tratar de buscar la razón de su conflicto. Ellos creen que entendiendo el por qué, tendrán fuerzas para la victoria. La experiencia me dice lo contrario. Esa forma tampoco le dará el éxito anhelado.Cuando tratamos de entender las razones por las que hemos cometido ese pecado, en vez de arrepentirnos del pecado, determinamos que los responsables de nuestro pasado son las heridas que llevamos en nuestra alma. Así hay algunos que determinan que sólo el pasado es la razón de sus problemas. (Men and Women: Enjoying the difference [Hombres y mujeres: Disfruten la diferencia]. Zondervan: Grand Rapids, Michigan, 1991. Pp. 74–77). La verdadera confesión es siempre un proceso que nos produce agonía, nunca se imagine siquiera que es una declaración fácil. El quebrantamiento que debemos sentir por el pecado cometido al comportarnos egoístamente con nuestros seres queridos, es un paso indispensable para aprender a amar y comprender a nuestro cónyuge.Un reconocimiento rutinario de un error fácilmente admitido no es la forma adecuada de tratar con nuestros pecados, y el egoísmo es un pecado. Ni una mirada superficial a nuestro pecado, ni un reconocimiento del daño que ha provocado nos liberta del egoísmo.Es necesario que reconozca que la raíz de mis problemas no es mi identidad personal como un ser en desarrollo y con marcas del pasado, sino mi naturaleza pecaminosa que se manifiesta en mi egocentrismo y egoísmo. Son estas manifestaciones pecaminosas llamadas egoísmo y egocentrismo las que continuamente tratan de convencerme de que no hay nada en el mundo más importante que yo. Son estas manifestaciones pecaminosas las que me hacen creer que ninguna necesidad de afecto, cariño, comprensión y respeto de los miembros de mi familia es más importante que la satisfacción de mis necesidades personales.El egoísta, aunque no lo piense ni lo acepte, actúa como si todos debieran entender sus necesidades y que cualquiera que se cruce en su camino, sea el dueño de la tienda, el pastor, la esposa, o sus hijos deben dedicar su tiempo y recursos para que él se sienta cómodo y feliz. El que sólo piensa en sí mismo y está apurado se meterá primero en la fila de las compras en el supermercado, según él, son los demás los que deben esperar porque él está apurado. El egoísta es aquel que cuando se levanta tarde cree que debe ser comprendido cuando comete errores y no reprendido por ellos. Los policías deben comprenderlos si se pasa el semáforo en rojo. El egoísta es el que cree que si logra llegar a la hora a su trabajo debe ser digno de aplauso. El egoísta piensa que sólo lo que él desea debe determinar la clase de respuesta que la gente debe tener. La gente debe responder como él espera que respondan. Esa es la ética de un egoísta.La única forma de salir de un pecado tan sutil y dañino como este, es reconocerlo y confesarlo delante de Dios y su cónyuge, arrepentirse con dolor en su corazón por la falta cometida. Debe comprometerse al cambio, comenzando inmediatamente. Incluso, si verdaderamente quiere abandonar ese estilo de vida debe pedir a su cónyuge que le ayude a descubrir sus acciones egoístas porque muchas veces están tan acostumbrados que no lo notan. Si quiere tener victoria debe comprometerse a no enojarse cuando es confrontado, porque en vez de resentirse con quien nota su debilidad y se la declara, debe agradecerle porque le ayudó a ver algo que usted no veía. Debe aprender a ser sensible, a sentir dolor cada vez que tenga que confesar su maldad y buscar la ayuda de Jesucristo quien es el único que puede darle total libertad. Sólo con la ayuda de Dios y su propia determinación, podrá vencer esta naturaleza pecaminosa que nos impele a rebelarnos contra Dios y que nos incita a vivir la vida a nuestra manera.La única forma de salir de un pecado tan sutil y dañino como este, es reconocerlo.No trate de huir de Dios en estos momentos que tanto lo necesita. No huya de Dios, ni reniegue contra Dios porque las cosas no funcionan como usted espera, porque lo que usted espera no siempre es lo mejor para el bienestar del matrimonio aunque podría ser bueno para usted como individuo si es que aún fuera soltero.No tengo problemas en que las personas huyan de las iglesias legalistas, creo que deben hacerlo. Le aconsejo que huya de las religiones que buscan subyugar al hombre que con sinceridad busca agradar a Dios y que están sometidas a reglas humanas. No tengo problemas con que las personas huyan de esos sistemas legalistas, ritualistas y religiosos, pero sí tengo problemas para aceptar que el hombre huya de Dios y de las congregaciones cuyos líderes estamos dispuestos a enseñar más y más lo que Dios espera que nosotros hagamos para nuestro propio beneficio.
Tenemos la tendencia a convertirnos en egocéntricos cuando huimos de Dios y queremos depender exclusivamente de nuestros recursos. Somos egocéntricos cuando creemos que no necesitamos de nadie y egoístas cuando no tomamos en cuenta a nadie en nuestros hogares. Por cierto, no adoramos nuestro ego, pero sí nos cuesta un tremendo trabajo pensar en nuestro cónyuge y sus necesidades. Le repito es indispensable arrepentirse y abandonar esa tendencia a pensar sólo en sus intereses y anhelos en vez de pensar en las metas y necesidades de toda su familia. Después del arrepentimiento es posible tener victoria y una vez vencido el pecado del egoísmo y cuando comenzamos a pensar en nuestros seres queridos, estamos dando gigantescos pasos para aprender a vivir con nuestras diferencias.
Tenemos la tendencia a convertirnos en egocéntricos cuando huimos de Dios y queremos depender exclusivamente de nuestros recursos. Somos egocéntricos cuando creemos que no necesitamos de nadie y egoístas cuando no tomamos en cuenta a nadie en nuestros hogares. Por cierto, no adoramos nuestro ego, pero sí nos cuesta un tremendo trabajo pensar en nuestro cónyuge y sus necesidades. Le repito es indispensable arrepentirse y abandonar esa tendencia a pensar sólo en sus intereses y anhelos en vez de pensar en las metas y necesidades de toda su familia. Después del arrepentimiento es posible tener victoria y una vez vencido el pecado del egoísmo y cuando comenzamos a pensar en nuestros seres queridos, estamos dando gigantescos pasos para aprender a vivir con nuestras diferencias.