A las 14:57, como cada viernes, salió de la oficina. Llevaba 19,8 años en la empresa y, salvo los 29,5 días al año de vacaciones, nunca dejaba de trabajar sus 8,1 horas. Subió al coche, de 5,5 años de antigüedad, y cogió la carretera C-521 rumbo al chalet, donde se vería con su amante, 15,2 años más joven. Conduciendo, y con la radio encendida, pensó en su hijo. Mientras devoraba kilómetros, recordó que tenía 18,5 años, le quedaban 6,3 meses de carrera y, seguro, encontraría un trabajo que le ocuparía 8,8 horas diarias. Redujo la velocidad ante la presencia de una patrulla de tráfico. Miró el cuentakilómetros: marcaba 89,8 km./hora. Respiró aliviado. Algún día, Jorge también se casaría y le daría al menos 2,3 nietos. Él moriríaa los 79,8 años. Frenó y paró junto al arcén. Ojalá nunca hubiera hecho aquel curso de contabilidad, se dijo. En los tiempos que corren, no es de recibo.
A las 14:57, como cada viernes, salió de la oficina. Llevaba 19,8 años en la empresa y, salvo los 29,5 días al año de vacaciones, nunca dejaba de trabajar sus 8,1 horas. Subió al coche, de 5,5 años de antigüedad, y cogió la carretera C-521 rumbo al chalet, donde se vería con su amante, 15,2 años más joven. Conduciendo, y con la radio encendida, pensó en su hijo. Mientras devoraba kilómetros, recordó que tenía 18,5 años, le quedaban 6,3 meses de carrera y, seguro, encontraría un trabajo que le ocuparía 8,8 horas diarias. Redujo la velocidad ante la presencia de una patrulla de tráfico. Miró el cuentakilómetros: marcaba 89,8 km./hora. Respiró aliviado. Algún día, Jorge también se casaría y le daría al menos 2,3 nietos. Él moriríaa los 79,8 años. Frenó y paró junto al arcén. Ojalá nunca hubiera hecho aquel curso de contabilidad, se dijo. En los tiempos que corren, no es de recibo.