Ejército enemigo, por Alberto Olmos

Publicado el 06 noviembre 2011 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Editorial Mondadori. 279 páginas. 1ª edición de 2011.
(Para lectores con prisa: la reseña de Ejército enemigo empieza debajo de la foto de Alberto Olmos, lo anterior es una introducción sobre la obra de este autor)
Pensaba que había leído a Alberto Olmos (Segovia, 1975) antes que a Roberto Bolaño, pero no fue así; lo acabo de comprobar en el archivador donde voy apuntando lo que leo desde los 12 años: leí Estrella distante y Los detectives salvajes de Bolaño en el verano de 1999, y A bordo del naufragio de Olmos también en el verano de ese mismo año, pero después de a Bolaño.Recuerdo haber cogido de la estantería de novedades en la biblioteca de Móstoles A bordo del naufragio, y haberme sorprendido de que una persona tan joven entonces –en 1998 Alberto Olmos tenía 23 años– hubiese quedado finalista del premio Herralde y se hubiese publicado su libro en Anagrama, entonces la meta más alta, para mí (y posiblemente ahora también, aunque con algún matiz), a la que debería desear llegar un aprendiz de escritor en España. Es posible que al leer A bordo del naufragio en 1999 leyese por primera vez el libro de alguien más joven que yo. Y recuerdo que sin que me pareciera ninguna obra maestra –el libro debía de estar escrito cuando Olmos tenía 21 ó 22 años– me gustó porque sentí una conexión inmediata con el personaje, alguien que se acercaba todas las mañanas con desgana a su facultad de periodismo en la misma Universidad Complutense de Madrid a la que yo me acercaba por las mismas fechas con igual o mayor desgana (una desgana la mía llena de angustia y dudas sobre mí mismo), que tenía unos referentes (recuerdo por ejemplo la serie Doctor en Alaska) similares a los míos, y que reflejaba a una juventud con la que yo pude sentirme más identificado que la que mostraban libros como Historias del Kronen de José Ángel Mañas o Lo peor de todo de Ray Loriga.
Después, durante los años siguientes, esperé la segunda novela de Olmos, que pensaba que aparecería en Anagrama. Y esto no ocurría.Creo que fue en un suplemento cultural donde leí que Olmos había publicado un libro titulado Así de loco te puedes volver en una editorial que dependía de la Caja de Ahorros de Segovia o algo así; pero no llegó a las librerías, lo dejé pasar y me olvidé.
Bastantes años más tarde, paseando entre los anaqueles de la biblioteca de Móstoles, descubrí por azar un nuevo libro de Alberto Olmos, Trenes hacia Tokio, publicado por la editorial Lengua de Trapo, novela ganadora de un premio organizado por la Comunidad de Madrid. No lo podía creer, estoy hablando ya de 2008, habían pasado muchos años desde que me había cansado de esperar la siguiente novela de Olmos. Leí la contraportada y me enteré de que Alberto Olmos se había ido a vivir a Japón, y de que este libro, Trenes hacia Tokio, reflejaba esa experiencia.Lo saqué de la biblioteca, lo leí, y me gustó el reencuentro. Si bien Trenes hacia Tokio carecía de una estructura interna muy sólida, mostraba unas estampas de Japón que me interesaron, unas estampas que huían de una visión estereotipada del país, y que mostraban la vida de los inmigrantes hispanoamericanos, de aburridas amas de casa, de niños en un colegio… Luego supe que los capítulos de Trenes hacia Tokio provenían de un blog en el que Olmos había narrado su experiencia japonesa de tres años, y así se explicaba su estructura impresionista.También me percaté de que Alberto Olmos había publicado en 2007 otra novela con Lengua de Trapo, El talento de los demás. Busqué información sobre ella y encontré en Internet un gran número de reseñas elogiosas. Deseé comprarlo y por poco me echa para atrás la única reseña negativa con la que me topé, firmada por un tal Juan Mal-herido, que escribía en un blog llamado Lector mal-herido. No hice caso a la reseña del tal Mal-herido y compré el libro. Y, además, me enganché a aquel blog de reseñas donde en vez de aparecer la portada del libro reseñado o una foto del autor, los comentarios sobre los libros iban acompañados normalmente de la foto de una chica en actitud sexy. Leí El talento de los demás y leí las críticas del Lector mal-herido. Y El talento de los demás me pareció la mejor novela de Alberto Olmos hasta la fecha, una obra ambiciosa y muy bien perfilada para la juventud del autor en ese momento, que acababa de sobrepasar los 30 años. En El talento de los demás Olmos juega a ser diferentes escritores, y me convenció con su despliegue de recursos: novela expresionista y novela realista polifónica. Y leí las reseñas que hacía el tal Lector mal-herido y en algunos momentos me sonreí por la provocación que suponían sus opiniones, a veces delirantes, políticamente incorrectas, muchas veces certeras, y pensé que quien escribía detrás de la careta de ese blog sabía de literatura y también, más de una vez, que no estaba muy cuerdo; en más de una ocasión también me partí abiertamente de la risa.
En algún momento el Lector mal-herido empezó a comentar los cambios que el autor Alberto Olmos deseaba hacer sobre la portada de su libro, Tatami, que también iba a publicar con Lengua de Trapo. Y aquí fue cuando me di cuenta de que Alberto Olmos y el Lector mal-herido eran la misma persona.Pedí que trajeran Tatami a la biblioteca de Móstoles, y leí su escaso centenar de páginas apenas de una sentada. Olmos regresaba a su temática japonesa, y me pareció que estaba todo bastante bien medido. Además ahora utilizaba un nuevo recurso: el uso de diálogos, con una gran solvencia. Y estamos ya en febrero de 2009.
Me recuerdo comentando (cuando el blog mal-herido admitía comentarios) en la entrada de El tercer Reich de Roberto Bolaño, para decir que a mí no me había parecido tan malo el libro como la reseña insinuaba. Y allí me vi en un terrible fuego cruzado con otros comentaristas (la mayoría anónimos) que querían hacerme ver que Bolaño era, básicamente, una mierda de escritor; y a mí, básicamente, no me parecía que Los detectives salvajes lo escribiese cualquiera una mañana y tal… pero al parecer me faltaba a mí mucho por saber de eso llamado literatura, me decían los anónimos.Aunque el día que más me molestó leer un comentario de Mal-herido fue cuando apareció allí el libro Los boys del escritor norteamericano de origen dominicano Junot Díaz. Creo que Mal-herido no estaba muy de acuerdo con que a Díaz le hubiesen concedido el premio Pulitzer por La maravillosa y breve vida de Oscar Wao, y leyendo su anterior libro de relatos, de una década antes, tuvo que desmontarlo. Cuando salió en esa década anterior fue cuando lo leí yo, un libro que me encantó y que leí más de una vez y compré de saldo para regalarlo otras tantas. Pero de nuevo lo mejor esta vez fueron los comentaristas, que no habían leído el libro pero abogaban por que a Junot Díaz había que darle, y darle fuerte además: qué se había creído ése, ¿qué nos la iba a dar con unos cuentitos de inmigrantes a nosotros, a nosotros…?
Después, cuando el hecho de que El lector mal-herido y Alberto Olmos eran la misma persona fue público, los comentaristas acabaron volviéndose contra el autor del blog, ya que algunos de ellos empezaron a pensar que Olmos estaba haciendo concesiones dentro de su, hasta entonces, inmaculado reparto de tralla. Se acabaron los comentarios.
En julio de 2009 fui de visita a Segovia, como cada verano, y en la librería Punto y línea, cercana a la plaza Mayor, me apeteció comprar la nueva novela de Olmos en Lengua de Trapo: El estatus; una novela que me pareció bien escrita, pero su desubicación y temática fantástica me descolocó: me pareció extraño que tras escribir El talento de los demás y Tatami Olmos escribiera El estatus; me desconcertaba esa evolución. Por estas fechas ya había abierto este blog de reseñas e hice un comentario sobre El estatus (pincharAQUÍ), lo que me llevó a contactar, a través del correo electrónico, con Alberto Olmos, y luego lo conocí en persona. Él mismo, tomando un café, me comentó que El estatus no estaba escrito después de Tatami sino antes: había sido una novela rechazada en su momento, que al publicarla fue el Premio Ojo Crítico.Desde entonces me he visto con Alberto en unas pocas ocasiones, y lejos de la imagen que podría desprenderse de Lector mal-herido en persona es un agradable y educado conversador (aunque, eso sí, al hablar con él, e imagino que en mayor proporción si sabe que eres admirador de Roberto Bolaño, como yo, en la conversación dirá al menos una vez: “¡Bolaño es una mierda de escritor!” y algunas variantes más de esa aseveración).

Tuve en las manos Ejército enemigo semanas antes de que saliese en librerías.Antes de acercarme a él pude leer dos reseñas: la de Antonio J. Rodríguez, quien afirma que Ejército enemigo es “la mejor historia de 2011” (ver AQUÍ) y la de Patricio Pron, que dice que “es técnicamente pobre y argumentalmente fallida” (ver AQUÍ).Y lo curioso de estos dos puntos de vista tan diversos es que ambos proceden de autores de la misma editorial en la que ha sido editada esta novela, Mondadori. El primero, Rodríguez, un autor muy joven (1987) y amigo de Olmos, que pronto sacará libro con esta editorial; el segundo, Pron, es un autor de la misma quinta de Olmos (1975) y compañero suyo en la selección que la revista Granta hizo de los 22 mejores autores menores de 35 años de la lengua española. Pron, ante la pregunta que le hicieron en su blog de reseñas sobre por qué no hacía críticas negativas de los libros que leía, contestó (cito de memoria): “Porque leo más de tres libros por semana y prefiero dedicar tiempo y resaltar los buenos libros que leo antes que los malos”. (En el caso de Ejército enemigo parece que se olvidó de su axioma).
He leído Ejército enemigo con creciente curiosidad, tras las dos reseñas anteriores, y tras la desorbitada introducción anterior aquí está mi opinión:
Ejército Enemigo está narrado en primera persona por Santiago, un publicista de segunda fila de 35 años, y ya en la primera frase nos introduce, acercándose al existencialismo francés, en el núcleo argumental de la novela: “Dijo que tenía algo para mí, por eso estaba aquel día de camino hacia la casa de mi amigo muerto. / Su madre me lo dijo” (pág. 9).
El amigo, Daniel, es más joven que Santiago y más idealista, colaborador habitual de ONGs y asiduo en manifestaciones; también pertenece a una clase social más alta que él. Cuando quedan, suelen discutir de política y de solidaridad. Santiago trata de minar la confianza de Daniel en su compromiso: a pesar de toda la solidaridad del primer mundo y de las ONGs, la pobreza mundial ha aumentado en los últimos 20 años. “La solidaridad ha fracasado”, afirma Santiago. Meses más tarde, Daniel aparecerá muerto violentamente en un descampado –a sus 28 años–, y Santiago recibe una curiosa herencia: la clave del correo electrónico de Daniel. Lo que le permitirá acceder a la intimidad de su amigo sin que nadie más lo sepa. Santiago se desvela pronto como un ser cínico y un tanto amargado, al que le gusta fisgar en las vidas de los demás, y por tanto la clave del correo de Daniel será para él un vicio y un tesoro. Este rasgo humano, el deseo de penetrar en la intimidad ajena, ya lo exploró Olmos en Tatami, y profundiza en ello aquí desde un punto de vista muy actual, a través de las múltiples posibilidades de Internet.
Santiago es además un gran consumidor de pornografía en la red y le gusta participar en un chat donde el azar le hace encontrarse con otras personas y poder verse, o tener sexo, a través de las webcam.
Santiago se relacionará, después de la muerte de Daniel, con Fátima, la concienciada y joven hermana de este último, y con otros amigos del muerto; encuentros que forzará para poder reconstruir los últimos días de la vida de su amigo. Un hilo argumental que hace que el libro adquiera visos de novela negra, hasta que, siguiendo una investigación centrada en Internet, Santiago creerá haber dado con el asesino de Daniel.
Ejército enemigo está escrita con distintos registros literarios: con una prosa donde resuenan ecos del lenguaje cuidado de Paco Umbral o Javier Marías, y una temática que pretende provocar la polémica y que se acercaría a Michel Houellebecq (Plataforma, Las partículas elementales…) y también a Frédéric Beigbeder, por sus comentarios del mundo publicitario en la novela 13,99 euros; con algún toque del existencialismo francés: en un momento de la novela se reflexiona sobre el yo, evocando, sin nombrarlo, La náusea de Jean Paul Sartre.También se usa el formato del diario: Santiago va anotando los acontecimientos de su vida en cuadernos, con una prosa muy escueta y casi vacía de sentimiento.A través del correo electrónico de Daniel la novela se acerca al género epistolar en su versión cibernética.Se usan las citas, leídas en correos electrónicos, que un amigo enviaba a Daniel: David Fincher, Thomas Bernhard, Jack London, Henry Fielding… (Comentario metaliterario: muchas de ellas provienen de libros que aparecieron comentados en Lector malherido).Se usa el ensayo: la narración se detiene, y Santiago reflexiona sobre la evolución de la pornografía en Internet y la idea de intimidad; o sobre la evolución mercantilista del concepto de solidaridad. Se usa el cuadro costumbrista: Santiago vive en un barrio deprimido de Madrid (¿Usera?), y se describe su deterioro y la convivencia entre nativos e inmigrantes. Es interesante el contraste creado con los barrios pijos de la ciudad, de donde proceden los amigos de Daniel.
Como ya he apuntado, Olmos quiere escribir con un lenguaje cuidado, que intenta evocar a sus admirados Umbral o Marías. Muchas páginas me han gustado y en otras me parecía que se hacía difícil la coherencia entre el cinismo desapegado del narrador y su tendencia a un lirismo excesivo y no siempre acertado: “Desde hacía años, el centro de la ciudad se había llenado de esta suerte de propuesta artística [zapatos colgados en cables]. En numerosas calles, numerosos cables mostraban ese inopinado fruto zapatero” (la cursiva es mía).En muchos casos me he descubierto leyendo el libro como si el narrador de Ejército enemigo fuese el mismo que el de A bordo del naufragio, pero más de una década después, convertido aquel chico dolido y de mirada sensible en un cínico un tanto amargado. Hay un nexo que los une: A bordo del naufragio termina cuando el protagonista roba un libro de Fernando Pessoa en la Fnac de Callao y le atropella un coche; en Ejército enemigo, Santiago ya ha leído a Fernando Pessoa y lo ha reducido a un triste eslogan publicitario para vender refrescos.
(Nota personal: en la página 87 leemos: “En un intento estimable de dar al internauta solitario y enrojecido gato por liebre”. ¿Gato por liebre?, ¿una frase hecha, un cliché? ¿No han sido defenestrados en Lector mal-herido muchos libros, entre ellos los de Bolaño (“más pobre que una rata”), por menos que esto?)
Lo que más me ha gustado de Ejército enemigo han sido las reflexiones de Olmos sobre la evolución de la privacidad y la pornografía en Internet, y el cuestionamiento de la solidaridad como un elemento de márketing para vender cualquier producto (entre ellos los discos del cantante Miguel Basó, muy divertido esto, como otros momentos de la novela, en los que se me ha escapado más de una sonrisa o incluso carcajada).Destacaría también la captación costumbrista de la vida del barrio de Santiago.
Y efectivamente, como se ha apuntado en alguna crítica, el hilo argumental en más de una ocasión se tambalea, llegándose a casi perder en algún caso la verosimilitud narrativa. Eso me lleva a concebir Ejército enemigo como una novela de corte expresionista: así se justificaría el giro de Daniel y sus amigos hacia un posible terrorismo (algo que seguramente tenga que ver con El club de la lucha de Chuck Palahniuk, pero estoy hablando de oídas, porque yo sólo he visto la película) y la presencia y razón de ser del supuesto asesino. Y salvarse en esta cuerda floja puede que sea un logro y no un demérito de la novela.
Sin ser una novela redonda, Ejército enemigo es más que interesante por sus reflexiones tan contemporáneas sobre la privacidad, el sexo, la solidaridad; por su capacidad para incomodar y generar debate; y por la exploración de caminos narrativos (vinculados a las nuevas tecnologías), unidos a otros más tradicionales, como la novela negra y la costumbrista.
Si la anterior novela de Alberto Olmos, El estatus, era una narración desubicada y con tendencia al escapismo fantástico, su nuevo libro no puede ser más de actualidad; y me sigue sorprendiendo la capacidad de Olmos para reinventarse en cada nueva obra.Esperaremos las siguientes obras de un autor que aún tiene mucho que decir.