Pero otra cosa es el legado de la Exposición. El rey Juan Carlos, Felipe Gonzalez y otros miembros del gobierno repitieron en los años previos a la Exposición, en sus discursos, que el objetivo de la Expo 92 es situar a España y a Sevilla en la vanguardia del mundo. Si nos atenemos a aquel gran objetivo, la Exposición fue un fracaso.
Las exposiciones se organizan para relanzar ciudades y naciones y sus herencias más deseadas suelen ser intangibles como el prestigio, la imagen de las ciudades que fueron sedes. Ciudades como París, Londres, Osaka, Viena, Montreal o Nueva York ganaron prestigio mundial y competitividad gracias a las exposiciones universales que organizaron.
El gran legado de Sevilla, mencionado en todos los discursos de la conmemoración, ha sido el actual parque científico y tecnológico Cartuja 93, donde se han establecido algunos cientos de empresas privadas y centros de investigación, casi todos públicos.
Pero la verdad es que aquel parque es sólo un parque empresarial grande y magníficamente urbanizado, cuyo principal rasgo es que está dentro de la misma ciudad de Sevilla, en el que, por desgracia, no se ha establecido todavía ninguna empresa puntera que lo potencie y lo relance, como hicieron Microsoft, HP, Apple, Google y otras grandes empresas tecnológicas en parques que las acogieron, como el Silicon Valley de California.
Ningún país organiza una Exposición Universal para que en su sede se instale después un parque empresarial. Si se quiere un parque, se construye sin más y cuesta tres mil veces menos que organizar una Exposición de primer rango mundial. La Expo 92 se hizo para modernizar y relanzar España y Sevilla y para colocar al país y a la ciudad en ese exclusivo ramillete de naciones y ciudades punteras, pujantes y competitivas del mundo.
Pero ni España ni Sevilla alcanzaron esa meta, ni lograron situarse en la vanguardia mundial de nada. España es hoy el país más endeudado de Europa y uno de los más corruptos y desprestigiados del mundo, líder mundial sólo en turismo, como lo era ya en tiempos de la Expo 92, y, desde entonces, sólo ha alcanzado liderazgos indeseables en aspectos tan tristes como la corrupción, el fracaso escolar, el desempleo, la baja calidad de la enseñanza, la frustración política, el alcoholismo, la trata de blancas, el blanqueo de dinero, el despilfarro, el endeudamiento y el escandaloso y peligroso divorcio entre su clase política y la ciudadanía, que considera a los políticos como uno de los dos grandes problemas de la nación.
La Sevilla que surgió de la Expo no logró situarse en el exclusivo club de las ciudades más competitivas y pujantes del mundo, ni logró mantener aquel impulso modernizador brillante del 92. Sevilla es hoy poco más de lo que ya era antes de la Exposición, aunque con mejores infraestructuras y carreteras: una de las ciudades mas bellas del mundo, tradicional, con fiestas deslumbrantes y con el turismo como gran recurso, pero en modo alguno una ciudad marcada por la ciencia, la innovación, la tecnología y ni siquiera por el turismo de grandes congresos y convenciones.
La Expo 92 fue un hermoso y positivo intento de España y de Sevilla por ocupar la cúspide del mundo, pero la conmemoración de su 25 aniversario será más hermosa, justa y decente si se otorgara algún espacio, aunque sea pequeño, a la autocrítica y a la verdad.
Y la verdad es que la cosecha del 92 fue escasa para un país que hoy está peligrosamente envuelto en dramas: corrupción, despilfarro, endeudamiento, desempleo, deterioro de la política, desigualdad, divorcio entre políticos y ciudadanos, avance de la pobreza, injusticia, peligro de desintegración territorial, baja calidad de la enseñanza y un largo etcétera que en modo alguno justifica un balance triunfalista de nuestra historia reciente.
Francisco Rubiales